Hace unos meses se produjo un asesinato que conmocionó a Gran Bretaña. Justo antes de Semana Santa, un tendero de 40 años vecino de Glasgow, Asad Shah, fue apuñalado repetidas veces en su tienda. Murió fuera, en la calzada. Las noticias dijeron inmediatamente que se trataba de un ataque de motivación religiosa. Pero fue el tipo de ataque de motivación religiosa lo que resultó una sorpresa para la mayoría de los británicos.
Se presta tanta atención al concepto de "islamofobia" en el país que muchas personas –incluidas algunas asociaciones musulmanas– asumieron inmediatamente que el asesinato de Asad Shah fue un asesinato "islamófobo". Sin embargo, resultó que el hombre detenido por la policía –y que a principios de agosto fue sentenciado a una pena mínima de 27 años de cárcel por el asesinato– también era musulmán.
Shah era un musulmán ahmadí, es decir, miembro de la pacífica secta islámica tachada de "herética" por muchos musulmanes. El asesino de Shah, por su parte, era musulmán suní, y se llama Tanveer Ahmed. Había viajado hasta Bradford para matar a Shah porque consideraba que había "faltado el respeto al profeta Mahoma". Es aquí donde los tranquilizantes relatos de la moderna Gran Bretaña empiezan a deshilacharse.
Mientras que todo el mundo habría sabido qué hacer, qué decir y por dónde empezar a buscar conexiones si dicha atrocidad la hubiese cometido un no musulmán contra un musulmán, los políticos y otros estaban indecisos sobre qué hacer cuando resultó tratarse de un crimen de un musulmán contra otro musulmán. Si, por ejemplo, el crimen lo hubiese cometido un no musulmán contra un musulmán, algunos líderes políticos como la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, se habrían puesto inmediatamente a tratar de establecer vínculos con cualquiera que hubiese incitado o aprobado algún acto de ese tipo. Pero debajo de este asesinato se extiende todo un iceberg que Sturgeon y otros siguen sin tener interés en investigar.
Por lo general, tras un ataque terrorista, es tradición que Sturgeon y otros políticos escoceses se paseen por la mezquita local para decir que, naturalmente, el ataque no tiene nada que ver con el islam, y también para tranquilizar a la comunidad musulmana escocesa. Pero la mezquita más frecuentada en ese viaje –y la más grande de Escocia– es la Mezquita Central de Glasgow. Sturgeon se ha reunido con sus líderes muchas veces, también después de los atentados de París el pasado noviembre. Entre esos líderes está el imán Maulana Habib Ur Rehman. Sólo un mes antes del asesinato de Shah en Glasgow, este imán de Glasgow respondió al ahorcamiento en Pakistán de Mumtaz Qadri –el asesino de Salman Taseer, el gobernador de la provincia del Punyab paquistaní, por oponerse a las leyes contra la blasfemia.
La reacción del imán Rehman al ahorcamiento del asesino de Salman Taseer fue decir, entre otras cosas: "Hoy no puedo ocultar mi dolor. Un verdadero musulmán ha sido castigado por hacer lo cual [sic] la voluntad colectiva del país no ha llevado a cabo". Estas declaraciones son una justificación bastante clara de los actos del asesino de Taseer, y no puede estar más cerca de defender que otros cometan actos similares contra personas que se considera que están fuera de una interpretación particular del islam.
Por supuesto, si el asesino de Shah no hubiese sido musulmán, habría habido un esfuerzo concertado por la totalidad de los medios y la clase política para averiguar qué inspiraciones y vínculos tenía el asesino. En concreto, habrían querido saber si hubo alguien –especialmente cualquier figura de autoridad– que hubiese llamado alguna vez, por ejemplo, al asesinato de los tenderos musulmanes. Pero cuando un musulmán británico asesina a otro musulmán británico por una presunta "apostasía", y se descubre que las autoridades religiosas locales han expresado alabanzas o duelos por los asesinos de personas acusadas de "apostasía", esas mismas personas son incapaces de tomarse la molestia de indignarse. Se habla de que se está "sacando de contexto", o hay advertencias de no "generalizar" o de ser "islamófobos" o cualquier otra serie de estúpidas cláusulas de salida.
Lo que ocurrió hace unos días en el tribunal, cuando Tanveer fue declarado culpable y condenado por el asesinato de Asad Shah, fue aún más revelador. Después de que el juez leyera la sentencia, Tanveer Ahmed levantó el puño y empezó a gritar en árabe: "Sólo hay un profeta". Sus adeptos, que llenaban más o menos la mitad de la tribuna del público, se unieron a sus consignas. Por eso se comprende que la familia de Shah tuviera tanto miedo de presentarse en el juzgado durante el juicio por el asesinato de su familiar, y que al parecer estén preparándose para abandonar Escocia.
Después, fuera del juzgado, un reportero de la radio LBC se enfrentó a algunos de los familiares del asesino. Vale la pena ver el vídeo. "¿Merecía morir Asad Shah?", le pregunta a la familia del asesino cuando se dirigen a su coche. Se niegan a hacer declaraciones.
Cuando a otro simpatizante se le preguntó si consideraba "respetuoso" que el asesino hubiese lanzado consignas desde el banquillo, adoptando una pose amenazante respondió: "Sí: está respetando a su profeta. Está diciendo: 'Yo quiero a mi profeta'. ¿Qué tiene eso de malo?" Preguntado sobre si creía que la sentencia había sido justa, el hombre responde: "No". Cuando se le pregunta que en qué sentido, responde: "Sin comentarios".
Por supuesto, es bueno que el sistema judicial penal haya hecho su trabajo y que lo haya hecho con rapidez. El asesino de Asad Shah ha sido llevado ante la justicia y ha recibido una larga y adecuada condena. Pero este caso debería haber supuesto una didáctica oportunidad para que los políticos, los medios y la sociedad en general entiendan por fin la absoluta amenaza que plantea para nuestra sociedad este tipo de fanatismo, y para que tome una conciencia real sobre lo extendido que está. En cambio, tras atisbar por un instante la profundidad del problema, parece que Reino Unido ha decidido una vez más darse la vuelta y mirar hacia otro lado, por miedo a lo que se pudiera encontrar.