El hombre fuerte de Turquía, el presidente islamista Recep Tayyip Erdogan, consiguió el 52,6% de los votos en las elecciones del pasado domingo, cifra ligeramente superior a la que cosechó en las presidenciales de agosto de 2014 (51,8%). Más de 26 millones de turcos votaron por él. Su principal oponente, el socialdemócrata Muharrem Ince, un enérgico exmaestro, se hizo con menos de 16 millones, cerca del 31%.
El candidato opositor admitió que la elección fue limpia. Y, al menos de momento, no ha habido reportes de fraude por parte de los observadores internacionales.
Pese a la derrota, Ince fue uno de los vencedores de los comicios del domingo. Por primera vez desde 1977, un político socialdemócrata consiguió más del 30% del voto. La formación de Ince, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), se hizo con sólo el 22,6% de las papeletas en las elecciones legislativas, celebradas el mismo día.
Por otro lado, pese a la clara victoria de Erdogan, su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) obtuvo unos resultados peores de los previstos: consiguió el 42,6% de los votos en las legislativas, ocho puntos menos que en las de noviembre de 2015 (49,5%). Ese retroceso le privó de la mayoría absoluta, al no reunir sino 295 escaños de 600. Pero sus aliados derechistas del Partido del Movimiento Nacional (MHP) consiguieron unos inesperados 49 escaños, lo que da al bloque progubernamental una confortable mayoría de 344 bancas.
La alianza entre el AKP y el MHP supone el nacimiento oficial de una nueva ideología de gobierno; estamos hablando de un bloque de islamistas y nacionalistas que tradicionalmente representa a la población rural menos cultivada. Puede que a Erdogan no le haga feliz compartir el poder, pero es lo que hay, y quizá deba confiar a sus aliados puestos importantes, como una vicepresidencia o alguna cartera ministerial.
Tras las elecciones del domingo, Turquía se adentra aún más en el autoritarismo con una mezcla de islamismo y nacionalismo que, ya digo, emerge como nueva ideología de Estado. La polarización de la sociedad probablemente no haga más que exacerbarse. Ya hay indicios de ello. En un discurso que pronunció el mismo domingo, el ministro de Exteriores, Mevlüt Çavuşoğlu, dijo que los que habían perdido eran los "terroristas". En su lógica patética y divisiva, el 47,5% de los turcos, unos 38,5 millones de personas, son terroristas.
La alegría nacional por la reelección de un hombre conocido en el resto del mundo por su estilo de gobernar autoritario y a veces despótico no es sorprendente en un país donde la escolarización media no pasa de los 6,5 años. En fechas bien recientes, abril de 2017, los turcos ya dieron cumplida cuenta de lo que quedaba de su democracia cuando votaron a favor de unas enmiendas constitucionales que hacían de Erdogan el jefe del Estado, del Gobierno y del partido gobernante. Las enmiendas conferían al presidente poderes casi ilimitados y autoridad para gobernar por decreto.
El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en un mitin celebrado el pasado 23 de junio en Estambul. (Foto: Chris McGrath/Getty Images). |
En su informe sobre La libertad en el mundo de 2018, Freedom House (FH) califica a Turquía de país "no libre" por su "profundamente defectuoso referéndum constitucional que centralizó el poder en la Presidencia, el reemplazo masivo de alcaldes electos por individuos designados por el Gobierno, las persecuciones arbitrarias contra activistas por los derechos humanos y otros individuos percibidos como enemigos del Estado y las continuas purgas de funcionarios, todo lo cual ha hecho que los ciudadanos se lo piensen mucho antes de expresar sus opiniones sobre asuntos controvertidos". Turquía figura en lo alto de la lista de FH de países en que más ha retrocedido la democracia en la última década.
La Turquía de Erdogan galopaba hacia la dictadura antes incluso de que los turcos dieran al islamista los poderes que deseaba en el referéndum de abril de 2017. Millones de antierdoganistas andan ahora aterrorizados ante la perspectiva de mayores tormentos bajo una coalición nacional-islamista encabezada por un presidente que no ha de hacer frente a contrapesos efectivos.
Ince, el candidato opositor, ha prometido dar la batalla. Esperemos que no tenga que hacerlo desde donde tantos opositores han sido encerrados.