El presidente de EEUU, Donald Trump, cree que se enfrenta a un dilema: que sus esfuerzos a favor de los padres de Otto Warmbier —el estudiante de la Universidad de Virginia al que las autoridades norcoreanas han detenido, torturado y matado— socavan su capacidad de privar de armas nucleares a Kim Jong Un. En la imagen: Fred y Cindy Warmbier, los padres de Otto, son homenajeados durante el discurso sobre el estado de la Unión del presidente Trump del 30 de enero de 2018. (Foto de Chip Somodevilla/Getty Images) |
"Estoy en una terrible posición, porque por un lado tengo que negociar", dijo el presidente estadounidense, Donald Trump, en la Conservative Political Action Conference (CPAC) el 2 de marzo, cuando hablaba de los esfuerzos para desarmar a Corea del Norte. "Por el otro, quiero a los señores Warmbier, y quiero a Otto".
Trump cree que se enfrenta a un dilema: que sus esfuerzos a favor de los padres de Otto Warmbier —el estudiante de la Universidad de Virginia al que las autoridades norcoreanas han detenido, torturado y matado— socavan su capacidad de privar de armas nucleares a Kim Jong Un, el líder de ese terrorífico régimen.
El presidente resumió en la CPAC sus apuros percibidos de esta manera: "Es un equilibrio delicadísimo".
Pero ¿existe realmente un "delicado equilibrio"? Trump y sus predecesores han pensado que no debían abordar con contundencia las cuestiones sobre derechos humanos al negociar sobre varios temas con la dinastía Kim que gobierna la República Popular Democrática de Corea del Norte.
Los líderes estadounidenses se han equivocado. La mejor manera de conseguir lo que queremos de Corea del Norte, sea la "desnuclearización" o cualquier otra cosa, es revertir décadas de mentalidad de Washington y plantear la cuestión de los derechos humanos en alto y de manera constante. Lo mismo ocurre respecto a la patrocinadora y única aliada oficial de Corea del Norte: la República Popular de China.
EEUU ha evitado un ataque general a Corea del Sur desde el armisticio de julio de 1953, pero aparte de este logro, la política estadounidense respecto a Corea del Norte ha sido un pésimo fracaso. Un estado desahuciado ha mantenido a la nación más poderosa de la historia al margen, y se las ha arreglado para, entre otras cosas, construir armas de destrucción masiva (ADM) y multiplicar su tecnología de ADM y misiles balísticos.
Dado el desequilibrio de poder, hay un claro problema con la política de Washington. Como Greg Scarlatoiu, director ejecutivo del Comité de Derechos Humanos en Corea del Norte, dijo a Gatestone: "Durante casi treinta años, se sacrificaron los derechos humanos en el altar de cuestiones políticas, de seguridad y militares muy serias, y sin embargo no se ha logrado ningún avance significativo respecto a las armas nucleares o los misiles".
Por lo tanto, como Scarlatoiu dice, es hora de "un enfoque diferente".
Muchos, incluido el presidente Trump, defienden el viejo enfoque, que es que debe construir unas relaciones amistosas. Trump, como todos sus predecesores desde George H. W. Bush, ha intentado razonar con la familia Kim y de persuadirla para cooperar.
Lamentablemente, son más de tres décadas de historia las que demuestran que los Kim son inmunes a la persuasión. Hemos de recordar que Beijing lleva décadas dedicada a la persuasión, y también Seúl, especialmente durante las dos presidencias de los "progresistas" Kim Dae Jung y Roh Moo-hyun, que gobernaron entre 1998 y 2008.
Los Kim, a lo largo de tres generaciones, han dirigido un Estado militar y no responden igual que los líderes de las sociedades democráticas. Como las democracias son intrínsecamente legítimas, sus presidentes y primeros ministros no suelen darse cuenta de la vulnerabilidad que es fruto de la ilegitimidad —y la inseguridad— de los déspotas como los Kim.
En la ilegitimidad y la inseguridad de los Kim reside el poder de los demás. Suzanne Scholte, presidenta de la North Korea Freedom Coalition, le dijo a Gatestone que cuando el desertor más veterano de Corea del Norte, Hwang Jang Yop, abandonó el país en 1997, advirtió, según palabras de Scholte, que "los derechos humanos eran el talón de Aquiles del régimen y la cuestión más importante". En un mensaje por correo electrónico este mes, Scholte escribió:
Quizá el peor aspecto de no abordar las cuestiones de derechos humanos en Corea del Norte es que alimenta las mentiras del régimen de Kim para justificar su programa de armas nucleares. El régimen justifica el desvío de recursos de sus ciudadanos para desarrollar armas nucleares con la mentira de que Estados Unidos es su enemigo y quiere destruirlos.
Cuando no hablamos de nuestra visión para un futuro mejor para el pueblo de Corea del Norte, estamos, inadvertidamente, reforzando la propaganda de la familia Kim.
La manera de conseguir lo que queremos de Corea del Norte es poner de manifiesto esa mentira y de ese modo separar a Kim Jong Un de los funcionarios del régimen y sus defensores. "Si eres un miembro de la élite de sociedad de Corea del Norte, te levantas cada mañana con una simple elección: una esclava devoción a Kim Jong Un, o que asesinen a tu familia delante de ti antes de tu propia y brutal ejecución", señaló Scholte. Por lo tanto, sostener la perspectiva de los derechos humanos y la prosperidad les da a los norcoreanos "otra opción", en otras palabras, "una forma pacífica de producir el cambio en Corea del Norte".
Además, hay una razón más para plantear los derechos humanos para desarmar al régimen de Kim. Kim Jong Un sabe lo inhumano que es su régimen —después de todo, ha hecho ejecutar a cientos de personas—, así que si no forzamos que se hable de, por ejemplo, Otto Warmbier, Kim pensará que le tenemos miedo. Si piensa que le tenemos miedo, no verá motivo para adaptarse. Es una desgracia, pero los de fuera no pueden ser corteses ni cordiales: la lógica de Kim es la contraria a la de las sociedades libres.
Hay un ejemplo en el mundo real de lo que ocurre cuando los legisladores estadounidenses dan muestras a los líderes agresivos de que tienen miedo de hablar sobre derechos humanos. En febrero de 2009, la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó como es conocido que los asuntos de derechos humanos no debían tener prevalencia sobre otros temas. Los derechos humanos, dijo, "no pueden interferir con la crisis económica global, la crisis del cambio climático y la crisis de seguridad".
Esa concesión retórica, destinada a allanar el camino a la cooperación, tuvo en realidad el efecto contrario. Los líderes de China estaban "extasiados" con la degradación de Clinton de los derechos humanos. "A sus ojos, Estados Unidos había sucumbido al fin a postrarse completamente ante el emperador celestial", escribió Laurence Brahm, un estadounidense con estrechos vínculos con los líderes chinos de la época.
Al cabo de unas pocas semanas de las desafortunadas declaraciones de Clinton, los chinos se sintieron lo suficientemente envalentonados para hostigar a dos buques de reconocimiento de la Marina estadounidense en aguas internacionales, en los mares del Sur de China y el Amarillo. En uno de esos incidentes, los barcos chinos intentaron serrar un sónar a remolque del Impeccable, un acto que constituía un ataque directo a Estados Unidos. Además, los líderes de China no fueron de ayuda en los temas que Clinton había enumerado.
Es hora de hacerle saber a Kim Jong Un que a Estados Unidos ya no le importa cómo se sienta, y ni siquiera mantener una relación amistosa con él. Esa postura, radicalmente alejada de la mentalidad de Washington, es más coherente con los ideales estadounidenses y un paso hacia la política que Kim sí respetará.