Aunque nominalmente forma parte de Occidente, culturalmente hablando Turquía está más cerca de Oriente Medio en muchos aspectos. Los turcos viven acumulando agravios reprimidos, como hacemos todos, pero casi sin manera alguna de resolverlos. En una Turquía supuestamente democrática, la gente se muestra remisa a airear sus quejas, incluso en las encuestas, por miedo a represalias gubernamentales. Los turcos llevan años diciendo que tienen miedo a hablar entre sí, a escribir o hablar por teléfono libremente. Hoy día, Turquía es el país con más periodistas encarcelados.
El partido gobernante, el AKP, ha establecido innumerables mecanismos para controlar la disidencia; mecanismos que hacen que quienes no están de acuerdo con el Gobierno teman ser detenidos e interrogados. Así las cosas, grupos e individuos han decidido sufrir en silencio.
Por otra parte, en la cultura del Medio Oriente no existen los juegos de suma positiva, los acuerdos beneficiosos para todos. Los turcos, como sus vecinos, consideran que ceder o disculparse es deshonroso. Como consecuencia, pasan mucho tiempo culpándose mutuamente y buscando chivos expiatorios, pero casi nunca admiten responsabilidad alguna por sus problemas. De ahí que la tensión bulla constantemente bajo la superficie.
Éste es el contexto en el que hay que interpretar los disturbios y manifestaciones contra el Gobierno de las últimas fechas.
Antes de que Erdogan llegara al poder (2002), con su promesa implícita de reinstaurar el islam como eje fundamental del Estado, muchos musulmanes practicantes se quejaban de que éste les discriminaba. En el Islam no puede haber separación entre religión y Estado, que debe ser gobernado por musulmanes y guiado por la ley y la cultura islámicas. Los musulmanes practicantes se sentían oprimidos por el régimen laico kemalista vigente desde la década de 1920, después de que el Imperio Otomano fuera desmantelado y Mustafá Kemal Atatürk llegara al poder. Atatürk adoptó usos y políticas duramente criticadas por los fundamentalistas islámicos, como la educación de la mujer, la separación entre religión y Estado y la vestimenta occidental. Él y sus partidarios decían que pretendían relegar el islam a la esfera privada y enseñar a las personas a tomar decisiones por sí mismas, en vez de seguir ciegamente a los líderes religiosos. Quienes querían que el Estado continuara siendo islámico se veían continuamente presionados a guardarse sus opiniones para sí mismos; de lo contrario, temían que cayera sobre ellos la ira del Estado laico. Algunos de los hombres de Atatürk eran religiosos, pero mantenían su fe apartada de las actividades relacionadas con el Estado. Mustafá Kemal no invadía el ámbito privado, a diferencia de lo que ha pretendido hacer Erdogan.
Desde que Erdogan y su AKP (Partido de la Verdad y la Reconciliación) llegaron al poder, han hecho lo que han podido, lenta pero decididamente, por desmantelar el aparato laico y tratado de imponer a todo el mundo su versión del fundamentalismo islámico suní, especialmente a los alevíes, que constituyen aproximadamente el 30% de la población.
En cuanto asumió el mando, Erdogan comenzó a desmantelar sistemáticamente las instituciones de Atatürk. Entre las decisiones y medidas que ha adoptado cabe citar el reconocimiento de la igualdad entre las escuelas elementales religiosas y las escuelas públicas laicas, la construcción masiva de mezquitas suníes –incluso en zonas donde no hay suníes–, el debilitamiento del estamento militar laico mediante acusaciones falsas seguidas de juicios-espectáculo y la creación de medios de comunicación que siguen sus órdenes sin cuestionarlas. El Estado ha grabado secretamente en situaciones comprometidas a personas a las que considera disidentes, o las ha detenido por delitos amañados; por ejemplo, las ha acusado de formar parte de conspiraciones para derrocar el Gobierno.
El programa reislamizador de Erdogan implicaba eliminar a Atatürk y al laicismo de tantos aspectos de la vida turca como fuera posible. Ahora son los laicos y los no suníes los que se sienten oprimidos. Así, los alevíes son objeto de un intento imperialista y agresivo de conversión al sunismo. Pese a que los alevíes no acuden a ellas, el régimen ha ordenado construir mezquitas en sus ciudades y pueblos, y obligado a sus niños a recibir formación religiosa suní, que se volvió obligatoria en las escuelas.
Erdogan intentó que los kurdos turcos, mayoritariamente suníes, fueran sus socios en su proyecto de construir una unión suní, lo que al parecer formaría parte de un plan para la reconstitución cultural (y, posiblemente, después política) del Estado otomano, desde el que los suníes pudieran volver a dominar todo Oriente Medio. Pero los kurdos han sido lastimados por los turcos en demasiadas ocasiones, y prefirieron otra clase de acuerdos en los que tuvieran más control sobre su destino. Otros grupos sociopolíticos, como los ecologistas y los comunistas, también se han sentido discriminados por Erdogan, que parecía limitar continuamente sus libertades.
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A diferencia de otras de Oriente Medio, la turca es una sociedad ordenada. La gente hace cola en la parada del autobús y a menudo espera pacientemente su turno para subir. Sin embargo, en el momento en que alguien empuja y trata de saltarse la cola, lo que en un momento parece completamente ordenado puede convertirse en un caos; actúa como una cerilla que enciende todas las demás. Como en el caso del frustrado vendedor ambulante tunecino que se prendió fuego por no poder conseguir una licencia para vender fruta, un observador externo podría tener la impresión de que las acciones y las reacciones son desproporcionadas y que lo verdaderamente importante es el mar de fondo. Los Gobiernos turcos lo han solido saber, y se han dotado de fuertes aparatos de seguridad para manejar situaciones así.
Para saber si una revuelta tiene o no potencial para perdurar, uno puede preguntarse si el régimen afectado tiene voluntad de y habilidad para hacer lo necesario a fin de restaurar la calma. En el pasado, fue relativamente sencillo. No había fácil acceso a los medios de comunicación internacionales. Los tiranos, los dictadores y otros hombres fuertes como Erdogan podían salirse con la suya acabando violentamente con los disturbios y las manifestaciones, mientras el mundo exterior no tenía forma de saber lo que ocurría. Tenían carta blanca para hacer lo que quisieran.
A dónde conducirán las manifestaciones turcas depende en gran parte de la reacción de los amigos y aliados de Erdogan, especialmente de Barack Obama. El secretario de Estado Kerry criticó públicamente a los turcos por emplear demasiada fuerza contra los manifestantes, "la mayoría de los cuales son ciudadanos respetuosos de la ley", destacó, sin que se sepa cómo podía juzgar la Administración estadounidense si eso era cierto o no. El ministro de Asuntos Exteriores de Turquía respondió criticando públicamente a su homólogo americano por inmiscuirse en los asuntos internos turcos.
Lo que podemos ver es que la reacción de la Administración estadounidense parece haber envalentonado a los manifestantes; saben que el mundo exterior está observando a Erdogan y que incluso su mayor aliado le ha criticado.
¿Se convertirá Turquía en un caos, como la mayoría de sus vecinos árabes? Por lo que se refiere a las fuerzas de seguridad, el país está mejor organizado que los de su entorno, incluso que Egipto, así que resulta difícil imaginárselo en una situación así de de caótica. Sin embargo, hay sectores turcos que están hartos de Erdogan; los manifestantes siguen clamando "¡Erdogan, dimisión! ¡Gobierno, dimisión!". El primer ministro ha respondido llamándolos çapulcu, es decir maleantes, vándalos, saqueadores. Los manifestantes han convertido este calificativo en timbre de orgullo.
En resumen, los acontecimientos de las últimas semanas han obligado a incluir en el orden del día turco toda clase de cuestiones que el Gobierno había tratado de enterrar. Ocurra lo que ocurra, Turquía ha demostrado que no es la estable isla de paz y democracia que sus aliados esperaban que fuera. Irán y Rusia se beneficiarán seguramente de ello, al igual que el sirio Asad: los tres se han convertido en rivales de Turquía.
Los kurdos también podrían beneficiarse: si el Estado turco demuestra ser débil, esta debilidad podría ayudarles en su intento de establecer una región más autónoma dentro del país, incluso de conformar una entidad independiente.
El pueblo turco podría ser el más beneficiado: podría volver a tener la oportunidad de tomar decisiones por sí mismo en vez de verse obligado a seguir a líderes islamistas y leyes inspiradas por la sharia que muchos no desean.