El otro día Husam Jader, un destacado activista de Al Fatah, se despertó con sonidos de disparos en el exterior de su casa, en el campo de refugiados de Balata, en el norte de la Margen Occidental. Jader, un crítico acérrimo de la corrupción de los dirigentes de la Autoridad Palestina (AP) y de su Gobierno, descubrió al salir que su coche y la puerta principal de su casa habían sido alcanzados por más de 20 balas.
Algunos de sus aterrorizados vecinos declararon haber visto a pistoleros enmascarados abandonar el lugar.
Pese a que nadie ha reivindicado el ataque, Jader ha hecho responsable del mismo al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás. Está convencido de que él, o alguien próximo a él, quería enviarle un mensaje de advertencia para que mantenga la boca cerrada.
Éste ha sido el tercer ataque de este tipo contra destacados representantes de Fatah en los últimos 18 meses. Hace unas semanas, pistoleros sin identificar abrieron fuego contra el coche de Mayed Abu Samaleh, un legislador de Fatah, delante de su casa de Ramala. Un tercer miembro del movimiento, Shami al Shami, que además pertenece al Consejo Legislativo palestino, tuvo menos suerte: el año pasado le dispararon cerca de su casa, en Yenín, y resultó herido.
Los tres tienen algo en común: representan a la nueva generación de Al Fatah y son conocidos por las críticas abiertas que hacen al liderazgo de la Autoridad Palestina. Los palestinos consideran estos ataques en el contexto de una lucha de poder entre la vieja y la nueva guardia en la Margen Occidental. La vieja guardia, encabezada por Abás, ha tratado siempre de evitar que surgiera un liderazgo joven. Y hasta ahora parece haber tenido éxito en su intento de tener un control exclusivo sobre la AP.
Esta lucha de poder surgió tras la firma de los Acuerdos de Oslo, cuando Yaser Arafat y los líderes de la OLP y de Al Fatah se trasladaron desde Túnez y otros Estados árabes a la Margen Occidental y la Franja de Gaza. La mayoría de los miembros de la nueva guardia se siguen sintiendo marginados por Abás y sus veteranos fieles.
A sus 78 años, Abás no siente la necesidad de allanar el camino a un liderazgo más joven. A estas alturas, él y su círculo íntimo parecen decididos a mantener un férreo control sobre la AP, aunque ello suponga tener que enviar pistoleros enmascarados para asustar a sus críticos.
Puede que por eso no haya una Primavera Palestina en la Margen Occidental. Si uno de sus habitantes ve a pistoleros enmascarados disparando contra destacadas figuras de Al Fatah, así como contra sus propiedades, se lo pensará diez veces antes de pronunciar una sola palabra en contra de Abás o de una autoridad de Ramala. Por otra parte, esto es lo que está empujando a un creciente número de palestinos a los brazos de Hamás y de otros grupos radicales.
Por supuesto, ninguno de los atacantes ha sido capturado. Y hay buenas razones para creer que nunca lo serán. Y es que es muy probable que sean miembros de las fuerzas de seguridad palestinas, o del brazo armado de Fatah, las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa.
Una cosa es que Abás use a pistoleros de su partido para intimidar a sus críticos, y otra muy distinta que él o alguno de sus ayudantes recurran para ello a los servicios de seguridad, entrenados y financiados por Occidente.
Esta semana se volvió a comprobar que los dirigentes de la Autoridad Palestina se sirven de las fuerzas de seguridad para intimidar a los críticos cuando otro miembro de Al Fatah, Sufian Abu Zayda, publicó un artículo de opinión en el que denunciaba enérgicamente el gobierno autocrático de Abás.
Abu Zayda es otro de los representantes de la nueva generación de Fatah. Su artículo indignó a Abás y a sus asesores más próximos. Pero en vez de responder a las acusaciones planteadas en dicho texto, la oficina del presidente emitió unas declaraciones, en nombre del "aparato de seguridad palestino", en las que se amenazaba y condenaba al representante de Al Fatah.
"Esas declaraciones son un ataque a las libertades públicas", señaló Abu Zayda. "Sería mejor que el aparato de seguridad tratara de descubrir la identidad de quienes están detrás los tiroteos, en vez de ocuparse de un ensayo político".
Al parecer, quienes financian regímenes autocráticos no se preocupan de las consecuencias a largo plazo, siempre que a corto plazo la seguridad quede garantizada. Pues bien, las consecuencias a largo son desastrosas: envalentonan a los radicales y contribuyen a que nuevas generaciones de árabes y musulmanes crezcan sobre la base del odio y los sentimientos antioccidentales.