Lo sucedido ante la mezquita de Al Aqsa durante las oraciones del primer viernes del Ramadán debería estar haciendo sonar las alarmas en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia.
Después de las oraciones, durante una manifestación en apoyo del depuesto presidente egipcio, Mohamed Morsi, miles de musulmanes comenzaron a gritar proclamas en contra de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Israel.
"¡Alá akbar, que Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia sean destruidos!", coreaban los manifestantes, en escenas que parecían estar teniendo lugar en una remota aldea afgana controlada por los talibanes.
Pero la manifestación no se estaba celebrando en Afganistán ni en Pakistán, sino delante de la mezquita de Al Aqsa durante el mes santo del Ramadán, en el que Israel permite que cientos de miles de palestinos procedentes de la Margen Occidental entren en Jerusalén para las oraciones del viernes.
¿Por qué los fieles musulmanes corearon eslóganes en contra de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia? Porque creen que esos países son enemigos del islam y estuvieron involucrados en la conspiración para apartar del poder en Egipto a los Hermanos Musulmanes.
Pero, por supuesto, esas manifestaciones no pueden celebrarse sin que se profieran amenazas y proclamas contra los judíos.
¿Por qué los judíos? Porque la meta declarada de estos extremistas es destruir Israel y establecer un Califato islámico.
Es aterrador ver a miles de musulmanes entonando "¡Jaybar, Jaybar, judíos… El ejército de Mahoma regresará!"
Por supuesto, se referían a la batalla de Jaybar, del año 629, en la que combatieron musulmanes y judíos que vivían en el oasis de ese nombre, en la Península Arábiga.
Allí, los judíos fueron atacados tras ser acusados por los musulmanes de fomentar las hostilidades entre las tribus árabes. Los judíos, finalmente, se rindieron, y se les permitió vivir en Jaybar a cambio de que entregaran la mitad de lo que produjeran a los musulmanes.
Los manifestantes de la mezquita de Al Aqsa esperan que los musulmanes vuelvan a atacar a los judíos, esta vez en Israel, y que les obliguen a someterse, y que les hagan o bien marcharse, o bien acceder a vivir como una minoría humillada bajo el dominio de un califa islámico.
Lo que resulta preocupante es que algunos de esos manifestantes eran ciudadanos israelíes afiliados al Movimiento Islámico en Israel, encabezado por el jeque Raed Salah. Este movimiento, vinculado a los Hermanos Musulmanes y a Hamás, tiene miles de partidarios entre la comunidad árabe israelí.
Dos días después, el domingo, el Movimiento Islámico organizó otra manifestación en apoyo de Morsi y de los Hermanos Musulmanes de Egipto, esta vez en el norte de Israel.
La manifestación antiisraelí en la mezquita hierosolimitana de Al Aqsa es una señal del creciente poder de los extremistas musulmanes en la ciudad y en la Margen Occidental.
Se trata de una amenaza real e inminente, no solo a Israel y a sus aliados occidentales, sino al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, y a sus fieles en la Margen.
Esta amenaza explica también por qué la AP se precipitó a condenar a los extremistas por usar la mezquita como plataforma para "promover programas foráneos", es decir, los de los Hermanos Musulmanes y otros grupos islamistas radicales.
Los miles de manifestantes no se olvidaron de criticar a la Autoridad Palestina por "venderse a los judíos" y aceptar una solución de dos estados, en vez de buscar la destrucción de los judíos.
Estas diatribas antijudías y antiamericanas tuvieron lugar al tiempo que el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, renovaba sus intentos de hacer que Abás y los dirigentes de la AP regresaran a la mesa de negociaciones con Israel.
Incluso si Abás aceptara regresar, siempre tendría miedo de los extremistas, de los que se espera que recrudezcan sus ataques contra él si las conversaciones con Israel siguen adelante.
A diferencia de Kerry, Abás ve y escucha las voces de los extremistas ante la mezquita de Al Aqsa y otros lugares sagrados del islam en la Margen Occidental y en la Franja de Gaza. Y eso es, precisamente, por lo que nunca accederá a firmar un acuerdo de paz con Israel: eso le convertiría en el mayor traidor ante los palestinos y el mundo islámico.