La preferencia de la Administración Obama por la diplomacia con Irán frente a la acción militar resulta encomiable. Hay una oportunidad de que la diplomacia pueda llegar a lograr más de lo que han hecho las sanciones. En esta posibilidad radica el acuerdo sobre el programa nuclear iraní recientemente alcanzado.
Nadie sabe con certeza si Irán va en serio cuando promete que nunca buscará obtener ni desarrollará armas nucleares a cambio del fin de las sanciones y de su aislamiento internacional. No se sabe con seguridad si existe una lucha interna en Irán en la que se esté debatiendo y considerando esta cuestión; tampoco se sabe a ciencia cierta si el acuerdo que se acaba de firmar alentará a quienes allí se muestran partidarios de acabar con la búsqueda iraní de armas nucleares (si es que los hay), o si reforzará a los partidarios de la línea dura que simplemente pretenden ganar tiempo. Lo único que es seguro es que no estamos seguros de las auténticas motivaciones que subyacen a su disposición a establecer negociaciones y a congelar su programa nuclear durante seis meses a cambio de una reducción en las sanciones.
La diplomacia en condiciones de incertidumbre siempre plantea riesgos a todas las partes. Estados Unidos está listo para asumir el riesgo porque tiene bastante menos que perder si se equivoca. Israel y Arabia Saudí no están dispuestos a correr con él porque tienen mucho más que perder si la estimación norteamericana resulta ser errónea.
Muchos expertos norteamericanos en diplomacia, cuestiones nucleares, política o economía creen que incluso para Estados Unidos los riesgos superan a los beneficios, y que, por tanto, éste ha sido un mal acuerdo para nuestro país. Otros disienten. Lo importante es que no se trata tan sólo de una disputa entre Estados Unidos e Israel, como han querido describirla algunos. Es una cuestión muy debatida dentro de Estados Unidos, en el seno del Partido Demócrata, entre los expertos nucleares y en el estamento diplomático.
Tampoco debería considerarse por quienes se oponen a este acuerdo, entre los que me cuento, como una muestra de mala fe hacia Israel por parte de la Administración Obama. Es un desacuerdo razonable entre amigos respecto a cuál debería ser la mejor línea de actuación a corto y a largo plazo. Sin embargo, las apuestas están demasiado altas para Israel, porque no puede permitirse que Estados Unidos se equivoque en su análisis y evaluación de los riesgos conocidos.
Pienso que Estados Unidos se equivoca, porque creo que el Líder Supremo iraní, en su búsqueda de la hegemonía sobre Oriente Medio, está decidido a asegurarse de tener la capacidad de obtener armas nucleares. No creo que el rostro sonriente del recién elegido (con el beneplácito del Líder Supremo) presidente de Irán refleje la actitud de los actuales dirigentes de la República Islámica.También creo que uno de los objetivos de éstos es abrir una profunda brecha entre Estados Unidos y sus aliados en Oriente Medio, especialmente Israel y Arabia Saudí. Este acuerdo ha contribuido a ello.
Ahora que el reloj con el que se cuentan esos seis meses se ha puesto en marcha, ¿qué puede hacerse para sacar partido de una situación peligrosa? En primer lugar, el Congreso puede colgar dos espadas de Damocles sobre el cuello de Irán. Ahora puede autorizar al presidente a que intervenga militarmente en el caso de que los iraníes infrinjan su parte del acuerdo y empiecen a actuar de forma clandestina para desarrollar armas nucleares. En segundo lugar, puede establecer severas sanciones que entrarían en vigor automáticamente si se descubriera que Irán sólo estaba ganando tiempo y no tenía la intención de detener su programa de armamento nuclear.
Los iraníes acudieron a la mesa de negociaciones tan sólo gracias a la combinación de unas duras sanciones y una opción militar realista. Hay que mantener estos dos palos sobre el tablero si se quiere que la zanahoria que suponen unas sanciones reducidas tenga alguna posibilidad de surtir efecto.
Israel también debe mantener su presión militar sobre Irán, y Estados Unidos debería dejar claro que si los israelíes se vieran en la necesidad de emplear, como último recurso, la opción militar, podrían contar con su apoyo.
Son tiempos difíciles y peligrosos. Los riesgos son considerables para todas las partes. Es momento de que los aliados permanezcan unidos y no permitan que sus diferencias abran la clase de brecha que Irán pretende favorecer y aprovechar. A menos que se acuerde un compromiso para evitar que la República Islámica alcance capacidad armamentística nuclear, el resultado final será como el del caso de Corea del Norte, en el que ésta se valió de la diplomacia para encubrir su desarrollo de armas nucleares.
Si los iraníes acaban valiéndose de este acuerdo para desarrollar armas nucleares, el resultado sería un vuelco que podría provocar una catástrofe. Un Irán con armas atómicas es algo que debe evitarse a toda costa, como ha prometido hacer el presidente Obama. Debemos mantener nuestra palabra y mantener la opción militar sobre el tablero por si falla la diplomacia… cosa que bien podría suceder. Lo único que sería más peligroso que un ataque militar contra el programa iraní de armas nucleares es un Irán con armas nucleares.