Aprovechando su presencia en Siria, Hezbolá ha estado tratando de abrir un nuevo frente contra Israel.
En los últimos 18 meses, Hezbolá y sus patrocinadores de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní (GRI) han estado lanzando una serie de ataques contra Israel desde su nuevo centro de operaciones en el sur de Siria.
Tras el ataque aéreo del domingo 18 de enero (atribuido por los medios a la Fuerza Aérea Israelí), en el que murieron doce miembros de alto rango de Hezbolá y de la Guardia Revolucionaria en las proximidades de Quneitra, junto a la frontera siro-israelí, Israel se prepara para un posible ataque de Hezbolá e Irán.
Aunque Israel no se ha responsabilizado oficialmente del ataque, sería lógico considerarlo una acción preventiva, destinada a eliminar un peligro inminente en la frontera con Siria. Dicho peligro sería la formación de una segunda base terrorista de Hezbolá, aparte del Líbano.
La Guardia Revolucionaria iraní y la organización libanesa han comenzado a desempeñar una labor dual en el área geográfica antaño conocida como República Árabe Siria, un país que ya no existe tal y como aparece en los mapas. Irán y Hezbolá están siendo la máquina que mantiene con vida al disminuido pero aún funcional régimen de Asad, que actualmente controla tan solo Damasco, Alepo y la costa mediterránea.
Tras llegar a Siria en auxilio del régimen, Hezbolá, actuando según órdenes iraníes, ha extendido su presencia en diversas zonas del país. La República Islámica también ha reforzado su presencia, fundamentalmente por medio de miembros de su Guardia Revolucionaria.
Al mismo tiempo, la GRI y Hezbolá han empezado a construir una base terrorista en Siria desde la que atacar Israel, aparte del pseudoestado respaldado por Irán que el movimiento posee en el sur del Líbano.
La nueva base siria, en la frontera nororiental israelí, brinda a Hezbolá la opción de atacar a Israel y alejar la respuesta de éste del Líbano, donde oculta sus principales activos: más de 100.000 cohetes y misiles que podría reservar para una futura batalla causada por el programa de armamento nuclear iraní.
Además, Hezbolá está sometido a presiones domésticas para que no arrastre al Líbano a un nuevo y devastador conflicto con Israel.
Los agentes de Hezbolá y de la GRI que cayeron en el ataque aéreo del día 18 estaban preparándose para intensificar esos ataques de forma significativa. Sus planes incluían el uso de cohetes y la comisión de asaltos al otro lado de la frontera por células terroristas. Estos planes de ataque eran de una escala mucho mayor que los del pasado.
En ese contexto tuvo lugar el ataque aéreo de hace dos semanas.
Ahora todas las miradas están puestas en el norte de Israel, para ver si Hezbolá e Irán contraatacan allí. El líder de la Guardia Revolucionaria, el general Mohamed Alí Jafari, amenazó el pasado martes a los israelíes con "relámpagos devastadores"; unas amenazas que Israel no puede permitirse tomar a la ligera.
Sin embargo, resultaría bastante seguro asumir que Hezbolá desea evitar el estallido de un conflicto abierto. Una guerra de ese tipo expondría al Líbano a una potencia de fuego israelí sin precedentes, y, análogamente, haría que Israel se viera expuesto como nunca a ataques con cohetes y a infiltraciones terrestres, aéreas y navales por parte del movimiento islamista libanés.
Si estallara dicho conflicto, muchas zonas del sur del Líbano podrían acabar convertidas en ruinas, y los muchos enemigos suníes de Hezbolá podrían aprovechar la debilidad de sus enemigos chiíes para abalanzarse sobre ellos, lo que arrastraría al País del Cedro a la guerra siria.
Esa clase de resultado no beneficiaría en absoluto a Hezbolá ni a Irán. Pero en Oriente Medio los errores de cálculo ya han sido causa de costosas equivocaciones en el pasado, y los acontecimientos pueden cobrar vida propia.