Mientras el régimen de Bashar al Asad sigue perdiendo terreno en Siria, y sus aliados, Irán y Hezbolá, despliegan cada vez más efectivos en los campos de batalla para tratar de evitar su colapso, el futuro de este país caótico y devastado por la guerra parece destinado a estar dominado por fuerzas radicales suníes y chiíes.
La presencia de esas fuerzas fundamentalistas, que libran una guerra a muerte sectario-religiosa, es un aviso de lo que se le avecina a la región: cuando los Estados se descomponen, aparecen las entidades radicales para hacerse con el control. Pensar que, como ahora están enzarzados entre sí, los elementos suníes y chiíes más adelante no supondrán una amenaza a la seguridad mundial no es más que querer hacerse ilusiones.
La reforzada presencia de radicales en Siria tendrá un impacto directo sobre la seguridad internacional, aunque Occidente parece estar más empeñado en centrarse sólo en la amenaza que supone el Estado Islámico (EI) y no considera lo que probablemente sea una amenaza mayor: el eje encabezado por Irán. Es la República Islámica la que está en el centro de ese eje tan involucrado en Siria.
La amenaza que supone para Occidente el Estado Islámico en Siria e Irak es evidente: sus exitosas campañas y sus actividades internacionales, que van en aumento, supondrán sin duda una enorme base para la actividad terrorista yihadista mundial, una plataforma desde la que lanzar ataques contra el extranjero, y cimentarán una campaña propagandística de reclutamiento.
De hecho, ya se ha convertido en un imán para los voluntarios musulmanes europeos. El regreso de éstos a sus hogares como yihadistas curtidos en combate supone un claro peligro para la seguridad nacional de sus Estados.
Pero la amenaza que supone el eje dirigido por Teherán, enormemente activo en Siria, es mayor. Con un Irán a punto de convertirse en potencia nuclear regional como patrocinador, el eje planea desestabilizar y derrocar Gobiernos suníes estables de Oriente Medio y atacar a Israel. Y, en última instancia, también tiene la mira puesta en sabotear el orden internacional para promover la revolución islámica iraní.
Ése es el eje del que el régimen de Asad se ha vuelto completamente dependiente para sobrevivir.
Actualmente, el EI, una organización suní radical que busca establecer el Califato, controla la mitad de Siria, mientras que en todo el país pueden encontrarse unidades de Hezbolá (extremistas chiíes libaneses) que, junto a sus patronos, la Guardia Revolucionaria Iraní, luchan de parte de las extenuadas y asediadas fuerzas del régimen.
Debe vigilarse estrechamente la cada vez mayor presencia de los iraníes y de Hezbolá. Según informan los medios internacionales, a comienzos de este año Israel destruyó en el sur de Siria un convoy del movimiento libanés y de la Guardia Revolucionaria integrado por efectivos experimentados asignados al establecimiento de una base desde la que lanzar ataques contra los Altos del Golán. El Reino Hachemita de Jordania también tiene motivos para preocuparse.
"Los combatientes chiíes libaneses de Hezbolá están profundamente involucrados en la guerra civil siria. (Imagen tomada de un vídeo de propaganda de Hezbolá). |
Siria se ha convertido en un territorio al que llegan cada vez más armas, algunas de ellas muy avanzadas, lo que le permite a Hezbolá hacerse con misiles guiados y al Estado Islámico y al Frente al Nusra aumentar sus cada vez mayores arsenales.
Otras organizaciones rebeldes, algunas de ellas patrocinadas por Arabia Saudí, Turquía y Qatar, también están actuando en Siria. Estos grupos representan el intento de los Estados suníes por ejercer su influencia en el país.
Pese a todos los esfuerzos realizados para apoyarlo, el régimen de Asad sufrió otro revés hace poco, cuando el EI tomó la ancestral ciudad de Palmira, lo que facilita su avance sobre Damasco. Al oeste, cerca de la frontera libanesa, la filial de Al Qaeda en Siria, el Frente Al Nusra, también realizó progresos. Amenazó con entrar en el Líbano, lo que obligó a Hezbolá a lanzar un contraataque para recuperar esas zonas.
Estos acontecimientos bosquejan lo que será el futuro de Siria: un territorio permanentemente dividido, en el que seguirán librándose conquistas y contraataques; el escenario de una catástrofe humanitaria que provocará oleadas de millones de refugiados que podrían desestabilizar a los países vecinos. El país está abocado a seguir siendo un territorio controlado por facciones sectarias, algunas de las cuales planean extender su destructiva influencia mucho más allá de Siria.
Los acontecimientos en Siria han mostrado que idea de que los ataques aéreos podrían frenar de algún modo el avance del EI es pura fantasía. Y, lo que es más importante, también han demostrado que la política de Washington de colaborar con Irán en un posible gran acuerdo para estabilizar la región –mientras que no se adopta una postura más firme contra el régimen de Asad, asesino de civiles– resulta igual de infructuosa.
La política de hacerle la vista gorda al eje dirigido por Irán, incluido el régimen de Asad, parece estar haciendo más mal que bien.