Para el Gobierno islamista turco romper con Israel, un aliado regional creíble hasta 2009, supuso un movimiento calculado. La famosa diatriba que el entonces primer ministro Recep Tayyip Erdogan lanzó en Davos contra el entonces presidente israelí, Simón Peres, fue el principio del choque deliberado con el Estado judío: una campaña sistemática basada en un discurso y unas acciones antisionistas y antisemitas que captarían votos en casa y ayudarían a que Turquía emergiera, poderosa, con sus ambiciones neo-otomanas en el mundo árabe. Así fue, y en Ankara perdieron las ganas de distensión... al menos, hasta el 7 de junio de este año.
Ese día, cuando acudieron a las urnas, los turcos no sabían que el resultado no sólo privaría al gobernante AKP (Partido Justicia y Desarrollo) de su mayoría parlamentaria por primera vez desde 2002, sino que además podría recordar de forma convincente al Gobierno que era hora de revisar su política exterior, prácticamente colapsada, incluidas las relaciones con Israel.
El 6 de junio la distensión con Israel era prácticamente una imposibilidad. El 8 de junio sólo era improbable. El mes que viene, dependiendo del cariz que vayan tomando las negociaciones para formar la coalición de Gobierno, puede que sea una posibilidad.
No es ninguna sorpresa que la prensa israelí haya informado de que el director general del Ministerio de Exteriores, Dore Gold, se ha reunido en Roma con un diplomático turco de alto rango, el subsecretario de Exteriores Feridun Sinirlioglu, que fue embajador en Israel de 2002 a 2007.
El 23 de junio ni Jerusalén ni Ankara negaron que tal reunión hubiera tenido lugar. El 24 el ministro de Asuntos Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, confirmó que se estaban celebrando reuniones con Israel al objeto de lograr algún tipo de acercamiento entre ambos países, si bien deslizó que no debía dársele una importancia indebida a esos encuentros.
Es una buena señal, pero no basta para un prematuro optimismo. "La opinión generalizada en Jerusalén es que la reconciliación será extremadamente difícil mientras Erdogan siga en el poder", según se expone en un artículo del Jerusalem Post. Puede ser. Pero es mucho menos difícil un escenario en el que Erdogan siga moviendo los hilos todo lo que quiera y se beneficie del antisionismo inherente a su ideología (en una ocasión afirmó que el sionismo era un crimen contra la humanidad).
Las campañas electorales paralelas de Erdogan y de su primer ministro, Ahmet Davutoglu, no fueron este año distintas de las de otras ocasiones: promesas de solidaridad con los "hermanos palestinos" y "oraciones en la mezquita de Al Quds en la capital palestina, Quds [Jerusalén]". Por primera vez desde 2002, las promesas mitineras de "conquistaremos Quds" no hicieron que aumentara el número de votos del AKP; de hecho, cayó del 50% (en las legislativas de 2011) al 41%, y perdió la mayoría parlamentaria. Así que puede que el mercado de la propaganda antiisraelí haya llegado al punto de saturación.
El partido de Erdogan (y Davutoglu) tiene que aliarse (a regañadientes) con alguno de la oposición, si es que quiere permanecer en el poder. Cualquier potencial compañero de coalición tendrá que insistir, entre otros polémicos asuntos domésticos, en recalibrar a fondo la política exterior turca, con Siria en primer plano. Un acuerdo de coalición, sobre todo con la principal formación opositora (socialdemócrata), el Partido Popular Republicano (CHP), pondría coto a las ambiciones regionales neo-otomanas del AKP y suavizaría su radical política antiisraelí.
Eso no significa que sea probable una reconciliación entre Turquía e Israel. Al contrario, parece que las probabilidades siguen estando en contra. Pero si va a haber una reconciliación entre estos dos antiguos aliados, puede que ahora sea el momento de sentar las bases.
Cualquier posible desconfianza por parte de Israel es perfectamente comprensible. Ha habido demasiada mala sangre estos últimos años como para que haya optimismo. Y ni Erdogan ni Davutoglu han cambiado de opinión sobre Israel o los "malditos judíos". Lo único que pasa es que las circunstancias de la política doméstica han cambiado.
Puede que ser optimistas sea una tontería, pero un optimismo relativo y ultraprudente podría no serlo tanto.
Antes del 7 de junio, Turquía estaba políticamente dividida (y profundamente polarizada), prácticamente al 50%. Ahora sigue estándolo, pero los porcentajes son 60-40 en contra de Erdogan y Davutoglu. Ese cambio del 10% no carece de relevancia para los cálculos parlamentarios, donde un escaño más o menos es de una importancia vital para el AKP. En momentos como éste, el aparentemente saturado mercado antisionista ya no es tan decisivo como antes.
Si el encuentro entre Gold y Sinirlioglu realmente se produjo, no sería el primero de ese estilo. Pero tiene valor simbólico. Sinirlioglu, diplomático de carrera, es uno de los principales confidentes de Erdogan y un astuto diplomático sin sentimientos islamistas.
Si las terriblemente deterioradas relaciones entre Ankara y Jerusalén han de repararse, éste es un buen momento para empezar a hacerlo.