La jefa del Servicio de Seguridad de la Policía Noruega (PST, por sus siglas en noruego), Benedicte Bjørnland, participó recientemente en una conferencia sobre seguridad en Suecia, donde advirtió contra una mayor inmigración musulmana.
"No se puede asumir –decía– que los que llegan nuevos se adaptarán automáticamente a las normas y reglas de la sociedad noruega. Además, los que llegan nuevos no son homogéneos, y pueden traer conflictos étnicos y religiosos con ellos... Si surgen las sociedades paralelas, la radicalización y los entornos extremistas –añadió–, tendremos problemas a la larga como servicio de seguridad".
Los cambios de los que habla Bjørnland –las sociedades paralelas, la radicalización y los entornos extremistas– no son nada nuevo; han estado proliferando en toda Europa durante años. El suburbio belga de Molenbeek, donde residían dos de los autores de los atentados terroristas de París del pasado noviembre, es una conocida "guarida de terroristas". Sin embargo, la alcaldesa de Molenbeek ignoró la lista que recibió un mes antes de los atentados de París "con los nombres y direcciones de más de 80 personas sospechosas de ser militantes islamistas que viven en su área", según el New York Times. "¿Qué se supone que tenía que hacer con ellos? No es mi trabajo vigilar a posibles terroristas", dijo la alcaldesa Schepmans. "Eso es responsabilidad de la policía federal".
Estas declaraciones son, en muchos aspectos, sintomáticas del fracaso europeo al abordar los problemas de seguridad a los que se enfrenta Europa. Siempre se supone que el problema es de otro.
Anders Thornberg, jefe del Servicio de Seguridad sueco (SÄPO, por sus siglas en sueco), suplicó literalmente a la sociedad que ayudase. "Los entornos islamistas han crecido considerablemente en los últimos cinco años", dijo, "y las tensiones están creciendo entre varios grupos de la población. Necesitamos que toda la sociedad ayude a luchar contra la radicalización, ya que la velocidad a la que puede funcionar un servicio de seguridad es limitada".
Esta es una opinión que rara vez, o nunca, ha sido expresada por un funcionario noruego o sueco. Al parecer, el temor a ofender las sensibilidades musulmanas ha prevalecido hasta ahora sobre las preocupaciones por la seguridad. Pero incluso Suecia, que se ve a sí misma como una "superpotencia humanitaria", y que hasta ahora había prometido mantener sus puertas abiertas a todos los migrantes y refugiados, ha tenido que reconsiderar su política. A finales de noviembre de 2015, la viceprimera ministra de Suecia, Asa Romson, dijo, con reticencias y entre lágrimas, que el Gobierno se había visto obligado a "tener en cuenta la realidad", dado el inmenso número de migrantes que estaban entrando en el país. Suecia (y Dinamarca) reforzaron sus controles fronterizos hace pocas semanas.
Es cuestionable, sin embargo, que las llamadas de advertencia de los servicios de seguridad escandinavos vayan a tener algún impacto visible en el curso político de sus líderes, especialmente si hay que atender a las últimas declaraciones del primer ministro sueco, Stefan Löfven.
En una entrevista en el Foro Económico Mundial de Davos, el pasado 21 de enero, Löfven declaró que era "un error" mezclar las agresiones sexuales a las mujeres europeas o la amenaza del ISIS con la migración masiva que llega a Europa: "El acoso sexual no está automáticamente vinculado a la migración y la inmigración. Por desgracia, hemos tenido acoso sexual en Suecia durante demasiados años, por desgracia", le dijo Löfven a la CNBC, haciendo ver que la afición al taharrush [acoso sexual colectivo], importada de Oriente Medio, contra miles de mujeres en Colonia y otras ciudades europeas en Nochevieja no tiene nada que ver con los migrantes.
"Lo que ahora tiene que estar muy claro es que esto no es aceptable, que está totalmente fuera de lugar y que tenemos que dar un mensaje muy claro para demostrar a estas chicas y mujeres que por supuesto tienen derecho a andar por la ciudad (...) sin acoso sexual", añadió Löfven.
No, las chicas y mujeres no son las que necesitan "un mensaje claro", sino los hombres que las acosan y las violan, especialmente en un país que ahora se conoce como la capital de las violaciones en Occidente.
La negativa del primer ministro sueco a "afrontar la realidad" –que incluye que los terroristas del ISIS entren en Europa junto con los migrantes– es inquietante y debería preocupar mucho a los ciudadanos suecos. También muestra la enorme brecha entre el Servicio de Seguridad sueco y el Gobierno en la percepción de la situación actual.
El jefe del Servicio de Seguridad sueco tiene, efectivamente, todos los motivos para rogar a la sociedad que ayude a luchar contra los desafíos a los que se enfrenta Suecia. Teniendo en cuenta al actual gobierno sueco, va a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir.
La brecha adicional entre las genuinas preocupaciones de los servicios de seguridad e inteligencia de varios países, por un lado, y el temor de los Gobiernos a ofender las sensibilidades musulmanes y aventurarse a explicaciones que vayan más allá de lo políticamente correcto por otro, no se limita a Suecia, sino que es evidente en toda la Europa occidental.
Los servicios de inteligencia y seguridad europeos han advertido durante mucho tiempo que, dado el aumento de la migración musulmana y el subsiguiente crecimiento de las sociedades paralelas y los entornos extremistas, no pueden dar abasto con las crecientes amenazas de terrorismo yihadista, que en la última década han crecido exponencialmente.
En los Países Bajos, el movimiento yihadista holandés inició a finales de 2010 un proyecto de gran alcance para profesionalizarse, y adoptó métodos de propaganda desarrollados por yihadistas británicos. "El creciente impulso del yihadismo holandés plantea una amenaza sin precedentes al orden legal democrático de los Países Bajos", afirmó el servicio de inteligencia holandés, AIVD, en otoño de 2014.
En Alemania, los servicios de inteligencia advirtieron a principios de otoño de 2015: "Estamos importando extremismo islámico, antisemitismo árabe y conflictos nacionales y étnicos de otras poblaciones, así como una comprensión distinta de la sociedad y de la ley".
Cuatro grandes agencias de seguridad alemanas dejaron claro lo siguiente: "Las agencias de seguridad alemanas (...) no estarán en condiciones de resolver estos problemas de seguridad importados y, por tanto, las reacciones que surjan de la población alemana". Aun así, esta advertencia directa, que se filtró a la prensa local, no hizo que la canciller Angela Merkel cambiara su política de puertas abiertas. Aunque Alemania ha implantado controles fronterizos, siguen procesándose 2.000 solicitudes de asilo cada día.
En Gran Bretaña, el MI5 ha reconocido abiertamente que no puede frenar todos los ataques terroristas en su territorio. En octubre de 2015, Andrew Parker, director general del Servicio de Seguridad, dijo que la "escala y el tempo" del peligro para el Reino Unido está ahora a un nivel que no había visto en sus 32 años de carrera. Advirtió de que, pese a que la amenaza del ISIS contra el Reino Unido va en aumento, el MI5 "nunca" puede tener la seguridad de detener todas las tramas terroristas.
No es una sorpresa. La policía británica está vigilando a más de 3.000 extremistas islamistas que han crecido en el país y que están dispuestos a cometer atentados en él, según advirtieron fuentes de la seguridad británica. Eso es un aumento del 50 por ciento en menos de una década. Ya en noviembre de 2014, Sir Bernard Hogan-Howe, comisario de la Policía Municipal, dijo en una conferencia internacional sobre terrorismo que el 25 por ciento del crecimiento de la población en el Reino Unido había llegado a Londres en los últimos 10 años, y que plantea muchas dificultades a las fuerzas policiales, que no pueden seguir el ritmo de la inmigración.
Las dificultades para vigilar adecuadamente a tantos extremistas e impedir de manera efectiva que cometan actos terroristas se ha convertido también en un tremendo desafío, agravado por el gran número de extremistas. Stella Rimington, exdirectora del MI5, calculó en junio de 2013 que harían falta unos 50.000 espías a tiempo completo para vigilar a 2.000 extremistas o extremistas en potencia las 24 horas al día, siete días a la semana. Eso supondría más de diez veces el número de personas que trabajan actualmente para el MI5.
La situación no es muy distinta en muchos otros países europeos. En Alemania, Hans-Georg Maassen, jefe de la agencia de seguridad interior, BfV, afirmó que su oficina tenía constancia de casi 8.000 islamistas radicales en el país. Dijo que todos estos extremistas defienden la violencia para conseguir sus objetivos, de los cuales algunos tratan de convencer a los migrantes, y que su oficina recibe uno o dos "chivatazos que se puedan considerar precisos" sobre planes terroristas cada semana.
La mayoría de los países europeos, como Alemania, Gran Bretaña y Francia, están operando en el mayor nivel de alerta terrorista que jamás hayan alcanzado. Los servicios de inteligencia están tratando de lidiar con una situación que va más allá de lo que se podría haber imaginado hace una década.
La lucha contra la amenaza terrorista nunca se va a ganar, sin embargo, con solo invertir más recursos económicos y humanos en los esfuerzos contraterroristas, aunque ese es por supuesto un primer paso necesario. Mientras que los líderes políticos nacionales que mandan sobre los servicios de seguridad e inteligencia sigan negándose a afrontar abiertamente la amenaza, sin tapar el problema con lenguaje políticamente correcto, nunca serán capaces de reducirlo, y mucho menos de eliminarlo.