El otro día, el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abás, volvió a incidir en su ultimátum sobre cualquier reavivamiento del proceso de paz con Israel.
"Tengo 81 años y no voy a acabar mi vida inclinándome, haciendo concesiones o vendiéndome". Así se expresaba un desafiante Abás en un mitin en Ramala conmemorativo del 12º aniversario de la muerte de su predecesor, Yaser Arafat. "No tengo ninguna intención de pasar a la historia como el líder que pactó con Israel".
Como Arafat, Abás prefiere morir siendo un intransigente que logrando un acuerdo de paz con Israel.
La posición de ambos líderes palestinos tiene un fuerte arraigo en la tradición y la cultura palestinas, donde cualquier concesión o pacto con Israel se considera alta traición.
En el verano de 2000, a su regreso a Ramala tras asistir a la chapucera cumbre de Camp David, Arafat explicó su decisión de rechazar la oferta que le presentó el primer ministro israelí, Ehud Barak. Según Arafat, Barak quería que los palestinos hiciesen concesiones sobre Jerusalén y sus santos lugares. "Quien ceda un solo grano de la tierra de Jerusalén no pertenece a nuestro pueblo", proclamó Arafat. "Queremos toda Jerusalén: toda ella, toda ella. ¡Revolución hasta la victoria!".
En Camp David, Arafat y sus negociadores exigieron la plena soberanía sobre toda la Margen Occidental, la Franja de Gaza y Jerusalén Este, incluidos los lugares sagrados del Barrio Judío y la Ciudad Vieja. También reiteraron su vieja exigencia de la aplicación total del derecho al retorno de los refugiados palestinos, lo que permitiría a cientos de miles de palestinos entrar masivamente en Israel.
Se dice que Barak, por su parte, ofreció a los palestinos un Estado que se establecería en el 91% de la Margen, grandes áreas de Jerusalén Este y toda la Franja. Lo que es seguro es que Barak quiso que el líder palestino hiciera algunas concesiones en los explosivos asuntos de Jerusalén y los refugiados.
Camp David fracasó en el momento en que Arafat comprendió que no iban a satisfacerse todas sus exigencias. Arafat dijo después a su círculo de confianza que se marchó de la cumbre porque no quería pasar a la historia como el líder que había sucumbido a la presión israelí y estadounidense.
Dieciséis años más tarde, Abás, de pie junto a la tumba de Arafat en Ramala, suelta parecidas peroratas. Abás, jurando seguir el camino de Arafat y honrar su legado, dijo que se estaba "inspirando" en la "determinación" y "firmeza" de su predecesor.
Abás, al menos, es franco respecto a sus intenciones. Nadie –ni los israelíes, ni los americanos ni los europeos– debería albergar la menor ilusión, dice sin rubor. La "paz" con los palestinos, dice, pasa por que Israel satisfaga todas y cada una de las exigencias que Arafat y él han hecho. En otras palabras: se trata de una "paz" sin la menor concesión palestina.
Como su predecesor, Yaser Arafat (izquierda), el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás (derecha), prefiere morir como un intransigente antes que alcanzar un acuerdo de paz con Israel. |
Arafat sigue gozando de una inmensa popularidad entre los palestinos porque murió sin haberse vendido a Israel. Su estatus de héroe se debe a su rechazo a lo que se le ofreció en Camp David. Si Arafat hubiese aceptado la oferta de Barak, se le habría condenado como un "peón" en manos de los israelíes y los americanos, como un líder fracasado traidor de su pueblo.
No es la primera vez que Abás se disfraza de Arafat. Durante muchos años ha seguido sus pasos y honrado su legado. Además, Abás es muy consciente de que, como Arafat, no tiene la autorización de su pueblo para hacer concesión alguna a Israel. Esto se debe no sólo a que Abás se encuentra en su decimosegundo año de mandato, pese a haber sido elegido para una legislatura de cuatro. Aunque fuese un presidente legítimo, seguiría sin avistarse ninguna concesión a Israel. Se cuenta que Arafat dijo que rechazó la oferta de Barak porque no quería acabar tomando el té con el asesinado presidente egipcio Anuar Sadat, el primer líder árabe que firmó un acuerdo de paz con Israel.
Así pues, Abás no tiene ninguna prisa por volver a la mesa de negociaciones con Israel. De hecho, para Abás no hay negociaciones, sólo demandas. Sabe que, si hubiera alguna concesión por su parte, sería denostado por su pueblo (o asesinado). De ahí que haya evitado en los últimos años insinuar siquiera una negociación con Israel, y que en cambio haya volcado sus energías en doblar la mano a la comunidad internacional para imponer una solución a Israel que contemple casi todas las demandas de los palestinos.
Abás y el liderazgo palestino en Ramala quieren que la comunidad internacional les entregue lo que Israel no les va a dar en la mesa de negociaciones. Abás espera lograr su objetivo mediante conferencias internacionales sobre Oriente Medio, como la que planea Francia, o gracias a Naciones Unidas u otros organismos e instituciones internacionales.
De hecho, esta ha sido la única estrategia de Abás en los años recientes: una guerra diplomática en el ámbito internacional con el objetivo de aislar y deslegitimar a Israel para obligarlo a acatar todas las exigencias palestinas. Por supuesto, esta estrategia tiene sus riesgos. Sin embargo, si fracasa, Abás por lo menos saldrá de escena sin llevar el sambenito de "traidor". Su sucesor –espera– se apostará junto a su tumba y jurará seguir sus pasos, como él ha hecho con Arafat. Y no se trata de una vana esperanza.
Gracias a décadas de adoctrinamiento y retórica antiisraelíes, de la que tanto Arafat como Abás son responsables, los palestinos han sido radicalizados hasta el punto de que es imposible identificar a un solo líder que pudiera negociar de buena fe con Israel. En las actuales circunstancias, cualquier intento de la Administración Obama –en el poco tiempo que le queda– de apoyar una votación en Naciones Unidas a favor del Estado palestino será visto como una recompensa a esos palestinos que se oponen a reanudar las negociaciones de paz con Israel.
Muchos en Europa, especialmente en Francia, parecen estar ansiando justo eso, como obsequio a la Organización para la Cooperación Islámica (OCI) que demuestre lo sumiso que se puede ser; para impulsar más negocios con los Estados árabes y musulmanes y, tal vez, con la esperanza de frenar nuevos ataques terroristas. En realidad, si los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU declaran unilateralmente un Estado palestino, estarán fomentando más ataques terroristas: los terroristas verán que los ataques funcionan y perpetrarán muchos más para acelerar la conquista yihadista de Europa.
La Administración Obama y su sucesora tienen que dejar claro a Abás y a los palestinos que la única manera que tienen de lograr un Estado pasa por unas negociaciones directas con Israel, no por una nueva tanda de resoluciones de la ONU.
Similarmente, convendría que los franceses abandonaran sus planes de convocar una conferencia internacional. Tienen que entender que Abás y los palestinos están esperando utilizarla como excusa para alejarse de la mesa de negociaciones con Israel, el único país que podría ayudarles de verdad a alcanzar un Estado mediante conversaciones directas. Proclamar el Estado palestino en el Consejo de Seguridad contribuye a dar la impresión de que el verdadero objetivo es destruir a Israel aliando a "las dos orillas del Mediterráneo" en su contra, y lo saben. No estarían engañando a nadie.
El mensaje que se tiene que transmitir a los palestinos es que las resoluciones de la ONU y las conferencias internacionales no les situarán más cerca de sus aspiraciones. Otro mensaje que se tiene que explicar claramente a los líderes palestinos es que si no preparan a su gente para la paz y el compromiso con Israel, la idea entera de la solución de los dos Estados carece de sentido.
Toda una generación de palestinos ha crecido con la tóxica idea de que considerar siquiera el pacto con Israel es una traición. La próxima Administración de EEUU debería tener en cuenta esta desagradable realidad.