Unos escritores franceses acuñaron el término "le grand remplacement" para referirse al reemplazo demográfico de los nativos europeos por inmigrantes. Sin embargo, se está produciendo otro reemplazo en el viejo continente.
Observen las imágenes tomadas por la fotógrafa israelo-húngara Bernadett Alpern. Sinagogas —testigos silenciosos de la caída de una rama fundamental de la civilización europea— convertidas en museos, piscinas, centros comerciales, comisarías y mezquitas.
Ahora le toca el turno a las estrellas de David y las kipás, los dos símbolos judíos más visibles. Una encuesta realizada por la Organización Sionista Mundial reveló hace poco que al menos la mitad de los judíos de Europa no se sienten seguros cuando llevan los símbolos de su fe. Con razón. Hace unos días, dos hombres pegaron a un niño judío de 8 años que llevaba una kipá por la calle, en Sarcelles. Antes, en enero, en el mismo suburbio, un hombre le rajó la cara a una muchacha judía de 15 años que volvía a casa andando y llevaba puesto el uniforme de su escuela judía. Es la "nueva normalidad" para los judíos franceses.
Las élites europeas llevan años predicando el multiculturalismo y el relativismo religioso y cultural. Ahora nos vemos teniendo que soportar no sólo nuevos ataques a los habitualmente acosados judíos y su fe, también una descristianización general.
Una histórica iglesia alemana, San Lamberto, fue demolida el mes pasado. Este lugar católico de Alemania, del siglo XIX, se destruyó para hacer sitio a una mina de carbón. Es una triste ironía que la única organización que protestó contra esta vergonzosa destrucción fuese una laica y no cristiana: Greenpeace. Cuarenta activistas escalaron a lo alto de la iglesia para protestar por su demolición. Mostraron pancartas que decían: "Los que destruyen cultura también destruyen personas".
Demolición de una de las torres de la Iglesia de San Lamberto en Immerath, Alemania, el 9 de enero de 2018. (Imagen: Superbass/Wikimedia Commons). |
El abandono de las viejas iglesias no es una cuestión económica. El año pasado, los ingresos de la Iglesia Católica alemana alcanzaron un récord de 7.100 millones de dólares. Es más bien una cuestión de declive cultural. Esa es la suerte que están corriendo muchos otros lugares cristianos en Europa.
El mercado inmobiliario británico está manejando ahora una incorporación especial: las antiguas iglesias católicas. Recientemente se puso a la venta una antigua iglesia metodista en Surrey, por primera vez en sus 154 años de historia. Unos días después, una iglesia de Londres entró en el mercado convertida en apartamentos.
Los símbolos religiosos son una parte integral de la civilización. "El comunismo fue una especie de falsa religión, aunque tuvo su propia liturgia", dijo el escritor francés Michel Houellebecq en una reciente entrevista. "Es mucho más difícil destruir una religión que un sistema político. Y la religión desempeña un papel clave en la sociedad y en su cohesión".
Cuando desaparecen los viejos símbolos, los nuevos —con sus propias identidades— ocupan su lugar.
"El islam es una reacción al cristianismo, al que quiere sustituir", según el profesor Rémi Brague, autor del nuevo libro Sur la religion (Sobre la religión). El islam, según Brague, es un intento de reemplazar a la civilización judeocristiana. El imaginario público de Europa se está inundando ahora de símbolos islámicos, desde los velos en colegios, piscinas y lugares de trabajo al volumen y peso de los minaretes de las mezquitas.
Brague añade que "las instituciones libres apenas se han desarrollado en las áreas que no recibieron la influencia de las ideas judías o cristianas". El cambio, por lo tanto, también debería preocupar a los laicos, a los que no les podría importar menos la religión.
Nosotros, los laicistas impenitentes, deberíamos sentir una tranquila indiferencia ante la caída de los viejos símbolos religiosos, pero no deberíamos sentir indiferencia ante los nuevos símbolos religiosos que están ocupando su lugar.