En septiembre de 2017, la canciller alemana, Angela Merkel, anunció que quería poner fin a las conversaciones para el ingreso de Turquía en la UE. En la imagen, Merkel y el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en Berlín el pasado 28 de septiembre. (Foto: Sean Gallup/Getty Images) |
Cuando Turquía solicitó su plena incorporación a la Unión Europea, en 1987, el mundo era un lugar completamente diferente: incluso el club de los ricos tenía un nombre distinto: Comunidad Económica Europea. El presidente de EEUU, Ronald Reagan, se había sometido a una pequeña intervención quirúrgica; la primera ministra británica, Margaret Thatcher, había sido reelegida para un tercer mandato; Macao y Hong-Kong eran territorio portugués y británico, respectivamente; el Muro de Berlín seguía en pie y operativo; aún faltaban dos años para las manifestaciones en la plaza de Tiananmén; el escándalo Irán-Contra estaba en los titulares, la primera Intifada acababa de comenzar y lo que hoy son Chequia y Eslovaquia eran un solo país llamado Checoslovaquia.
En marzo de 2003, sólo unos meses después de que fuese elegido primer ministro, Recep Tayyip Erdogan declaró que Turquía estaba "más que preparada para formar parte de la familia de la Unión Europea". En octubre de 2005 empezaron las negociaciones formales para el ingreso de Turquía en la UE.
Hoy, 13 años después de aquella primera cita, la alianza parece rota, y no hay visos de que en un futuro próximo se produzca el enlace de esta pareja que tan poco casa. Plenamente conscientes de ello, en la última década ambas partes han jugado un juego diplomático bastante desagradable: a ver quién rompe el compromiso.
Esta aburrida ópera bufa ya no se sostiene.
El déficit democrático de Turquía ha crecido demasiado como para hacerlo compatible con la cultura democrática europea. Según Freedom House,
Además de las graves consecuencias para los ciudadanos turcos detenidos, los medios clausurados y los negocios confiscados, la caótica purga [que siguió al intento de golpe de Estado de 2016] se ha entrelazado con una ofensiva contra la minoría kurda, lo que a su vez ha alentado la intervención diplomática y militar de Turquía en las vecinas Siria e Irak.
En el índice democrático de Freedom House, Turquía se encuentra en el grupo de los países "no libres", con una calificación peor que la de países "parcialmente libres" como Mali, Nicaragua y Kenia. Ciertamente, la UE no es un club de no libres.
Más recientemente, una disputa legal entre Turquía y la UE subrayó, una vez más, la gran disparidad en lo relacionado con la la comprensión del imperio de la ley entre las culturas democráticas turca y europea. Ankara y Bruselas se enfrentaron por los derechos de un destacado político kurdo que ha sido encarcelado bajo acusaciones deleznables de terrorismo. En noviembre, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), del cual es signatario Turquía, dictó que ésta debía sustanciar cuanto antes el caso de Selahattin Demirtaş y que la prisión provisional del acusado se había alargado más de lo justificable. Pues bien, ignorando el veredicto del TEDH, un tribunal turco falló contra la excarcelación de Demirtaş; fallo que vulneró claramente el artículo 90 de la Constitución turca:
En caso de conflicto entre los acuerdos internacionales en el ámbito de los derechos y libertades fundamentales debidamente implementados y las leyes nacionales (...) prevalecerán las cláusulas de los acuerdos internacionales.
El ministro turco de Exteriores, Mevlüt Cavuşoğlu, dijo que la sentencia del TEDH tenía una motivación política, no jurídica, y sentenció que el caso se decidiría en los tribunales de su país.
Igual que no puede haber un miembro de la UE no libre, tampoco puede pertenecer a la Unión un Estado que ignore clamorosamente las sentencias del TEDH.
Por suerte, hay señales desde Bruselas de que el espectáculo no debe continuar. En abril de 2017, el Parlamento Europeo solicitó la suspensión formal del proceso de incorporación de Turquía a la UE, que en la práctica ya estaba paralizado. En septiembre del mismo año, la canciller alemana, Angela Merkel, anunció que quería poner fin a las negociaciones con Ankara.
Más recientemente, el pasado noviembre, el funcionario que está supervisando la futura ampliación de la UE dijo que sería más "honesto" que la UE en bloque renunciara a las conversaciones con Turquía. El comisario para Ampliación, Johannes Kahn, declaró al diario alemán Die Welt:
Creo que, a la larga, sería más honesto que Turquía y la UE tomaran otros derroteros y pusieran fin a las conversaciones (...) El ingreso de Turquía en la Unión no es realista en el futuro previsible.
Kahn fue franco, y llamó a las cosas por su nombre.
De hecho, un mes antes de esas declaraciones, el presidente Erdogan propuso una solución más realista; pero no guiado por la honestidad, sino para marcarse un farol electoral. Evidentemente, Erdogan anda exasperado. Al decir que la reluctancia europea hacia la presencia de Turquía en la UE se basa en una pretendida "islamofobia", parece querer atraerse a los votantes nacionalistas hartos de la UE, de cara a las municipales del próximo 31 de marzo. En un discurso que dio en octubre, Erdogan dijo que estaba considerando someter a referéndum la solicitud de ingreso de Turquía en la UE.
Es una buena idea, en el supuesto de que líder más popular de la historia turca haga campaña por el abandono de las negociaciones. Pero fue más de lo mismo. Como siempre, Erdogan iba de farol, al parecer para recordar a los líderes de la UE el "valor estratégico" que Turquía tiene para Europa. Al mismo tiempo, se hacía el duro ante su base electoral, normalmente xenófoba y conservadora, cada vez más harta de ser humillada por la "infiel Europa".
Este autor cree que debería haber referendos simultáneos en la UE y Turquía, donde se pregunte a los europeos si apoyan un eventual ingreso turco y a los turcos si quieren retirar su solicitud de ingreso. El triunfo del no en ambos debería bastar para cerrar oficialmente el proceso de incorporación de Turquía. En cambio, una victoria del sí en ambas consultas significaría que el espectáculo debe continuar, y que el público está feliz con la ópera bufa.
Esta pretensión poco convincente de que hay que mantener a raya a Turquía por motivos estratégicos es deshonesta. Echar el cierre sí sería honesto, pero probablemente no sería práctico: nadie quiere asumir esa responsabilidad histórica. Además, las encuestas indican un descenso en el apoyo de la opinión pública turca al ingreso. Por otro lado, en la UE la simpatía por el ingreso de Turquía es radicalmente más baja que en los años anteriores. El apoyo a la entrada de Turquía es del 8% en Francia, del 5% en Alemania, del 8% en Reino Unido, del 5% en Dinamarca, del 7% en Suecia y del 5% en Finlandia. No hay forma de que la media de la UE pueda sobrepasar el umbral del 50%.
Por lo tanto, dejemos que los miembros del club y el solicitante decidan sobre un matrimonio que nunca funcionará.