Los medios de ambos lados del Atlántico tuvieron que hacer contorsiones de todo tipo y desfigurar la realidad para arremeter contra Israel por el notable éxito que está cosechando con su campaña de vacunación contra el coronavirus. En la imagen (Jack Guez/AFP, vía Getty Images), una trabajadora sanitaria conversa con una mujer árabe israelí antes de suministrarle la vacuna contra el covid-19 en un centro de Clalit en la localidad árabe israelí de Um al Fahm el pasado día 4. |
El prejuicio contra el Estado judío es tan intenso en los medios occidentales que acciones loables que garantizarían titulares si las realizara cualquier otro país son con frecuencia ignoradas, infravaloradas o denigradas cuando las hace Israel.
Cuando se produce un desastre en cualquier parte del mundo, Israel suele ser de los primeros países –o directamente el primero– en brindar asistencia y enviar personal especializado. Por ejemplo, el mes pasado las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) enviaron un equipo a Honduras tras el devastador paso de los huracanes Eta e Iota, que dejaron a miles de personas sin hogar. En los últimos 15 años, las IDF han enviado misiones de asistencia a Albania, Brasil, México, Nepal, Filipinas, Ghana, Bulgaria, Turquía, Japón, Colombia, Haití, Kenia, EEUU, Sri Lanka y Egipto, y previamente a muchos otros países. Entre 2016 y 2018, con la operación Buen Vecino, las FDI montaron hospitales de campaña en la frontera con Siria para atender a víctimas civiles de la violencia en ese país y enviaron suministros vitales directamente a la propia Siria –que se encuentra oficialmente en guerra con Israel– para aliviar el sufrimiento de la gente.
Fuera de Israel, de las comunidades judías repartidas por todo el mundo y de los lugares que se han beneficiado del socorro de las FDI, pocos tienen la menor idea de todo esto por el desinterés de los medios. En algunos casos, cuando se informa de los países que aportan ayuda ante un desastre se excluye a Israel a pesar de que se sabe que las FDI han desempeñado un rol importante.
El mismo tratamiento reciben otros grandes beneficios que Israel ha aportado al mundo, por ejemplo en los ámbitos de la innovación científica, la tecnología médica y la información vital de inteligencia. Informar sobre el Estado judío de manera positiva va contra la agenda editorial de los medios; a menos que se pueda retorcer la historia hasta convertirla en una mala noticia.
Eso es justo lo que sucedió la semana pasada con los medios de ambos lados del Atlántico que tuvieron que hacer contorsiones de todo tipo y desfigurar la realidad para arremeter contra Israel por el notable éxito que está cosechando con su campaña de vacunación contra el coronavirus. En el Reino Unido, el Guardian dijo:
"En la segunda semana de su campaña de vacunación, Israel está administrando ya más de 150.000 inyecciones diarias, lo que totaliza más de un millón de primeras dosis para sus 9 millones de ciudadanos, tasa superior a la de cualquier otro [país]."
Con el mundo entero tan pendiente del coronavirus, periódicos como el Guardian difícilmente pueden evitarse informar sobre ese logro israelí, por mucho que lo deseen. Pero siempre pueden cargar las tintas en los titulares: "Los palestinos, excluidos de la campaña de vacunación israelí contra el covid mientras las inyecciones llegan a los colonos".
Acusando a Israel de racismo por ignorar a los árabes palestinos, el Guardian consignó: «Los palestinos de la Margen Occidental, ocupada por Israel, y Gaza sólo pueden mirar y esperar". Al otro lado del Atlántico, la Public Broadcasting Service (PBS) engalanó su artículo sobre el éxito israelí con este titular: "Mientras Israel lleva adelante su campaña de vacunación contra el covid-19, a los palestinos se les deja a la espera". El Washington Post exhibió sentimientos igual de perversos con el titular "Israel empieza a vacunar, pero los palestinos tendrán que esperar meses".
Como era de prever, la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios también se subió al cochambroso carro y publicó en su web una declaración conjunta con varias organizaciones pro derechos humanos en la que se esgrimían las mismas críticas y se denunciaba mendazmente la comisión de violaciones de la legalidad internacional. Ken Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch –cuyo fundador, el difunto Robert L. Bernstein, la abandonó precisamente por su sesgo antiisraelí–, aludió en un tuit al "trato discriminatorio de Israel hacia los palestinos"; y clamó en otro: "[Israel] no ha vacunado a un solo palestino".
Amnistía Internacional no quiso quedarse al margen de la andanada de ataques infundados contra Israel y también le acusó de contravenir la legalidad internacional por no vacunar a los árabes palestinos.
Como sucede con la mayoría de las informaciones relacionadas con Israel de los medios de referencia y con la propaganda emitida constantemente por organizaciones que se proclaman defensoras de los derechos humanos, esas infamias son completamente falsas. Los árabes palestinos que viven en Judea y Samaria, o Margen Occidental, y Gaza no son siquiera ciudadanos israelíes ni han sido asignados a proveedores israelíes de atención sanitaria.
Según los Acuerdos de Oslo firmados por Israel y los palestinos en los años 90, que dieron pie a la creación de la Autoridad Palestina (AP), esta y no Israel es la responsable de la atención sanitaria a los palestinos, que comprende el suministro de vacunas. Cerca de 150 Estados miembros de la ONU reconocen a "Palestina" como Estado, pero esos medios y entidades relacionadas con los derechos humanos no pueden dejar de desplegar su deplorable tendenciosidad.
La AP tiene sus propios planes de vacunación, en coordinación con la alianza Covax de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de los que de hecho se ha informado en los mismos medios que pretenden basurear a Israel.
Cuando Israel preparaba su programa de vacunación y se aprovisionaba de vacunas, la AP rompió relaciones con el Estado judío. Desde que los contactos se restablecieron, ni la AP ni el régimen terrorista de Hamás en Gaza han solicitado ayuda a Israel para la vacunación, porque evidentemente prefieren atenerse a sus propios planes. No obstante, tan tarde como el pasado día 5 un oficial de la AP dijo que Ramala está ya explorando con Israel la posibilidad de que le suministre algunas vacunas, algo que están tomando en consideración las autoridades de Jerusalén.
Hay informaciones que apuntan a que de hecho Israel ya habría mandado dosis en secreto a la AP, a raíz de una serie de contactos no oficiales. La razón de estos contactos entre bambalinas es la vergüenza que le da a la AP pedir públicamente ayuda a Israel, al que demoniza cada vez que se le presenta la oportunidad. Nada de esto saben o reportan los medios: no encaja en sus agendas.
La idea avanzada en ciertos medios y en el ámbito de las organizaciones de DDHH de que se podría permitir a Israel vacunar a los habitantes de Gaza, cuyos gobernantes lanzaron y lanzan cohetes contra territorio israelí, es irrisoria. ¿Qué están haciendo esos analistas y sedicentes organizaciones pro DDHH para persuadir a la comunidad internacional de que ayude a los gazatíes?
Frente a las acusaciones de racismo y de practicar el apartheid, Israel no ha dejado de vacunar a sus ciudadanos árabes en ningún momento. Dada la reluctancia de algunos de ellos, el Gobierno israelí, junto con los líderes de la propia comunidad árabe, se han volcado en convencerlos, y a tal efecto hace unos días el primer ministro Netanyahu visitó dos localidades árabes.
El periodista del Jerusalem Post Seth Frantzman confirmó personalmente que los árabes del este de Jerusalén estaban siendo vacunados. Para Ken Roth, esa gente es ciudadana de Palestina, lo que deja a los pies de los caballos su propio aserto de que Israel "no ha vacunado a un solo palestino".
Según Frantzman, hay individuos que no tienen la ciudadanía israelí que están acudiendo a los centros de vacunación y siendo vacunados en ellos. Así, cita el caso de un palestino de Judea que fue vacunado por las autoridades israelíes pese a no tener tarjeta sanitaria israelí, lo que demostraría que "las autoridades sanitarias israelíes están haciendo lo que pueden por vacunar al mayor núimero de gente posible, con independencia de que sean árabes o judíos".
Como podría esperar cualquiera que conozca Israel aunque sea un poco, su Gobierno hará cualquier cosa que razonablemente pueda para ayudar a los palestinos de Judea, Samaria y Gaza en su lucha contra el coronavirus.
Pese a las habituales acusaciones en su contra, las IDF informan de que han aceptado y facilitado todas las peticiones de asistencia médica procedentes de Gaza, con el suministro de ventiladores, generadores de oxígeno o equipos para la realización de test. Esto casa con su historial de hacer todo lo posible por coordinar la ayuda humanitaria para los gazatíes incluso en momentos de conflicto intenso con los terroristas de la Franja.
El New York Times también apuntó contra Israel, pero desde un ángulo diferente. Aunque consignó las críticas sobre su "fracaso" a la hora de vacunar a los palestinos, no se centró en eso sino en que el éxito israelí estaba motivado por el deseo del primer ministro Netanyahu de "potenciar su maltrecha imagen". De una forma u otra, los periodistas están determinados a no arrojar una luz positiva sobre los logros israelíes.
El mismo enfoque es observable en lo relacionado con los Acuerdos de Abraham, hito histórico en la hasta entonces elusiva paz entre Israel y los árabes. Con frecuencia han sido despachados con despiadado cinismo por los medios y por veteranos de los procesos de paz, cuyas prescripciones han fracasado repetidas veces. Lo mismo han hecho numerosos líderes europeos. Su rechazo de décadas al Estado judío ha fungido como un deseo interesado de alinearse con un mundo árabe vehemente opuesto a la existencia de Israel.
Lord David Trimble, ex primer ministro de Irlanda del Norte y Premio Nobel de la Paz, propuso el pasado noviembre para tal galardón al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, así como a Mohamed ben Zayed al Nahyan, príncipe heredero de Abu Dabi. Lord Trimble reconoció que Netanyau es el gran artífice de los Acuerdos de Abraham, cuyos orígenes se remontan al discurso del mandatario israelí ante una sesión conjunta del Congreso de EEUU en 2015, en el que hizo un alegato contra las ambiciones nucleares de Irán. Los líderes árabes tomaron nota y empezaron a comprender que tienen una causa común con el Estado de Israel, lo que podría conducir a un futuro más brillante que otro presidido por una animadversión innecesaria.
En las últimas décadas no ha habido una mayor apuesta por la paz en ninguna otra parte del mundo. A ver si dan el Nobel a Netanyahu en octubre. Si no, se deberá a ese desdén del NYT y de tantos otros en la autoproclamada inteligencia occidental hacia este primer ministro que, aun controversial dentro y fuera de Israel, encarna ese espíritu israelí que parecen empeñados en denigrar a como dé lugar, incluso ante logros monumentales como los Acuerdos de Abraham y el mejor programa de vacunación del mundo.