Durante estas dos décadas de presencia militar norteamericana en Afganistán, China ha estado incrementando calladamente su influencia en el país asiático. China es ahora la principal fuente de inversión en Afganistán. En la imagen (Andy Wong/AFP vía Getty Images), el consejero de Seguridad Nacional afgano, Hamdulá Mohib (izquierda) se reúne con el ministro chino de Exteriores, Wang Yi, en Pekín el 10 de enero de 2019. |
En estas dos décadas de tumultuosa presencia militar de EEUU en Afganistán, China ha estado incrementando calladamente su influencia en el país asiático. Mientras la Administración Trump brega con el coronavirus y la crisis económica que ha provocado, China se encuentra en disposición de heredar el rol de gran potencia desempeñado previamente por Gran Bretaña, Rusia y EEUU.
Hábilmente, Pekín ha desarrollado unas relaciones amistosas pero de perfil bajo con el Talibán desde que el movimiento islámico asumió el poder en Kabul, en 1996. Sólo China y Pakistán mantuvieron sus lazos con el Talibán cuando las fuerzas norteamericanas y de la Alianza del Norte expulsaron a los terroristas del poder en el otoño de 2001.
China es ahora la mayor fuente extranjera de inversiones en Afganistán. Sin ir más lejos, ha conseguido acceder a tres campos petrolíferos en las provincias de Sari-i-pul y Faryab, e invertido fuertemente en la extracción de cobre y mineral de hierro.
Ahora bien, Pekín parece estar ocultando sus apuestas. De ahí que suministre armas a los talibanes por medio de Irán. Tanto el Reino Unido como EEUU han protestado ante Pekín por la manera en que fluye armamento chino hacia Irán, y de ahí a los talibanes. Hablamos de misiles tierra-aire, granadas propulsadas por cohetes, proyectiles de artillería y minas terrestres. De hecho, tan pronto como en 2007 los Marines británicos interceptaron un cargamento de diez toneladas de armas chinas que los iraníes dejaron a los talibanes en la provincia de Herat, fronteriza con Irán.
China y EEUU tienen el mismo interés en que Afganistán no albergue organizaciones terroristas islámicas internacionales. Aun así, Pekín y Washington tienen unas relaciones muy distintas con el Talibán. China, con el apoyo de elementos protalibanes de Pakistán, parece confiar en que el Talibán impida a los uigures y a los combatientes del Movimiento por la Independencia del Turquestán Oriental utilizar el territorio afgano como plataforma para el lanzamiento de ataques contra su provincia de Xinjiang. Por su parte, EEUU, quiere garantías del Talibán de que se opondrá a las actividades de Al Qaeda y el Estado Islámico en suelo afgano, como requisito para una retirada prácticamente total de sus tropas. La cuestión es, ¿cuál es la probabilidad de que ese vaya a ser el caso?
China estableció relaciones tempranas con yihadistas afganos enviándoles armas para combatir a los rusos tras la invasión soviética de Afganistán, a finales de 1979. El embajador chino en Pakistán estableció relaciones estrechas con el Talibán en 2000, a raíz de una reunión que mantuvo con su líder, el mulá Omar, en Kandahar. A su vez, el Talibán se comprometió a proteger las inversiones chinos en el país. La inversión china de 3.000 millones de dólares en la mina de cobre de Mes Aynak, en la provincia de Logar, sigue bajo protección talibán. Entre las empresas chinas con inversiones en Afganistán se cuentan la Compañía Minera Zijin, la Corporación Cuprífera Jiangxi y la Corporación Petrolera Nacional. Además, China probablemente codicie las reservas afganas no explotadas de materiales raros (cerio, litio, neodimio, lantano), valoradas en un billón de dólares.
En estos momentos, a China le gusta presentarse como un pacificador regional. Está urgiendo a Afganistán y a su más estrecho aliado, Pakistán, a mejorar sus relaciones bilaterales mediante su implicación en su iniciativa One Belt One Road (OBOR), lo cual sirve a los objetivos paquistaníes de diferir cualquier plan que su adversario, la India, pueda tener de expandir su influencia por Afganistán. Igualmente, Pekín no tendrá la menor duda en arrasar con cualquier violencia que pueda obstaculizar el desarrollo de su nueva Ruta de la Seda, un corredor comercial que conecta China con Europa por medio de Asia central y meridional, principalmente mediante inversiones en infraestructuras. Los diplomáticos chinos no dejan de aludir a la vieja asociación afgana con los comerciantes chinos en la próspera Ruta del Lapislázuli, que facilitaba el traslado de piedras semipreciosas desde Afganistán hasta Rusia y el Cáucaso. Si la paz regional fuera posible, es probable que China contribuyera a financiar una línea ferroviaria de alta velocidad entre Afganistán e Irán, de la misma manera que ha contribuido a la iniciativa CASA 1000, que cuando esté completamente operativa servirá para exportar el exceso de potencia eléctrica de Kirguizistán y Tayikistán al sur de Asia.
La Administración Trump ha dejado claro que quiere poner fin a la implicación norteamericana en lo que considera una guerra interminable en Afganistán, y el Talibán no cabe en sí de gozo. Mientras, China sigue sacando provecho de su comercio bilateral y sus inversiones en la zona, y se muestra dispuesta a desempeñar además un papel militar. Pekín ya ha establecido una base militar en Tayikistán, cerca de la frontera china con Afganistán, en el Corredor Waján. Es en las bases militares chinas en dicho corredor donde china prevé adiestrar a las tropas especiales de montaña afganas para que combatan a los musulmanes uigures.
China se ha beneficiado económicamente de su inversión en Afganistán a la vez que ha llegado a acuerdos militares y políticos con el Talibán. Hasta ahora, ha tenido barra libre. Y sin duda espera seguir haciendo más de lo mismo.
Lawrence A. Franklin: Coronel retirado de la Fuerza Aérea estadounidense y antiguo agregado militar en la embajada de Estados Unidos en Israel. Ex-analista político-militar de la Junta del Estado Mayor.