Hay fuerzas estadounidenses en Irak. La mayor parte de ellas, como sucedió en Afganistán en los primeros meses posteriores al 11-S, parecen ser fuerzas terrestres de la CIA. Los pasajeros de líneas aéreas que desembarcan en Erbil (Kurdistán), son todos hombres en buena forma física, que al parecer son miembros de las agencias de inteligencia occidentales, asesores militares o personal diplomático.
El consulado estadounidense, discreto pero bien vigilado, es un edificio pequeño, prácticamente un cuchitril, situado en la principal vía de Ankawa, en el gobernorato [provincia] de Erbil. Las instalaciones de la CIA y de la inteligencia militar se encuentran situadas en terreno elevado, en una montaña cercana. Asesores militares estadounidenses y de Europa Occidental adiestran a peshmergas kurdos en recintos vallados. Los asesores militares estadounidenses parecen simpatizar especialmente con la disposición de los voluntarios kurdos a combatir al Estado Islámico. La mayoría de las noches puede oírse cómo retumban los lejanos truenos de los bombardeos aliados sobre objetivos del EI.
Y, por supuesto, está el contingente de marines (pequeño, pero mayor de lo habitual) que custodia el consulado de Estados Unidos. Pese a toda esta presencia estadounidense, los norteamericanos son como fantasmas. No se les ve en ninguna parte. Uno se siente solo. No ves a nadie que tenga tu mismo aspecto; muchos hombres de negocios e inversores occidentales se marcharon cuando parecía que el Estado Islámico se dirigía hacia Erbil. Uno puede caminar durante horas sin oír hablar más que en árabe o en kurdo. Sin embargo, cuando se oye una conversación ocasional en persa, uno escucha con más atención, o al menos debería hacerlo.
Pese a algunos pasos en falso cometidos en agosto en la lucha contra las fuerzas del EI, la voluntad de luchar de los peshmergas parece fuerte y, como demuestra la gran lista de espera de voluntarios, su moral parece alta. En la lista de espera también hay muchas mujeres, algunas de las cuales podrían haberse visto inspiradas por las valientes jóvenes que luchan contra el Estado Islámico en la localidad siria de Kobane, próxima a la frontera siro-turca.
Sin embargo, los peshmergas están mal armados. El exprimer ministro iraquí, Nuri al Maliki, fue responsable en buena medida de bloquear la entrega de armas, municiones y salarios a los combatientes. No obstante, con los esfuerzos combinados del nuevo premier, Haidar al Abadi, del primer ministro del Gobierno Regional Kurdo (GRK), Nerchivan Barzani, y del ministro de Finanzas, Hashyar Zebari, que es kurdo, la situación ha mejorado, aunque no se haya solucionado del todo. Un miembro del GRK exclamó, cuando hablaba con su ministro de Asuntos Peshmergas, Mustafa Salid Qadir:
Sólo la mitad de los nuevos reclutas está armada con armas automáticas.
Los oficiales peshmergas están resentidos porque Bagdad no haya suministrado armas pesadas a sus tropas, mientras que muchas de esas armas caen en manos del EI cuando son abandonadas en su huida por unidades del Ejército iraquí. Pero los kurdos comprenden el razonamiento seguido por el régimen árabe del país. Un soldado kurdo herido explicaba:
Cuantas más armas nos permitan tener, más difícil les resultará suprimirnos, como tantas veces han hecho en el pasado.
Ése es el dilema de Bagdad: ¿Debe armar a uno de los pocos elementos que actualmente son capaces de resistir al Estado Islámico, aunque semejante decisión conlleve el riesgo de reforzar la capacidad del Kurdistán para segregarse de Irak en el futuro?
Puede que el nuevo y hondo impacto que tenga la ayuda militar aliada a los kurdos libere a Bagdad de tener que tomar esa decisión.