Hoy, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se dirigirá por tercera vez al Congreso de Estados Unidos. El único dirigente extranjero, aparte de él, que ha tenido ese privilegio ha sido Winston Churchill. Al igual que el británico cuando se dirigió por primera vez al Congreso en diciembre de 1941, el premier israelí está asumiendo un riesgo.
Lo que Churchill arriesgaba era su propia vida: tuvo que realizar un peligroso viaje transatlántico a bordo del acorazado HMS Duke of York, atravesando aguas tempestuosas e infestadas de submarinos alemanes. Para Netanyahu, el riesgo es su propia carrera política y la relación de su país con Estados Unidos, dada la fuerte oposición presidencial a su discurso.
Pero, al igual que Churchill, Netanyahu es un soldado combativo y, también como su homólogo británico, un duro líder político que no teme asumir riesgos semejantes cuando hay tanto en juego. Y en ambos casos las apuestas no podrían ser más altas; mayores que sus propias vidas, futuros políticos o rivalidades, y que afectan no sólo a sus respectivos países y a Estados Unidos, sino al mundo entero.
Hay destacadas similitudes entre los objetivos del discurso de Churchill de hace casi 75 años y el de hoy de Netanyahu: ambos pretenden, ni más ni menos, que evitar una conflagración mundial.
Churchill, que habló días después del ataque japonés a Pearl Harbor, resumió el curso de la guerra hasta el momento, pero concluyó con un dramático llamamiento al pueblo estadounidense en aras de la unidad anglo-norteamericana para evitar conflictos futuros, recordándole que "por dos veces en una sola generación, la catástrofe de la guerra mundial se ha abatido sobre nosotros". Y preguntó:
¿Acaso no nos debemos a nosotros, a nuestros hijos y a la humanidad asegurarnos de que no nos sumamos en estas catástrofes por tercera vez?
El llamamiento de Netanyahu a la unidad americano-israelí frente a un nuevo peligro no será menos profundo ni tendrá menos alcance. Un peligro quizá mayor que el que Churchill podía concebir en el 1941 prenuclear. Mientras que el británico habló de un peligro futuro, aún desconocido, el dirigente israelí se centrará en la clara amenaza presente para la paz del mundo si a Irán se le permite producir armamento nuclear.
Y, como Churchill en los años 30, Netanyahu es una voz solitaria en medio de los dirigentes mundiales actuales.
Con su manipulación tanto de uranio como de plutonio para lograr una bomba, así como con el desarrollo de misiles balísticos de largo alcance, no hay duda acerca de las intenciones de Irán. Ha sido descrita como "un Auschwitz nuclear".
Es deber de Netanyahu hacer sonar las alarmas ante semejante perspectiva. Lo que está en juego es la supervivencia de Israel. Es Israel quien tendrá que llevar a cabo una intervención militar si Estados Unidos no lo hace. Y son israelíes quienes morirán en cualquier contienda regional subsiguiente.
Pero no se trata sólo de una amenaza a la existencia de Israel; es también un peligro para otros países de Oriente Medio y para todos nosotros. Debido a las dudas que tienen acerca de la resolución occidental respecto a la cuestión, Arabia Saudí, Egipto y Turquía ya están investigando para desarrollar sus propias capacidades nucleares.
Un acuerdo que deje a Irán con potencial para alcanzar capacidad crítica nuclear desatará una carrera armamentística en Oriente Medio que aumentará exponencialmente el riesgo de una guerra nuclear global; un riego multiplicado por la vulnerabilidad de los Gobiernos regionales a ser derrocados por extremistas.
El programa iraní de misiles balísticos, que, inexplicablemente, ha quedado fuera del ámbito de las actuales negociaciones del P5+1, pone a Europa a tiro para Irán, y ulteriores avances extenderán el alcance nuclear de Teherán hasta Estados Unidos. El patrocinador mundial número uno del terrorismo, el régimen de los ayatolás, no tendrá reparos en suministrar armas atómicas a sus peones terroristas.
Ésta es la mayor amenaza que el mundo afronta en la actualidad. Pero todos los indicios apuntan a que el P5+1, guiado por la aparente desesperación del presidente Obama por lograr la distensión con Irán, ya está camino de un apaciguamiento estilo años 30 que concluirá con Irán consiguiendo armas nucleares.
La idea de que la contención y la disuasión mutua, del tipo de la Guerra Fría, podría evitar que este régimen apocalíptico y fanático empleara sus armas nucleares es peligrosamente ingenua. Pero los líderes occidentales, que parecen estar a punto de alcanzar un acuerdo no son ingenuos; carentes de la fuerza moral necesaria para hacer frente a Irán, consideran que el engaño y el apaciguamiento son la única salida para su problema.
Para estimar sus intenciones, no tenemos que depender sólo de las frecuentes amenazas iraníes, como las del general Huseín Salami, que dijo recientemente (mientras las negociaciones seguían adelante):
Mientras Estados Unidos siga empleando al mundo islámico como escenario de sus políticas regionales, es indudable que todas las fuerzas del mundo islámico se movilizarán contra él.
En esa misma entrevista también amenazó a Israel:
La existencia misma de la entidad sionista y su colapso son de una importancia crucial.
La determinación de Irán en provocar el violento colapso de la "entidad sionista" queda constantemente de manifiesto en su dirección y financiación de ataques armados contra soldados y civiles israelíes, tanto en su país como en el extranjero, mediante peones como Hezbolá, Hamás y la Yihad Islámica Palestina. El conflicto de Gaza del pasado verano, por ejemplo, debió mucho a la financiación y al armamento iraníes.
Hace tan sólo unas semanas, el general Mohamed Alahadi, de la Guardia Revolucionaria Islámica, planeaba, junto a altos mandos de Hezbolá, establecer un nuevo frente en territorio sirio desde el que lanzar ataques contra Israel. Fue abatido por un ataque aéreo israelí mientras visitaba su área prevista de operaciones.
Israel no es el único objetivo de la violencia iraní. Irán lleva mucho tiempo cumpliendo sus promesas de movilizar fuerzas islámicas contra Estados Unidos, así como contra el Reino Unido y otros aliados estadounidenses. Se calcula que, en los últimos años, ataques dirigidos por Teherán, con material suministrado también desde allí, han matado a 1.100 soldados norteamericanos en Irak. Se han facilitado ataques en Afganistán, en los que han muerto miembros de los contingentes estadounidense, británico y de otros países de la coalición.
Irán brindó apoyo directo a Al Qaeda en los atentados del 11-S y sigue refugiando a terroristas de la organización. Entre 2010 y 2013, Teherán ordenó o consintió que al menos tres grandes tramas terroristas contra Estados Unidos y Europa se planearan desde su territorio. Por suerte, todas ellas se frustraron. Actualmente persisten la dirección, el apoyo y la facilitación a grupos terroristas tanto chiíes como suníes que planean atentados contra Estados Unidos y sus aliados.
A este régimen vengativo y volátil no se le debe permitir, bajo ninguna circunstancia, que alcance capacidad armamentística nuclear, sean cuales sean los beneficios a corto plazo de tipo económico, político o estratégico que los países del P5+1 consideran que pueden conseguir para sí mismos mediante un acuerdo con Teherán.
Antes incluso del primer lanzamiento de bombas atómicas que se realizó en el mundo, en agosto de 1945, tanto Churchill como Roosevelt comprendían los peligros de permitir que sus enemigos, actuales y potenciales, adquirieran esa capacidad. Cuando la inteligencia aliada identificó una planta de nazi de producción de uranio en Oranienburg, en el Este de Alemania, 612 bombarderos la destruyeron en un solo ataque, en marzo de 1945, con 1.506 toneladas de explosivos de alta potencia y 178 toneladas de bombas incendiarias, para evitar que cayera en manos de las tropas soviéticas en su avance.
Sólo una postura enérgica por parte de Occidente y el rechazo de un acuerdo que permita el desarrollo de armas nucleares garantizarán que una acción similar contra Irán no será necesaria en el futuro. En su discurso de 1941 ante el Congreso, Churchill recordó al pueblo estadounidense que cinco o seis años antes habría resultado fácil impedir que Alemania se rearmara sin que hubiera derramamiento de sangre. Pero para entonces ya era tarde, y el mundo estaba inmerso en una violencia sin precedentes.
No es demasiado tarde para evitar que Irán consiga tener armamento nuclear. El pueblo estadounidense, su Gobierno y Occidente entero deben hacer caso de la clara advertencia de Netanyahu: no alcanzar un acuerdo que permitirá que el falaz y malévolo régimen iraní logre armas nucleares. En cambio, deben mantenerse y, si es preciso, incrementarse, unas sanciones que tienen posibilidades de obligar a Teherán a abandonar sus ambiciones, que suponen una amenaza a escala mundial.
Richard Kemp es el excomandante de las fuerzas británicas en Afganistán, y miembro de la Friends of Israel Initiative.