El otro día sucedió algo en EEUU que no podemos ignorar. En realidad, hablamos de dos cosas: lo que sucedió y la respuesta a lo que sucedió.
El martes 2 de junio un hombre de 26 años, Usaama Rahim, fue disparado y abatido por un agente de policía y del FBI. Fuentes federales y de la Policía dicen que Rahim, que trabajaba como guarda de seguridad, estaba bajo vigilancia. Se cree que fue radicalizado por el ISIS y que planeaba decapitar a alguien. Uno de los nombres que al parecer salió en las conversaciones que se le interceptaron fue el de la bloguera y activista Pamela Geller. Sin embargo, parece que posteriormente decidió centrarse en los "hombres de azul" (la Policía), según los denominó en una conversación. Basándose en las escuchas a Rahim, los expertos en antiterrorismo del FBI y la Policía decidieron que era hora de intervenir. Cuando lo hicieron, Rahim los amenazó con un cuchillo militar y, tras negarse a rendirse, un agente de la policía y del FBI le disparó.
Este es un tipo de suceso que puede producirse recurrentemente en América y otros países occidentales hoy en día. La habilidad que tiene el ISIS para influir en individuos que están muy lejos de Irak y Siria ha quedado ya de manifiesto en numerosas ocasiones, la más reciente de ellas el mes pasado en Garland, Texas, donde dos hombres intentaron sabotear un concurso de caricaturas de Mahoma organizado por Pamela Geller.
Eso fue lo que pasó. Pero lo que ocurrió después merece de alguna manera aun más atención.
En las horas posteriores al tiroteo hubo un gran interés mediático en lo que la Policía sabía del sospechoso abatido. El nombre de la Sra. Geller salió a la luz. Entonces, sutilmente, algo cambió. En una serie de entrevistas con Geller y su colega de la Iniciativa Americana en Defensa de la Libertad Robert Spencer, los entrevistadores expresaron su alivio por que estuvieran bien... y después se volvieron contra ellos.
El nadir fue una entrevista en la CNN de Erin Burnett a Geller. Es digna ver, aunque sólo fuera porque se trata de un ejemplo palmario sobre el cacao que tiene Occidente en este asunto. La entrevistadora optó por estrangularse desde el principio, cuando le dijo a Geller: "Por supuesto, en la exposición de caricaturas del profeta Mahoma en Texas, usted era la organizadora. Por supuesto, murió gente. Hubo un tiroteo". He aquí una forma de presentar los hechos extrañamente neutral. Por supuesto, como puntualizó Geller a Burnett, la cuestión no era que muriera gente. Los dos hombres que acudieron a la exposición aparentemente para perpetrar una matanza dispararon contra los policías y los guardas de seguridad (hiriendo a uno), y fueron abatidos por la Policía en el intercambio de disparos.
Pero pronto quedó claro que eran solo los preliminares de algo más grande, que la entrevistadora de la CNN estaba preparando.
"En aquel certamen texano de 'Dibuje a Mahoma', por supuesto usted sabía que algunas personas lo verían de una forma distinta a la suya. Usted lo consideraba un acontecimiento artístico. Ellos, una exposición de imágenes del profeta Mahoma, que no debe ser dibujado. Por supuesto, usted sabe que además ha hecho otras cosas". Llegados a este punto, la entrevistadora mostró unos anuncios en el metro de Nueva York patrocinados por Pamela Geller que decían: "En cualquier guerra entre el hombre civilizado y el salvaje, apoye al civilizado. Apoye a Israel. Derrote a la Yihad". Y posteriormente lanzó su pregunta: "¿Le sorprende que haya gente que le quiera poner en la mira por palabras como esas?".
Hay mucho que decir a este respecto. Por ejemplo, ¿por qué querría alguien decapitar a otra persona por publicar un anuncio en el que se ataca a "salvajes"? ¿Para mostrar que no lo es? Ciertamente, de ahí no se sigue que un anuncio de esas características lleve inevitablemente a la violencia. En cualquier caso, la entrevistadora aún no había alcanzado su punto más bajo: faltaba que saliera el Southern Poverty Law Center (SPLC), del que dijo que "monitorea a los grupos que incitan al odio en el país". Pues bien, Pamela Geller está en la lista de "grupos que incitan al odio" del SPLC.
Entonces llegó el prodigio. "Ellos monitorean a los grupos que incitan al odio. Le han puesto en esa lista. Nada justifica una decapitación o una conspiración para ello. Pero...".
A menudo es correcto decir que, cuando se trata de cuestiones vitales, lo que precede al "pero" es una mera operación de aclarado de garganta. Es lo que todo el mundo espera que se diga, y todo lo que se necesita decir. Lo que realmente importa es lo que sucede al "pero". En este caso, Burnett dijo: "Pero es importante advertir esto. Quiero decir, ¿está usted avivando las llamas? ¿De algún modo le entusiasma ser el blanco de tales ataques?".
Hay toda una tesis a cuenta de las presunciones que subyacen a ese tipo de preguntas. La idea de que una institución altamente politizada como el SPLC diga quién es odiado y quién no sería sólo el principio. Como lo sería la aceptación incuestionable de los métodos de tales organizaciones (la británica Hope not Hate ["Esperanza, no Odio"] es otro ejemplo), que parecen estar haciendo una lista de objetivos a los que condenar.
En lo relacionado con las decapitaciones ha cobrado relevancia una determinada forma de pensamiento. La misma que hizo acto de presencia cuando Robert Spencer fue entrevistado en la CNN y preguntado, extrañamente, qué había hecho por acercarse a la comunidad musulmana de Boston antes del intento de ataque. La hipótesis de trabajo es, desde luego, que Geller y Spencer han provocado esos complots para decapitarlos y asesinarlos. Si suena familiar es porque lo es. Es exactamente lo que escuchamos de algunas personas del panorama político después de la matanza en la sede de la revista satírica francesa Charlie Hebdo y, semanas después, tras el asesinato de un cineasta –y el intento de asesinato de otras muchas personas– que participaba en un acto sobre la liibertad de expresión en Copenhague.
Naturalmente, todo el mundo tiene unas mascotas preferidas y otras que aborrece. Para algunas personas de la derecha francesa, y de la izquierda internacional, la ultraizquierdista revista Charlie Hebdo "se lo merecía". Muchos callaron porque en esa ocasión la policía antiblasfema yihadista había tenido éxito. Pero el sentimiento estaba ahí, como lo estaba en Copenhague. En tales momentos,
lamentablemente, un gran número de gente toma posición en función de su ideología. Hace sólo unas semanas, cuando el PEN homenajeó a la redacción de Charlie Hebdo en una ceremonia celebrada en Nueva York, lamentablemente dos de los supervivientes de la matanza quisieron marcar distancias entre ellos y la organizadora del recientemente atacado certamen de Garland.
"Comparar lo de Pamela Geller con Charlie Hebdo es un sinsentido", dijo uno de ellos. Otro añadió: "La diferencia entre nosotros y esa gente es que ellos organizan concursos, concursos antiislamistas (...) Es una obsesión (...) Nosotros no estamos obsesionados. Sólo lo estamos con las noticias, y con cómo marcha el mundo. La diferencia con Pamela Geller es que ella está obsesionada con el islam. Ella se levanta cada mañana y piensa, ¿qué puedo hacer hoy para desafiar a esa gente?".
Espero que, a partir de ahora, más gente –especialmente la más cercana a la línea de fuego– se dé cuenta de que esas diferencias no son la cuestión. Como escribí hace poco en estas páginas, no es posible apoyar el derecho de alguien de izquierdas a publicar una caricatura de Mahoma pero negárselo a una de derechas; ni se puede defender a quien publica esos dibujos sin comprender las consecuencias pero no hacerlo con quien sí es completamente consciente de su decisión.
De la misma forma, no importa si Pamela Geller se levanta cada día obsesionada con el islam, ni si los de Charlie Hebdo se levantan pensando en el islam sólo algunos días. La cuestión es: ¿es legal lo que están haciendo, es algo que nuestras leyes y costumbres protegen? La respuesta, tanto en Francia como en EEUU, es "sí".
A partir de ahí, no importa lo más mínimo qué ideas políticas o de cualquier otro tipo defienden los viñetistas, los editores o sus patrocinadores, ni cuáles son sus motivos. No debemos hurgar en los corazones de la gente –algo que sí hacen grupos como SPLC– para tratar de adivinar sus intenciones. Si lo que hace es legal, deberíamos defenderla. Cuando quienes tratan de volar por los aires no sólo nuestras leyes sino nuestros usos y costumbres relativos a la libertad de expresión quieren asesinarlos, la única respuesta que cabe es la solidaridad.
No estamos más justificados para ser jueces y jurados de una potencial víctima que los islamistas para designarse sus ejecutores. Así no se hace más que ayudarles en su misión.