Cuando, el pasado día 7, más de 55 millones de turcos acudieron a las urnas, no sólo decidieron privar al presidente Recep Tayyip Erdogan de los más que putinescos poderes que llevaba tanto tiempo persiguiendo; también dieron un democrático no a sus ambiciones islamistas en política exterior.
En los próximos años es probable que Erdogan esté demasiado ocupado tratando de reimplantar su régimen totalitario como para que le queden energías para crear el escenario propio de Hamás y de los Hermanos Musulmanes que parece perseguir: un liderazgo turco neo-otomano en Oriente Medio.
En su campaña electoral para las legislativas del pasado día 7, Erdogan pidió a los turcos que le concedieran escaños suficientes para cambiar la Constitución de forma que pudiera convertirse oficialmente en el presidente-hombre fuerte ejecutivo del país. Los turcos le otorgaron 71 escaños menos de los necesarios para la reforma constitucional, y 108 menos de los que precisaba para modificar directamente la Constitución. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), fundado por Erdogan y merced al cual ha gobernado cómodamente desde 2002, está, por primera vez, en minoría, y se ha visto obligado a negociar con los partidos de la oposición para asegurarse un voto de confianza en el Parlamento.
En un momento tan extraordinario como éste, el AKP, Erdogan y el atribulado primer ministro, Ahmet Davutoglu, no tienen tiempo ni energías suficientes para reescribir la historia de Oriente Medio y resucitar así el Imperio Turco.
El resultado de las elecciones debe de haber favorecido de forma no demasiado modesta el consumo nacional de alcohol y también, de forma privada y más modesta, el consumo de champán en ciertas capitales musulmanas, entre ellas Damasco, Teherán y El Cairo.
Unos debilitados Erdogan, Davutoglu y compañía es una mala noticia para los yihadistas que luchan contra el régimen del presidente sirio Bashar al Asad. También lo es para los Hermanos Musulmanes egipcios y para sus parientes ideológicos de países vecinos. En general, es una mala noticia para el islam político y sus seguidores. Y también para Hamás.
En otras palabras: en vez de dedicar tiempo, energía y recursos a reconstruir Oriente Medio según criterios islamistas postmodernos (los islamistas moderados, no los malos) y neo-otomanos, Erdogan, Davutoglu y demás tendrán que combatir en una guerra política doméstica por su supervivencia. La burocracia, sobre todo la militar y la del Ministerio de Exteriores, probablemente se muestre menos dócil en las decisiones políticas.
Todo ello será positivo para Turquía, para sus amigos occidentales y para los vecinos con los que se había indispuesto.
Ya hay signos de fractura en la política exterior del AKP. Hay un nuevo libro que resulta revelador: Doce años con Abdulá Gül; ha sido escrito por Ahmet Sever, principal asesor de prensa del predecesor de Erdogan en la presidencia del país.
El libro fue editado tras haber sido vetado por el expresidente Gül, compañero de armas de Erdogan, que espera regresar a la política turca.
Gül fundó el AKP junto a Erdogan. En 2007 fue elegido presidente después de que el entonces primer ministro Erdogan lo propusiera para el cargo. Comparado con su apasionado camarada, el expresidente es, en su discurso, un islamista moderado.
En una entrevista concedida al diario turco Hurriyet, Sever, "el hombre que trabajó 12 años con Gül", afirmó:
Gül no aprobaba la política exterior turca en general, y las políticas respecto a Siria y Egipto en particular. Consideraba que el [entonces] primer ministro Erdogan y el [entonces] ministro de Exteriores Davutoglu iban demasiado lejos al comportarse respectivamente más como primer ministro y canciller de Siria y Egipto que de Turquía. Creía que ello iba en contra de los intereses nacionales turcos. [Gül] también le dijo eso personalmente a Davutoglu.
Las recientes elecciones suponen, entre otras cosas, que de momento se han acabado los sueños de Erdogan, Davutoglu compañía de un nuevo Oriente Medio, construido sobre la población de una umma [comunidad musulmana] estrictamente panislamista y sometida a la supremacía de un imperio turco.
Es toda una oportunidad que los señores Erdogan y Davutoglu estén demasiado ocupados tratando de sobrevivir políticamente y que les falten tiempo y energías para poner a punto una ambiciosa política exterior destinada a beneficiar al islam político.