¿Qué es, exactamente, lo que la Administración Obama cree que ha cambiado en los dirigentes iraníes? De todas las preguntas que siguen sin respuesta tras el acuerdo entre el P5+1 e Irán, ésta es, probablemente, la que menos respuesta tiene.
Al fin y al cabo, tiene que haber algo que un líder occidental vea cuando trata de normalizar las relaciones con un régimen infame, como lo que vio Richard Nixon en el Partido Comunista chino que le convenció de que descongelar las relaciones era posible, o lo que vio Margaret Thatcher en los ojos de Mijaíl Gorbachov, que la convenció de que al fin había un interlocutor en el que se podía confiar.
Pero, a fin de cuentas, con Irán las señales externas parecen seguir siendo poco prometedoras. El viernes pasado, en Teherán, mientras el P5+1 remataba el acuerdo con los iraníes, en las calles se celebraba el Día de Al Quds. En el calendario iraní es el día, instituido por el difunto ayatolá Jomeini, en el que las actividades antiisraelíes y antiamericanas cobran aún más relevancia de lo habitual. Animados por el régimen, decenas de miles de iraníes marchan por las calles pidiendo el fin de Israel y clamando "Muerte a América". No sólo se quemaron banderas israelíes y estadounidenses: también prendieron fuego a banderas británicas, un conmovedor recordatorio de que Irán es el único país que aún cree que Gran Bretaña gobierna el mundo.
El último de una larga serie de líderes iraníes moderados, el presidente Hasán Ruhaní, apareció en persona en uno de esos desfiles y vio cómo eran quemadas banderas israelíes y estadounidenses. ¿Intervino? ¿Explicó a la multitud que habían entendido mal el mensaje, que Norteamérica ahora es su amiga y que mejor deberían concentrar sus energías en una quema masiva de estrellas de David? No; participó como de costumbre, y la masa reaccionó como siempre.
Hace unas semanas pasó lo mismo, cuando el Parlamento iraní se reunió para debatir el acuerdo de Viena. Entonces, tras algo de debate autorizado, se levantó la sesión, mientras los parlamentarios gritaban "¡Muerte a América!".
Una persona generosa diría que eso no tiene importancia, que en Irán gritar "¡Muerte a América!" es como carraspear. Es precisamente lo que nos están diciendo: que estos mensajes son sólo "para consumo doméstico", y que no significan nada.
Dejemos de lado por un momento lo que dicen; ¿qué ha cambiado en las acciones de Irán lo suficiente como para convencer al Gobierno estadounidense de que el iraní pueda ser un régimen en transición?
Internamente no ha habido un descenso en el ritmo de la campaña de opresión del régimen contra su propio pueblo: continúan los ahorcamientos por una serie de crímenes, como ser gay o un poeta culpable de blasfemia.
Irán ha ahorcado a más de mil de esos enemigos internos del régimen sólo en los últimos 18 meses, mientras los negociadores discutían un acuerdo. En la región, Irán sigue siendo la potencia más vorazmente ambiciosa, y puede que la única con éxito. En los años transcurridos desde la Primavera Árabe, sólo Irán ha sido capaz de aumentar de manera significativa su alcance y su control en la región. Actualmente tiene una mayor presencia e influencia en Yemen, Irak, Siria y el Líbano. Sigue armando a sus peones terroristas, incluido Hezbolá, que, a su vez, sigue acumulando cohetes y otras municiones en la frontera norte de Israel.
Irán no ha liberado a los cuatro rehenes estadounidenses que sigue manteniendo prisioneros: el pastor Said Abedini, por el delito de convertirse al cristianismo; el periodista del Washington Post Jason Rezian, por una evidentemente absurda acusación de espionaje; el exmarine Amir Mirza Hekmati, que fue a Irán a visitar a su abuela, y el agente retirado de la DEA y el FBI Robert Levinson, secuestrado hace ocho años y del que no se ha sabido nada desde 2013. Y todo esto pese a la petición iraní de última hora de que se levantara la prohibición de armas convencionales, a lo que accedieron los miembros del P5+1, perdiendo una oportunidad más de conseguir verdaderamente algo a cambio de su total rendición.
Visto desde fuera, parece que el discurso y la conducta del régimen iraní han cambiado muy poco. Por eso resulta doblemente extraño el misterio de qué cambio ven la Administración estadounidense y sus socios en los ayatolás.
Porque la naturaleza del acuerdo hace excepcionalmente importante que haya algún cambio. En la próxima década, a cambio de las supuestas inspecciones supervisadas de una serie limitada de instalaciones iraníes, los ayatolás disfrutarán de un boom comercial que llevará aparejado un filón económico por valor de 140.000 millones de dólares en activos desbloqueados, sólo para empezar. Durante toda esa década habrá un levantamiento de las restricciones sobre (entre otras cosas) la compraventa de armas convencionales y municiones. Irán por fin podrá comprar el tan anhelado sistema antiaéreo que los rusos (que, naturalmente, también estaba presente en la mesa de negociaciones en Viena) quieren venderles. Éste, uno de los más avanzados sistemas de misiles tierra-aire, tendrá capacidad para derribar cualquier aparato norteamericano, israelí o de cualquier otra nacionalidad que pudiera tratar de destruir el proyecto nuclear iraní. Y seguro que sólo una persona poco caritativa se preguntaría por que los gobernantes iraníes están comprando la tecnología que necesitarían para repeler cualquier ataque a su proyecto nuclear al mismo tiempo que prometen a los norteamericanos que no están desarrollando armas nucleares.
Y es incluso más importante que los signos de esperanza detectados por la Administración estadounidense sean correctos, porque, al fin y al cabo, a menos que haya un levantamiento interno (cosa que el acuerdo de Viena hace más improbable que nunca, al haber reforzado el poder diplomático y financiero del régimen), resulta seguro afirmar que durante la próxima década, e incluso después, los mulás seguirán en el poder en Irán.
En cambio, quién sabe quién estará en el poder en Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido. En Gran Bretaña, puede que el Partido Laborista logre la victoria con Jeremy Corbyn (actual candidato a liderar el partido) al frente, un hombre que ha alabado reiteradamente a Hamás y a Hezbolá, considerándolos sus amigos. Seguro que eso cambiaba la dinámica actual.
Pero dejemos aparte algo tan improbable y asumamos que Gran Bretaña y Estados Unidos se limitan a seguir haciendo la política de siempre. En diez años habrá habido cuatro Gobiernos estadounidenses supervisando el cumplimiento del acuerdo y controlando que el régimen iraní se someta a las inspecciones.
En el Reino Unido habrá al menos dos nuevos Gobiernos. Quién dice que todos ellos, del partido o signo político que sean, vayan a prestar la misma atención, sepan qué vigilar y sean igual de firmes respecto a la reactivación de una serie de sanciones, completamente inaplicables, y otros detalles de la aplicación de este acuerdo como parecen esperar los firmantes del mismo. ¿Es posible que los iraníes, en realidad, sean conscientes de esto?
Puede que, a fin de cuentas, sí que haya algo en la actitud de los ayatolás. Es posible que el secretario de Estado Kerry y el presidente Barack Obama sí que hayan mirado a los líderes iraníes a los ojos y hayan visto una sonrisa. Pero que ésta se deba al motivo que ellos parecen creer es, desde luego, otra cuestión muy distinta.