El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, ha justificado de manera sorprendente la última campaña palestina de asesinatos en Israel. Sus comentarios de esta semana en la Universidad de Harvard alentarán que la violencia prosiga y conducirán a más muertes tanto de israelíes como de palestinos.
Los comentarios del secretario Kerry son especialmente preocupantes porque resulta inimaginable que justificara algo así en un asunto en el que no mediara el asesinato de israelíes. Su explicación para los numerosos apuñalamientos, explosiones de hombres-bomba, tiroteos, incendios, lanzamientos de cócteles molotov, ataques con vehículos y apedreamientos letales resulta ingenua o falaz; probablemente sea ambas cosas. Afirma que la frustración provocada por los asentamientos en la Margen Occidental es la responsable de la conducta asesina de los palestinos. Naturalmente, eso es absurdo.
Lo cierto es que esta nueva oleada de asesinatos es una continuación de la agresión contra los judíos que viene produciéndose en el territorio de Palestina desde hace décadas: mucho antes de que se restableciera el Estado de Israel en 1948 y antes de los primeros asentamientos israelíes en la Margen Occidental, que el secretario Kerry califica falsamente de ilegales. La violencia está causada por el mismo celo racista y sectario que impulsa al Estado Islámico y a numerosos Gobiernos y grupos yihadistas árabes que persiguen la erradicación de la presencia de infieles (judíos, cristianos o yazidíes) de un territorio que consideran patrimonio exclusivo de los musulmanes.
Durante años, el pueblo palestino ha sido traicionado por unos dirigentes débiles, divididos y llenos de prejuicios, que han rechazado reiteradamente todas las oportunidades que han tenido de hacer las paces con sus vecinos israelíes. El detonante inmediato de la actual campaña de asesinatos fue la infundada acusación realizada por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, y por otros agitadores, de que el Gobierno israelí planeaba cambiar la situación legal del Monte del Templo de Jerusalén, un lugar sagrado tanto para judíos como para musulmanes; con ello perseguían desviar la atención de sus flagrantes fracasos.
Pero lo que hizo posible que la violencia se extendiera tan rápidamente y con efectos tan devastadores fueron los años de incitación judeófoba por parte de los dirigentes palestinos, incluido el presidente Abás. Con una propaganda que habría impresionado al mismísimo Joseph Goebbels, los niños palestinos son adoctrinados en el odio a los judíos y al Estado judío desde el mismo inicio de su educación. En los libros de texto, en la televisión y en las mezquitas se les enseña que todo Israel, Gaza y la Margen Occidental son territorio árabe robado por los judíos. Se les enseña que los judíos descienden de monos y cerdos y que hay que apuñalarlos, acribillarlos y apedrearlos hasta la muerte antes de que sus sucios pies puedan profanar los lugares sagrados del islam (en palabras del presidente Abás).
Este tipo de incitación al odio, constante y promovida por el Gobierno, que reduce a los destinatarios de su veneno a la condición de seres infrahumanos, es lo que facilitó que unos alemanes corrientes estuvieran dispuestos a sumarse a una orgía de violencia que hizo posible el genocidio más eficiente de la historia.
Aunque los líderes palestinos deben cargar con el grueso de la responsabilidad por su incitación al asesinato, los dirigentes occidentales también tienen sangre en las manos. Buena parte del material promotor del odio que inspira a los niños palestinos está financiado por Estados Unidos, Europa y otras naciones occidentales y árabes.
En vez de tratar de apaciguar a los autores culpando a las víctimas de lo que les sucede, el secretario Kerry debería desalentar la violencia condenándola claramente y amenazando con sanciones significativas a los dirigentes de la Autoridad Palestina. En cambio, adopta una postura moralmente relativista que tendrá las peores consecuencias imaginables. Conscientes de que, como ha sucedido a menudo en el pasado, Estados Unidos y Occidente simpatizan con la barbarie fascista contra un Estado democrático occidental, los palestinos redoblarán la violencia.
Es el mismo error moral que ha alentado tres guerras en Gaza desde la retirada israelí en 2005. Los Gobiernos occidentales, organismos internacionales como Naciones Unidas y la Unión Europea y los grupos pro derechos humanos se han negado reiteradamente a condenar un lanzamiento tras otro de cohetes de Hamás contra civiles israelíes. Sólo han reaccionado cuando Israel se ha visto obligado a contraatacar en defensa propia. Y, generalmente, sólo lo han hecho para justificar la agresión terrorista de Hamás, del mismo modo que el secretario Kerry justificó la violencia palestina la semana pasada. Envalentonados por el desinterés mundial primero y por la condena internacional a la respuesta de Israel en defensa propia después, Hamás y sus compañeros terroristas de Gaza siguieron atacando insistentemente a los israelíes. No hay duda de que volverá a suceder lo mismo en el futuro.
En cada una de las guerras de Gaza, la comunidad internacional animó a Hamás en su uso ilegal de escudos humanos, que tanta muerte y sufrimiento causó en la Franja y en Israel. los líderes mundiales, que, en el mejor de los casos, criticaron sólo de manera testimonial los crímenes de guerra cometidos por Hamás, atacaron enérgicamente a Israel por defenderse y por causar víctimas civiles que, en realidad, eran la consecuencia inevitable de la agresión no provocada del movimiento islamista palestino y de su práctica de combatir desde viviendas, escuelas, hospitales y mezquitas.
Esa forma de alentar la violencia cometida por Hamás, sobre todo la efectividad de su estrategia de los escudos humanos, no pasó inadvertida a otros grupos terroristas islamistas. El libanés Hezbolá, por ejemplo, ha repartido 100.000 cohetes (todos ellos apuntando a Israel) por pueblos y ciudades del sur del Líbano. Muchas viviendas tienen cocina, salón y cuarto de los misiles. Si Israel tuviera que defenderse de esos misiles que amenazan a su población civil, sería inevitable que murieran muchos cientos –puede que incluso miles– de civiles libaneses. Como sucede con Hamás, eso es justo lo que quiere Hezbolá: la muerte al por mayor de su propia gente como detonante de una insoportable presión internacional sobre Israel.
Ahí es donde el secretario Kerry debería concentrar sus energías: en eliminar esa amenaza, que seguro se hará realidad si no se toman medidas a escala internacional. Pero, naturalmente, no lo hará, porque esos misiles están bajo control iraní. De hecho, actualmente Irán está dedicándose con ahínco a reforzar la capacidad ofensiva de Hezbolá contra Israel. Y el secretario Kerry y el presidente Obama han invertido demasiado capital político en su acuerdo nuclear con Irán, que, pese a ser catastrófico para la región y para el mundo entero, es el legado del que se enorgullecen, y no pueden permitirse enfadar a los ayatolás y arriesgarse a que se retiren del acuerdo.
Tampoco Naciones Unidas o la Unión Europea moverán un dedo para prevenir el inevitable conflicto y las muertes que se producirán en el sur del Líbano o en Gaza. Al igual que Kerry, ellos y la industria internacional de los derechos humanos seguirán justificando y animando las agresiones contra Israel, y reservarán sus esfuerzos para repudiar al Estado judío y perpetuar actuales y futuras oleadas de violencia y muerte.