Podría ser que el presidente ruso, Vladímir Putin, acabara lamentando haber accedido a la petición iraní de que que Moscú interviniera militarmente en la brutal guerra civil siria.
El avión de combate ruso derribado por Turquía sobre la frontera siria ha ilustrado los riesgos que afronta Moscú después de que el Kremlin accediera a intervenir a favor del asediado presidente sirio, Bashar al Asad.
Putin adoptó la infausta decisión de lanzar una ofensiva militar en Siria tras reunirse en Moscú el pasado agosto con el general Qasem Soleimani, líder de la tristemente famosa Fuerza Quds iraní. Soleimani, que visitó la capital rusa poco después de que en junio se adoptara el acuerdo sobre el futuro del programa nuclear iraní, advirtió al líder ruso sin andarse por las ramas: el régimen de Asad, veterano aliado estratégico de Rusia en Oriente Medio, se enfrentaba a la derrota si no recibía apoyo exterior.
La intervención del general Soleimani bastó para convencer a Putin de entrar en la refriega siria, y en el plazo de unas semanas los bombarderos rusos SU-24 Sujoi ya estaban atacando posiciones de las fuerzas de la oposición. Entretanto, se han incorporado como refuerzo combatientes de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) iraní, para engrosar las filas de las fuerzas del Ejército sirio, favorables a Asad, y de sus aliados libaneses de hezbolá.
Pero antes incluso de que fuera derribado un bombardero ruso SU-24 por un caza turco F-16 ya había signos evidentes de que a la nueva ofensiva ruso-iraní le costaba avanzar contra los rebeldes sirios.
La primera señal de que la intervención militar rusa no marchaba según lo previsto apareció en octubre, cuando un plan respaldado por Rusia para recuperar la estratégica localidad de Hama, en el norte de Siria, se vio frenado por la tenaz resistencia rebelde. Fuentes de la inteligencia occidental afirman que un factor decisivo habría sido la entrega a los rebeldes de 500 misiles antitanque TOW, de fabricación estadounidense, que al parecer les habrían sido proporcionados por los saudíes.
En lo que ha llegado a conocerse en la zona como la Masacre de los Tanques, casi 20 tanques y transportes blindados desplegados por el régimen de Asad fueron neutralizados por los misiles TOW, de gran precisión.
La feroz resistencia ejercida por las fuerzas antigubernamentales, que costó la vida a varios oficiales de la Guardia Revolucionaria iraní, supuso un duro golpe para la moral de los leales al régimen. También provocó un significativo cambio de tácticas por parte de los rusos, que, conscientes de las limitaciones de las fuerzas terrestres de Asad, han aumentado su dependencia de la potencia aérea para lograr su objetivo de derrotar a los rebeldes.
Pero mientras los rusos insisten en que sus principales ataques en Siria van dirigidos contra combatientes vinculados al denominado Estado Islámico, lo cierto es que están bombardeando a diversas fuerzas contrarias a Asad, incluidas las que apoya la coalición militar encabezada por Estados Unidos. Una de las explicaciones para el derribo del SU-24 ruso por los turcos ha sido que el aparato ruso habría estado bombardeando a grupos rebeldes respaldados por Turquía y no al ISIS, como afirmaron posteriormente los rusos.
La falta de avances en Siria desde que Putin autorizara la intervención militar rusa pronto podría tener graves repercusiones para el Kremlin.
El apoyo popular a la misión está empezando a desvanecerse en Rusia, después de que varios investigadores sugirieran que la explosión de un avión de pasajeros ruso sobre la península del Sinaí a finales de octubre, en la que murieron sus 224 ocupantes, fue obra de terroristas del ISIS como represalia por la campaña militar rusa.
Muchos rusos temen también que su país se vea atrapado en otro interminable atolladero militar, como el de Afganistán en los años 80, que acabó con la ignominiosa derrota de la Unión Soviética.
Y queda la cuestión de por cuánto tiempo podrá Rusia permitirse mantener su costosa aventura militar en Siria. La economía rusa ya tiene bastantes problemas sin tener que soportar el coste de la última agresión militar de Putin. La invasión de Afganistán en los años 80 supuso la bancarrota de la Unión Soviética; el conflicto sirio podría tener similares y catastróficas consecuencias para la moderna Rusia.