Occidente parece no apreciar el grado de compromiso iraní con sus primos chiíes de Siria, ni parece consciente del profundo compromiso de Irán con su centenario papel de campeón del islam chií.
Hay muchos comentarios periodísticos relativos al compromiso iraní con el régimen de Asad en Damasco. Pero no se habla demasiado del hondo sentimiento de identidad religiosa común entre los chiíes de Irán y la minoría alauita chií de Siria. La determinación iraní de mantener la supremacía alauita en el país vecino va más allá de cualquier vínculo personal con la Administración Asad.
Ante la ejecución de un destacado predicador chií, Nimr al Nimr, por Arabia Saudí y el consiguiente aumento de las tensiones entre Teherán y Riad, a los políticos podría resultarles útil comprender que la brecha religiosa entre musulmanes chiíes y suníes es un cisma tan inveterado e insalvable como el existente entre el ISIS y Estados Unidos.
Hay declaraciones en las que los ayatolás chiíes de Irán afirman que los alauitas sirios son verdaderos chiíes, cuestión zanjada tras una disputa de siglos. La élite dirigente chií iraní había cuestionado la inclinación alauita siria a venerar a Jesús, a Mahoma y a Alí, considerando que ello suponía un pálido reflejo del concepto teológico cristiano de la Santísima Trinidad. Además, algunos mulás iraníes no se sentían cómodos con la costumbre alauita de celebrar la Navidad. Evidentemente, Irán se sintió en la obligación de extender un manto protector sobre sus correligionarios chiíes.
Otro aspecto del apoyo iraní al chiismo de la región es su estrecha relación operativa con el grupo terrorista Hezbolá, radicado en el Líbano y brazo político de los chiíes de este país. Los vínculos entre ambos son tan estrechos que Teherán ha podido movilizar a miles de voluntarios chiíes libaneses para que combatan en Siria en apoyo del régimen de Asad. Los lazos teológicos entre los iraníes y los chiíes del Líbano también son muy profundos y antiguos.
El sentido iraní de la responsabilidad hacia el chiismo de más allá de sus fronteras parece ligado a la ancestral lucha entre chiíes y suníes por la hegemonía en el mundo islámico. Durante siglos, los suníes han dominado y perseguido a los chiíes, incluso en países en los que éstos eran mayoría. En este siglo por primera vez los chiíes empiezan a desafiar la supremacía de sus rivales en el Golfo Pérsico. La Administración de George W. Bush reemplazó al derrocado presidente suní de Irak, Sadam Husein, por unos dirigentes fundamentalmente chiíes. Y la Administración Obama, merced a la prometida inyección de hasta 150.000 millones de dólares (buena parte de los cuales Irán probablemente empleará en aumentar sus actividades terroristas en todo el mundo), ha allanado el camino a los iraníes para que tengan la capacidad de fabricar armas nucleares y sistemas de misiles para lanzarlas.
Pero puede que ni siquiera los norteamericanos pudieran evitar, en un sistema electoral, el predominio de los chiíes en un país, Irak, en el que constituyen cerca de dos tercios de la población. En el vecino Irán son al menos el 75%. El estamento religioso de ambos países recibe formación en los mismos seminarios de Qom (Irán) y Nayaf (Irak). Buena parte de Irak está ahora controlada por grupos milicianos leales a Teherán, no a Bagdad.
Irán también está extendiendo su ayuda a los chiíes de Baréin, que constituyen la amplia mayoría de la población de la isla. Los iraníes, que controlaban ese territorio entes de que fuera colonizado por Gran Bretaña en el siglo XIX, accedieron a la concesión de independencia al Estado del Golfo por parte de Londres en 1971. El acuerdo sirvió a los intereses imperiales británicos en la región, pero evidentemente Irán nunca se sintió cómodo con él. La secesión definitiva de la isla del patrimonio iraní sigue siendo una herida abierta en su orgullo nacional. La cuestión de Baréin es particularmente delicada, ya que la Quinta Flota estadounidense tiene actualmente su base allí. Los efectivos de la flota permiten que Estados Unidos vigile el Golfo Pérsico en la frontera sur de Irán.
Pero también hay un motivo religioso para la implicación iraní en Baréin. Desde hace más de dos siglos, el país es gobernado por los Al Jalifa, una familia suní originaria de Qatar y mantenida en el poder por el archirrival regional y religioso de Teherán: Arabia Saudí. La familia reinante en Riad, también suní, incluso financió la construcción de un puente de 26 kilómetros entre Arabia Saudí y Baréin, lo que posibilita una rápida respuesta ante cualquier intento de Irán de restablecer su control de la isla. En 2011 Riad envió unidades militares al reino vecino para suprimir las protestas de los chiíes del país, que exigían una mayor representación que reflejara su estatus de mayoría en la isla.
Irán también mantiene fuertes vínculos con la minoría chií de la provincia oriental de Arabia Saudí, en la que se encuentran la mayor parte de los yacimientos petrolíferos del país. La Guardia Nacional Saudí no permite manifestaciones contra las políticas de Riad. Los imanes que predican cualquier tipo de sentimiento contrario a la casa saudí son inmediatamente encarcelados. Un imán, Nimr al Nimr, ha sido ejecutado en fechas recientes, probablemente como advertencia para que los chiíes de Arabia Saudí no conciban siquiera cualquier pensamiento discrepante.
El sentido iraní del deber hacia las comunidades de fuera del Oriente Medio árabe también le ha hecho ganar influencia, sobre todo en el sur de Asia y en África Occidental.
El compromiso de Irán con los intereses chiíes parece ir firmemente unido a su idea de misión, así como a la supervivencia de su régimen revolucionario. La teocracia iraní probablemente esté dispuesta a pagar un alto precio a cambio de salvaguardar su legado. Occidente no debería esperar que Teherán reduzca su presencia en Siria o Irak, ni siquiera bajo gran presión militar.
Mientras la Administración Obama sigue recompensando a Irán por violar su acuerdo de no fabricar armas nucleares, conforme al Tratado de No Proliferación, por incumplir el pacto de no construir misiles con capacidad nuclear y por negarse a firmar el acuerdo iraní, carente de valor, está claro que su presencia se volverá incluso más desagradable conforme se haga más prominente.