Los palestinos están enfadados otra vez; ahora, porque la Administración Trump parece no respaldar su posición en el conflicto israelo-palestino. Los palestinos están enfadados también porque creen que la Administración Trump no quiere forzar a Israel a que satisfaga sus exigencias.
Así es como lo ven los palestinos: si no estás con nosotros, entonces estás contra nosotros. Si no asumes todas nuestras demandas, entonces has de ser nuestro enemigo y no podemos confiar en que te desempeñes como un mediador honesto en nuestro conflicto con Israel.
Rumores no confirmados han vuelto a sugerir que la Administración Trump está trabajando en un plan omnicomprensivo de paz para Oriente Medio. Los detalles del plan siguen sin conocerse. No obstante, lo cierto es que –de acuerdo con las informaciones que circulan– no satisfará todas las demandas palestinas. De hecho, ningún plan –americano o de cualquier otro actor– podría dar a los palestinos todo lo que piden. Las exigencias palestinas son tan poco realistas como siempre. Incluyen, entre otras cosas, que a millones de refugiados palestinos se les permita entrar en Israel. Asimismo, quieren que Israel se retire a unas fronteras indefendibles que acerquen a Hamás y otros grupos a Tel Aviv.
La Autoridad Palestina (AP) y su líder, el octogenario Mahmud Abás, que está ahora en su duodécimo año de su mandato de cuatro años, siguen insistiendo en que no aceptarán otra cosa que no sea un Estado palestino soberano e independiente con Jerusalén como capital y en los territorios capturados por Israel en la Guerra de los Seis Días (1967).
Lo más peligroso es que incluso en el improbable caso de que Abás firmara un acuerdo, llegaría otro líder y diría, legítimamente, que Abás no tiene autoridad para firmar nada, dado que su mandato presidencial concluyó hace mucho tiempo.
Hamás, el grupo terrorista islamista palestino que controla la Franja de Gaza, sostiene que nunca aceptará la presencia de Israel en tierra musulmana. Hamás quiere todo el territorio que, supuestamente, Israel tomó en 1948. Traducción: Hamás quiere la destrucción de Israel y establecer un califato islámico en el que los no musulmanes tengan el estatus de dhimmíes ('personas protegidas').
A diferencia de la AP, Hamás merece crédito por dejar meridianamente claro cuál es su objetivo. Desde su fundación, hace tres décadas –y pese a las ilusas esperanzas recientemente expresadas por algunos gurús occidentales–, Hamás se ha negado a alterar su ideología o a suavizar sus posiciones. Sigue firmemente aferrado a la idea de que ningún musulmán tiene derecho a entregar tierra musulmana a no musulmanes (en este caso, a los judíos. Lo mismo cabe decir de la limpieza turca de armenios y griegos no musulmanes). Por su parte, la AP, cual Jano bifronte, sigue hablando con múltiples voces, enviando a su pueblo y a la comunidad internacional mensajes que entrar en conflicto. Nadie sabe realmente si la AP tiene una estrategia clara y definida hacia Israel.
Mahmud Abás sabe cómo sonar bien, y a menudo lo hace cuando se reúne con líderes israelíes y occidentales. Pero cuando habla a su pueblo en árabe, a veces es difícil distinguirlo del líder de Hamás, Ismaíl Haniyeh. Alguno de los altos mandos de Abás suenan incluso más extremos que Hamás. Excepto, claro, cuando se los manda a hablar con occidentales. Entonces, súbitamente, todo es miel.
El presidente de EEUU, Donald Trump, conversa con el de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, el 23 de mayo de 2017 en Belén. (Foto: PPO, via Getty Images). |
Como los líderes de la AP y sus asistentes hablan con más de una voz, envían mensajes contradictorios al mundo sobre sus auténticas intenciones, y a menudo consiguen engañar a todos. Muy frecuentemente el mundo se cree los mensajes que quiere oír en vez de los que son menos gratos pero más auténticos.
Los mensajes contradictorios han creado la impresión de que la AP es tanto un socio para la paz como un enemigo: depende de a quién y cuándo prestes atención.
Una cosa está clara: desde la óptica palestina, no hay amor perdido entre ellos y EEUU. Desde su punto de vista –que sostienen desde hace muchísimo tiempo–, EEUU está incapacitado para desempeñar con imparcialidad un papel de mediación en su conflicto con Israel. Lo que reconcome a los palestinos es la firme y estratégica alianza entre EEUU e Israel.
Los palestinos han acusado a todas las Administraciones norteamericanas de las últimas cuatro o cinco décadas de estar escoradas hacia Israel. Ciertamente, los palestinos querrían que el flujo de miles de millones de dólares que reciben cada año de EEUU en ayuda financiera siguiera llegándoles. Pero no importa lo que haga EEUU por los palestinos, los americanos siempre serán denunciados por su pretendido sesgo proisraelí.
La Administración Trump va a recibir una lección de política palestina. Si hace público su plan de paz, los palestinos serán los primeros en rechazarlo, simplemente porque no satisfará todas sus demandas.
Mahmud Abás sabe que no puede ir a su gente con menos de lo que le ha prometido: el 100%.
En los últimos días hemos tenido ya indicios de la respuesta palestina. He ahí, por ejemplo, lo que el portavoz de Abás, Nabik Abu Rudaineh, dijo cuando se le preguntó por las informaciones sobre el plan de paz norteamericano y la amenaza estadounidense de cerrar la misión diplomática de la OLP en Washington: "La Administración americana ha perdido su capacidad para desempeñar un papel mediador en la región. EEUU no puede seguir siendo visto como un patrocinador del proceso de paz".
Las palabras de Abu Rudaineh fueron más contenidas que las emitidas por otros oficiales y grupos palestinos. El negociador jefe de la OLP, Saeb Erekat, llegó incluso a amenazar con que los palestinos suspenderían toda comunicación con EEUU si la misión diplomática de su organización fuera clausurada.
Por supuesto, nadie parece tomarse en serio la amenaza de Erekat. Suspender los contactos con EEUU es como un suicidio para los palestinos. Sin el apoyo político y financiero de EEUU, la AP y Erekat desaparecerían de la escena en cuestión de días. En este punto, no queda claro si las palabras de Erekat sobre suspender los contactos con los americanos incluían la negativa a aceptar la ayuda financiera americana.
Aun así, las amenazas de Erekat han de verse en el contexto de la creciente ira y hostilidad palestinas hacia la Administración Trump. Esa rabia está siendo traducida en un asalto retórico a Trump y su Administración. Los palestinos están acusando a la actual Administración de conspirar para "liquidar" la causa palestina con la ayuda de varios países árabes, como Arabia Saudí y Egipto.
Los palestinos han dicho: el plan de paz de Trump es malo para nosotros y no lo aceptaremos. El plan es malo porque no fuerza a Israel a darnos todo lo que pedimos. Para los palestinos, el plan es malo porque lo consideran parte de una conspiración pergeñada por Jared Kushner y el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed ben Salman. Los palestinos se han convencido de que Trump quiere "liquidar" su causa, no resolver el problema.
Trump está viviendo lo mismo que vivió el presidente Bill Clinton en Camp David hace 17 años. Entonces, para gran asombro de Clinton, Yaser Arafat rechazó una extraordinariamente generosa oferta del primer ministro israelí, Ehud Barak. Trump aprenderá enseguida que, para Mahmud Abás y los palestinos, el 99% no es suficiente.