Gran parte del equipamiento que está adquiriendo el Ejército de Liberación Popular chino –portaaviones, vehículos anfibios de desembarco, aviones furtivos– es para desplegar poder, no para defensa nacional. En la imagen (GG001213/Wikimedia Commons), un portaaviones chino de la clase 001A, en 2017. |
"Prepárate para la batalla". Así es como el South China Morning Post, el periódico de Hong Kong que refleja cada vez más la línea del Partido Comunista, resumió la primera orden de Xi Jinping de este año al Ejército Popular de Liberación (EPL). Xi, con sus propias palabras, que se retransmitieron en todo el país, pidió esto: "preparse para una exhaustiva lucha militar desde un nuevo punto de partida".
El envalentonado líder de China ha estado amenazando con frecuencia a sus vecinos y a Estados Unidos durante los últimos meses. "Xi no sólo está coqueteando con la guerra", escribió Victor Mair, de la Universidad de Pensilvania, en la lista de correo de Fanell Red Star Rising este mes. "Se está atreviendo a empezar de verdad una. Razona bajo un marco mental peligroso".
Y tan peligroso. Desde Washington a Nueva Delhi, los legisladores se preguntan si China comenzará el siguiente gran conflicto de la historia. Beijing, por supuesto, quiere "ganar sin luchar", pero los pasos que está dando Xi Jinping podrían conducir igualmente a la batalla. Un acontecimiento particularmente inquietante en este sentido es que el ejército chino está ganando poder en los círculos políticos de Beijing.
El EPL, como se conoce al ejército chino, se está armando rápidamente, y eso está activando las alarmas. Beijing siempre ha afirmado que su ejército sólo obedece a propósitos defensivos, pero ningún país amenaza ningún territorio bajo control chino. Esta acumulación, por lo tanto, parece una preparación para la agresión. Mucha parte del equipo que está adquiriendo el Ejército Popular de Liberación —portaaviones, vehículos anfibios y bombarderos invisibles— son para proyectar poder, no para la defensa nacional.
Los líderes chinos —y no sólo Xi Jinping— creen que sus dominios deberían ser más amplios de lo que son hoy. Lo que preocupa es que, si actúa sobre sus palabras, utilizarán sus flamantes armas para apoderarse de territorio y ocupar, a costa de otros, espacio marítimo y aéreo internacional.
Los chinos —líderes y demás— son el peor caso del mundo de irredentismo, ya que quieren "recuperar" áreas donde jamás han llegado a gobernar, pero no ven necesariamente la conquista militar como medio de adquirir vastos "territorios perdidos". Creen que pueden intimidar y coaccionar y después tomarlos por la fuerza.
El rápido rearme también tiene otros objetivos. Hablando de China, Arthur Waldron, de la Universidad de Pensilvania, habló con el Gatestone Institute:
Creo que su objetivo es reforzar su imagen a ojos del mundo, y que su acumulación de armas se debe entender por lo tanto como un intento de hacerse lo suficientemente fuerte para burlar el sistema internacional sin consecuencias.
A pesar de la retórica, los chinos saben cuáles son los "imponderables" de ir en efecto a la guerra. Durante siglos, no se les ha dado muy bien, y han soportado derrota tras derrota e invasión tras invasión.
Su historial militar durante la República Popular es similarmente anodino. Sí, los chinos se hicieron con el control de las islas Paracelso y algunos puntos de las islas Spratly, en el mar de la China Meridional, en una serie de escaramuzas con varios gobiernos vietnamitas, pero estos incidentes fueron menores en comparación con los contratiempos.
Mao Zedong soportó quizás 600.000 muertos, incluido su hijo, Mao Anying, para acabar retirándose de Corea a principios de la década de 1950. Su sucesor, Deng Xiaoping, lanzó una incursión militar en 1979 "para enseñarle a Vietnam una lección", y sufrió en su lugar una humillante derrota a manos de su pequeño vecino comunista.
A pesar de su mediocre historial, China causa una gran preocupación. Xi ya estaba en deuda con los generales y almirantes, que forman el núcleo de su apoyo político en los círculos del Partido Comunista, y han adquirido aún más poder mientras el pueblo chino se ha puesto más nervioso.
Como Willy Lam, de la Universidad China de Honk Kong, dijo al Gatestone Institute este mes: "la cúpula está paranoica por el enorme malestar social", así que ha dado al ejército y a la policía "poderes adicionales para reforzar la seguridad interna [...]. Xi entiende muy bien que son el ejército y la policía los que mantienen vivo el Partido".
Xi ha intentado poner al ejército bajo control con iniciativas "contra la corrupción" —en realidad una serie de purgas políticas— y, como June Teufel Dreyer, de la Universidad de Miami, le dijo al Gatestone: "una organización militar de gran envergadura".
Pero esos intentos no han sido del todo exitosos. Por eso Xi está intentando, como dice Waldron, ser visto como "el emperador marcial". Sabe del poder "coronador" del EPL: que es capaz de respaldar y destituir a líderes civiles. "Que China se esté concentrando ahora en el ejército tiene sin duda raíces políticas internas y no se relaciona con los cambios en el entorno de la seguridad", dijo Waldron. Xi, para ganarse su favor, tiene que acceder a los deseos de los funcionarios militares.
Que el proceso tenga una motivación interna no lo hace menos peligroso. Xi ha promovido altísimos presupuestos militares y ha permitido a los altos funcionarios apoderarse de funciones en la formulación de provocativas medidas de política exterior. La declaración de noviembre de 2013 de la Zona de Identificación de Defensa Aérea del mar de la China del Este, un audaz intento de controlar los cielos desde sus costas, es un claro ejemplo de influencia militar. El apoderamiento del Bajo de Masinloc a principios de 2012 y la reclamación y militarización de partes del archipiélago Spratly en el mar de la China Meridional son otros sucesos desestabilizadores.
La influencia militar en la capital china significa que la hostilidad nunca pasa de moda. En diciembre, altos funcionarios del EPL amenazaron dos veces con ataques no provocados contra la marina estadounidense. "Estados Unidos teme sobre todo a la muerte", dijo el contralmirante Luo Yuan en el segundo de los arrebatos.
Ahora tenemos misiles Dong Feng-21D y Dong Feng-26. Estos son portaaviones de combate. Atacamos y hundimos uno de sus portaaviones. Les dejamos sufrir 5.000 bajas mortales. Acatamos y hundimos dos portaaviones, y que mueran 10.000. Veamos si EEUU tiene miedo o no.
Todos, y no sólo EEUU, deberían tener miedo, en parte por los paralelismos entre el ejército chino de hoy y el de Japón en los años 1930.
En los años treinta, los funcionarios militares japoneses, como le dijo Dreyer al Gatestone, "llevaron a cabo drásticas acciones para forzar al Gobierno a ponerse en pie de guerra, incluso asesinando a políticos japoneses que se oponían a esas medidas".
Después, el ejército japonés, como el chino hoy, se envalentonó por el éxito y el ultranacionalismo. Entonces, como ahora, los civiles sólo tenían un ligero control del mayor ejército de Asia. Entonces, como ahora, el mayor ejército de Asia está plagado de asertividad y beligerancia.
Además, en los años treinta los medios publicitaron la idea de que Japón estaba rodeada por potencias hostiles que querían impedir su auge. Eri Hotta, en Japón 1941: el camino a la infamia, escribe que los japoneses "se convencieron a sí mismos de que eran víctimas de las circunstancias, en vez de agresores". Eso es exactamente lo que están haciendo los chinos en este momento.
"Si preguntamos: '¿Querían la guerra?', la respuesta es: sí; y si preguntamos: '¿Querían evitar la guerra?', la respuesta sigue siendo: sí", señaló Maruyama Masao, destacado politólogo de la posguerra, como recoge Hotta. "A pesar de querer la guerra, intentaron evitarla; a pesar de evitarla, eligieron deliberadamente el camino que conducía a ella".
Por desgracia, este trágico patrón se manifiesta hoy en Beijing, donde los chinos que lucen condecoraciones en su hombro parecen querer repetir uno de los peores errores del siglo pasado.