El 23 de agosto, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China dijo que el país había tomado "contramedidas" contra dos aviones militares filipinos cerca del arrecife Subi, en el Mar de China Meridional. Cuatro días antes, buques guardacostas chinos atacaron sin justificación a dos barcos filipinos cerca de Sabina Shoal cuando intentaban reabastecer a las fuerzas estacionadas en las islas Flat y Nanshan.
La medida se produce tras los actos beligerantes del 17 de junio en el cercano banco de arena Ayungin, cuando buques chinos embistieron a embarcaciones filipinas e hirieron a ocho marineros, uno de gravedad. El 5 de marzo, China hería a cuatro marineros filipinos en Ayungin, donde Manila varó en 1999 el Sierra Madre, un buque de la época de la Segunda Guerra Mundial, para reforzar sus reivindicaciones territoriales.
Todos estos incidentes tuvieron lugar cerca de las principales islas filipinas y, por tanto, lejos de China. Sabina, por ejemplo, está a 124 millas náuticas de Palawan, en Filipinas, y a más de ocho veces esa distancia de Hainan, en China.
Xi Jinping también ha estado librando guerras indirectas lejos de las fronteras de China, sobre todo apoyando la campaña de Rusia para absorber Ucrania y el ataque de Irán contra Israel. Con su asalto a Filipinas, Xi podría estar finalmente haciendo su propio movimiento en Asia Oriental.
Pekín reclama todo el territorio dentro de su infame lengua de la vaca, ahora definida por diez guiones en los mapas oficiales, que cercan alrededor del 85% del mar de China Meridional. Esas aguas, proclaman los chinos, son "suelo nacional azul".
Las pretensiones expansivas de China sobre las tierras filipinas en esa masa de agua fueron invalidadas en 2016 por un tribunal de La Haya, en un caso presentado en virtud de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. Pekín, prácticamente sin apoyo legal, ha mantenido sistemáticamente que la decisión a favor de Manila "es ilegal, nula y carente de valor".
A pesar de la falta de justificación, el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, ha cometido una provocación tras otra en aguas filipinas. Mientras tanto, sus acciones contra Taiwán han parecido mucho menos significativas. Es curioso porque Xi desea ardientemente anexionarse la república insular e incluso ha apostado su legitimidad personal a la consecución de ese objetivo.
Parece, por tanto, que el mandatario no planea iniciar las hostilidades con una invasión de Taiwán.
¿Por qué?
En primer lugar, los costes en sangre de tal movimiento serían demasiado altos como para que el Partido Comunista Chino sobreviviera. Richard Fisher, del International Assessment and Strategy Center, estima que China podría perder unos 50.000 soldados, marineros y pilotos incluso si fuera capaz de, cuando moviliza sus miles de barcazas, barcos y aviones, causar tanta sorpresa como para impedir que otros países acudieran al rescate de Taiwán. "Si China no logra la sorpresa total y Estados Unidos y Japón montan con éxito un contraataque que incluya combate marítimo-aéreo y combate en Taiwán, China podría perder 100.000 soldados", me dijo Fisher.
Xi, sospecho, cree que tales pérdidas, aun en el extremo inferior del rango de Fisher, pondrían en peligro el control del Partido sobre el poder. En este momento de pesimismo generalizado en la sociedad china, la gente no está de humor para guerras.
También está muy extendida la opinión de que "los chinos no deben matar a otros chinos". La mayoría de los taiwaneses no se identifican como "chinos", pero los ciudadanos de la República Popular China se consideran a sí mismos y a los habitantes de la isla de la misma sangre. Por lo tanto, matar taiwaneses no tiene por qué ser popular, menos aún matarlos en grandes cantidades.
En segundo lugar, Xi, en un momento de peligro político personal, no puede permitirse renunciar a su posición como la persona más poderosa de China. Reunir una fuerza de invasión exigiría ceder a un general o almirante el control total de casi todo el Ejército Popular de Liberación. Xi no confía en sus oficiales superiores, como demuestra purga tras purga en el último año, y, en cualquier caso, no va a entregar tal poder a nadie, sea de su confianza o no.
En tercer lugar, el ejército chino está desorganizado y no está en condiciones de librar un gran combate. Por ejemplo, la Fuerza de Cohetes, la rama a cargo de casi todas las armas nucleares del país, ha sido golpeada con detenciones de docenas de oficiales de alto rango, incluyendo sus dos principales oficiales, desde mediados del año pasado. Con la degradación efectiva del recién nombrado ministro de Defensa, el almirante Dong Jun -a quien inesperadamente se le negó un puesto en la Comisión Militar Central del Partido Comunista este verano-, está claro que la agitación continúa.
En la primera década de este siglo, todas las decisiones de alto nivel en Pekín se tomaban por consenso, por lo que nadie recibía demasiado crédito ni demasiada culpa. Sin embargo, Xi arrebató el poder a otros, por lo que ahora tiene casi toda la responsabilidad. Para empeorar las cosas para el gobernante, él mismo elevó el coste de perder luchas políticas, lo que significa que perder el cargo sería más que una democión. Podría ser perderlo todo.
En el panorama político interno que ha configurado, Xi sabe que es vulnerable, sobre todo porque se culpa a sus políticas de empeorar una situación ya deteriorada. Necesita una victoria política rápida, pero para su desgracia, Taiwán está fuera de su alcance.
Pienso que eso significa que ha decidido atacar a un vecino débil: la República de Filipinas.
"Xi Jinping parece estar cambiando discretamente su sed de sangre taiwanesa por una acción más descarada en la Zona Económica Exclusiva de Filipinas", dijo a Gatestone Blaine Holt, general retirado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. "A medida que la economía de China implosiona, que aumentan las tensiones con sus vecinos, que sus grandes proyectos como el Cinturón y la Ruta se desmoronan, Xi ya no puede confiar en que su círculo íntimo le salve de un ejército del que desconfía. El líder chino es un dragón acorralado y peligroso".
El riesgo es que un ataque a Filipinas lleve a un conflicto generalizado en la región. De entrada, Manila y Washington son partes en un tratado de 1951. El Departamento de Estado de Biden ha emitido advertencias por escrito -la última el 19 de agosto- de que EEUU estaba dispuesto a usar la fuerza contra China para cumplir con sus obligaciones en virtud del artículo IV del pacto de defensa mutua. El presidente Joe Biden ha lanzado verbalmente advertencias similares, por ejemplo el 25 de octubre de 2023 y 11 de abril de 2024.
Además, Filipinas cuenta con poderosos amigos en la región, como Japón. Japón, Estados Unidos y Filipinas han formado recientemente JAROPUS, un grupo dedicado a la defensa integrada. En abril, estos tres socios y Australia celebraron su primer ejercicio naval conjunto, en el Mar de China Meridional.
Además, los miembros de la OTAN se han implicado en los últimos años en el Mar Meridional de China. Francia y Alemania emitieron este año declaraciones condenando a China. En agosto, Alemania y Filipinas anunciaron que pronto ultimarían un acuerdo de defensa. Francia ha iniciado discusiones sobre un acuerdo.
Mientras China, Rusia y Corea del Norte actúan conjuntamente, Estados Unidos y sus socios han empezado a cooperar en materia de defensa común. La región se está dividiendo y, si llega la guerra, es casi seguro que se enfrentarán dos grandes coaliciones que han estado ensayando para el acontecimiento.
¿Dónde comienza el tercer conflicto global de la historia? Piense en Asia Oriental, probablemente en algún arrecife, banco o cordillera de arena de Filipinas. Los filipinos pueden llamar a su país "la próxima Ucrania".