"El intento de bloquear la cooperación económica con todo tipo de pretextos y romper la interdependencia del mundo no es más que un retroceso", declaró el mandatario chino Xi Jinping en la recién concluida cumbre de la APEC en Perú.
"Levántense contra el proteccionismo y el unilateralismo", dijo Ren Hongbin, exfuncionario del Ministerio de Comercio de China y ahora presidente del Consejo Chino para la Promoción del Comercio Internacional, también en APEC. "Existe una retórica de disociación y desvinculación", advirtió. "La ruptura artificial de la cadena de suministro mundial será perjudicial para todos".
La campaña de Pekín contra el próximo presidente de Estados Unidos no ha hecho más que empezar. China trata de posicionarse como el defensor del libre comercio y dejar a Donald Trump como el perturbador global.
Sin embargo, la narrativa del Partido Comunista Chino está lejos de la verdad. China es un comerciante depredador y criminal, y cada vez lo es más en los últimos meses.
¿Cómo lo sabemos? El régimen, entre otras cosas, está intensificando sus embates contra las empresas extranjeras. AstraZeneca confirmó este mes que los investigadores chinos habían detenido a Leon Wang, presidente de la empresa en China. Wang es objeto de una investigación por corrupción.
Los negocios allí están plagados de corrupción, el sector farmacéutico es uno de los peores. Entre otras razones, Pekín ha obligado tradicionalmente a los hospitales a valerse por sí mismos, por lo que médicos y administradores han ideado formas retorcidas de compensar la falta de apoyo.
Es cierto que se ha investigado a la fuerza de ventas de AstraZeneca en China por manipular pruebas genéticas para que más pacientes pudieran recibir Tagrisso, un medicamento contra el cáncer de pulmón, y también ha habido revelaciones sobre la importación ilegal de medicamentos de Hong Kong. Sin embargo, es muy poco probable que AstraZeneca sea la única farmacéutica culpable de chanchullos. La persecución selectiva de extranjeros es una especialidad del Partido Comunista.
Varios factores están en juego en este momento. En primer lugar, Xi Jinping está absolutamente decidido a reservar el mercado chino para las empresas estatales chinas. Golpea a las empresas foráneas siempre que puede. En marzo del año pasado acabó con el grupo estadounidense Mintz Group. Desde entonces no ha cejado en su empeño.
En segundo lugar, las farmacéuticas forasteras corren un riesgo especial porque ocupan un sector que Xi está decidido a controlar. Él es, infamemente, la fuerza impulsora detrás de Made in China 2025 (Hecho en China 2025), el plan depredador de diez años para lograr el dominio en diez áreas tecnológicas clave. Uno de esos diez sectores es la medicina y los dispositivos sanitarios. Además, su "esbozo de estrategia" busca la autosuficiencia, entre otras cosas, en dispositivos médicos de alta gama y productos farmacéuticos patentados.
El asalto del líder comunista a AstraZeneca, que ha obtenido buenos resultados en China gracias a su cartera innovadora, es una advertencia para las empresas farmacéuticas de todo el mundo.
En tercer lugar, Xi, aunque se presenta a sí mismo como el principal defensor de la globalización, en realidad está cortando los vínculos de su país con el mundo, invirtiendo las políticas de gaige kaifang - "reforma y apertura"- de Deng Xiaoping, líder de la "segunda generación" de la China comunista y sucesor de Mao Zedong.
Ningún aspecto de la sociedad está quedando intacto bajo el régimen de Xi, que, implacable, intenta eliminar la influencia foránea. Su continuo ataque a las compañías extranjeras es sólo una parte de este esfuerzo, detrás del cual arrojó todas las fuerzas del Gobierno.
La paradoja es que Xi necesita al mundo más que nunca. Por, al parecer, razones ideológicas y falta de voluntad para desafiar al núcleo del Partido Comunista, ha rechazado el consejo del sentido común de hacer del consumo la base de la economía china. En su lugar, está intentando salir de la crisis económica con exportaciones, haciendo que China dependa críticamente del acceso a los mercados extranjeros.
Trump, en estas circunstancias, supone un riesgo directo para el régimen chino. Durante su campaña presidencial, prometió, en una entrevista con Maria Bartiromo de Fox News, aranceles generales sobre los productos chinos de al menos el 60%, lo que cerraría a muchos el mercado estadounidense.
Para mantener ese mercado abierto, Pekín tendrá que absorber gran parte del coste de los nuevos aranceles, como hizo en 2018 cuando Trump, utilizando la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974, impuso unos de hasta el 25% a artículos de aquel origen. Entonces, Pekín y los fabricantes chinos, mediante diversas estratagemas, asumieron entre el 75% y el 81% de los gravámenes.
La historia se repite. Inmediatamente antes de las elecciones estadounidenses, China ha estado bajando el valor del renminbi y abaratando los productos chinos. Aquello se llama "manipulación de divisas" y es especialmente depredador.
Ahora, aparentemente, Xi espera que su ofensiva propagandística ayude a convocar a otros alrededor de lo que considera el libre mercado. En el cual, sin embargo, no cree: quiere que China tenga acceso sin restricciones a otros mercados mientras niega a los demás el acceso al de China.
Xi debería saber que sus tácticas mercantilistas están convenciendo a sus homólogos alrededor del globo de proteger sus industrias contra la embestida china. Estados Unidos no es el único mercado que levantará un muro de elevados aranceles. La Unión Europea está haciendo lo propio, e incluso países del Sur Global están levantando muros arancelarios contra los productos chinos -a pesar de que China intenta erigirse en campeona de las regiones menos desarrolladas del mundo-.
Así que Trump, pese a sus promesas arancelarias, no es quien ataca el orden comercial basado en normas.
El verdadero culpable es Xi Jinping.