Los ataques aéreos de fuerzas norteamericanas y árabes contra el Estado Islámico (EI) y otros objetivos terroristas son comparables a los de Israel contra objetivos terroristas en Gaza. Según el general retirado Wesley Clark, los ataques estadounidenses tienen como finalidad debilitar y destruir las infraestructuras de los grupos terroristas, incluidas la red eléctrica, sus fuentes de financiación y otros objetivos de naturaleza mixta militar y civil.
Cuando Israel atacó objetivos militares de Hamás, entre ellos algunos de uso mixto, fue criticado por las mismas naciones árabes que han participado con Estados Unidos en el ataque conjunto a Siria. La diferencia, naturalmente es que la amenaza que supone el Estado Islámico no es ni de lejos tan inminente como la de Hamás. Esto es seguro en el caso de Estados Unidos, y podría serlo también en el de sus socios árabes.
Entre las naciones más hipócritas que han participado en el ataque estadounidense se encuentra, por supuesto, Qatar, que no sólo criticó a Israel por defender a su población civil frente a los cohetes y túneles de Hamás; es más: en realidad financió los ataques del movimiento islámico y proporcionó asilo a los dirigentes terroristas que los ordenaron. La hipocresía no es nada nuevo cuando hablamos del doble rasero que la comunidad internacional le aplica a Israel. Estados Unidos y sus socios árabes tienen derecho a actuar de forma preventiva contra grupos terroristas sin temer una condena de Naciones Unidas, un informe Goldstone o amenazas de llevar a sus dirigentes ante el Tribunal Penal Internacional. Pero todo lo que hace Israel, independientemente del cuidado que pone para minimizar las víctimas civiles, se convierte en motivo de condenas internacionales.
Si los ataques estadounidenses en Siria prosiguen, es probable que haya víctimas civiles, porque el Estado Islámico mezclará a sus combatientes con la población civil y con los muchos rehenes que ha tomado. Cuando ello suceda, las bombas norteamericanas y árabes matarán a algunos civiles. Será interesante comparar la reacción mundial ante estas muertes con las provocadas por cohetes israelíes en escudos humanos empleados deliberadamente por Hamás. Si el pasado puede servir de indicación para el futuro, la proporción entre muertes de civiles y de terroristas puede ser considerablemente mayor en el caso de los ataques dirigidos por Estados Unidos que en el de los israelíes. En guerras anteriores, como las de Afganistán, Irak, Pakistán y la antigua Yugoslavia, el ratio entre muertes de civiles y de combatientes fue bastante mayor que el que hubo en los ataques de Israel contra Gaza, donde el uso de escudos humanos es la táctica escogida por Hamás.
También resultará interesante ver la reacción de la comunidad internacional y de diversas ONG ante los ataques dirigidos por Estados Unidos contra objetivos mixtos civiles y militares, como la red eléctrica y las fuentes de financiación. La legislación internacional es vaga y abierta a este respecto, y, por tanto, se presta a una aplicación selectiva. Las dudas se resuelven siempre en contra de Israel y a favor de otras naciones que llevan a cabo acciones militares similares.
El ataque conjunto de Estados Unidos y del puñado de países árabes podría convencer al fin al mundo de que las leyes de la guerra deben adaptarse a las nuevas realidades del terrorismo. Si se aplicaran literalmente los términos de la sección 51 de la Carta de Naciones Unidas, ningún país podría defenderse frente a ataques inminentes de grupos terroristas o ejércitos convencionales. Esa sección exige que se produzca un ataque armado por parte de un Estado enemigo antes de que pueda aplicarse el derecho a la defensa propia. Esta disposición ya fue poco realista en el momento de redactarse y lo es más aún ahora, frente a las amenazas terroristas. Las leyes de la guerra también requieren proporcionalidad, que se define como la exigencia de que se evalúen las muertes previstas de civiles frente al valor militar del objetivo. Pero ello no tiene en cuenta las situaciones en las que el enemigo esconde sus preciados objetivos militares tras escudos humanos.
A la comunidad internacional le ha resultado fácil aplicar estas reglas de forma rígida y poco realista cuando el único país al que se le aplicaban era el Estado nacional del pueblo judío. Pero ahora tendrá que hacerlo de forma generalizada, y ello exigirá que se definan de una manera sensata y realista que no conceda ventajas indebidas a los terroristas que se niegan a someterse al imperio de la ley.