El pasado lunes por la noche, los miembros del Parlamento británico aprobaron una moción por 274 votos a favor frente a 12 en contra; en ella decía: "Esta Cámara cree que el Gobierno debe reconocer al Estado de Palestina junto al Estado de Israel para contribuir a asegurar una solución negociada de dos Estados". Esto acontece tan solo semanas después de que el Parlamento sueco aprobara una moción unilateral similar.
Antes de ocuparnos de los aspectos alarmantes de este tema, permítanme que dé las buenas noticias. La moción no es vinculante, al no haber sido propuesta por el Gobierno, sino por parlamentarios de segunda fila. En segundo lugar, oficialmente, la coalición gubernamental estableció que la votación era una cuestión de conciencia, aunque entre bambalinas aconsejó a sus diputados que no acudieran y así se abstuvieran. En tercer lugar, el Gobierno británico anunció antes de la votación que si el resultado de ésta era que se aprobaba la moción, no aceptaría que ello fuera en modo alguno vinculante.
Y ahora vamos con las malas noticias. La oposición laborista impuso disciplina de voto. Es decir, ordenó a sus parlamentarios (aunque con una disciplina de lo más débil, vía online) que votaran a favor del reconocimiento de un Estado palestino. En segundo lugar, pese a las tan cacareadas acusaciones por parte de activistas antiisraelíes de que había un "lobby israelí", muy pocos parlamentarios británicos se sintieron obligados a comparecer y a ofrecer una explicación coherente de por qué un Estado palestino declarado unilateralmente sería un desastre. Y, en tercer lugar, por supuesto, todo esto significa que el lunes por la noche los miembros del Parlamento votaron a favor de la creación de un Estado racista y terrorista. Es un punto en el que vale la pena detenerse.
Porque, por supuesto, la Cámara de los Comunes está llena de gente a la que le encantaría airear sus credenciales antirracistas. Algunos de ellos llevan años viviendo de las rentas morales de haberse opuesto al Estado segregacionista sudafricano. Y, como bien sabemos –y como volvimos a ver en el reciente debate acerca de si el Reino Unido debería o no unirse a la campaña internacional contra el Estado Islámico–, hay muchos parlamentarios a los que les gustaría demostrar que son duros con los terroristas. Pero helos ahí, el lunes por la noche, intentando dar existencia –en contra de la voluntad del único negociador relevante sobre el terreno– a un Estado que, en palabras del presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abás, pronunciadas el año pasado, "no vería la presencia de un solo israelí, civil o militar, en nuestras tierras".
Naturalmente, el Estado palestino no sólo estaría libre de judíos (Judenrein); además sería tomado inmediatamente por las fuerzas más radicales de una región radical. Desde luego, Fatah y Hamás están actualmente en medio de otro "acuerdo de unidad". Y mientras reflexionan acerca de cuánto durara este último pacto, es posible que los dirigentes de Fatah estén dándole vueltas al destino de sus colegas de Gaza. Al fin y al cabo, el sangriento golpe de Hamás en 2007 contra las fuerzas de Fatah en la Franja no es, ni mucho menos, agua pasada. En todas las ocasiones en las que he podido preguntarles a los representantes del movimiento fundado por Arafat qué seguridad tienen de que lo que les espera en la Margen Occidental no es que les disparen o les arrojen desde edificios altos (como les sucedió a sus colegas), nunca he recibido una respuesta más tranquilizadora que una risa nerviosa. El hecho es que los representantes de Fatah y de la AP en la Margen Occidental no tienen información ni seguridad alguna acerca de su futuro. Hace apenas dos meses hubo una señal de cuánto puede durar este último acuerdo. En agosto, ni más ni menos que el propio Mahmud Abás acusó a Hamás de introducir ilegalmente dinero y municiones en la Margen Occidental para orquestar un golpe contra su Autoridad Palestina. Cuando Hamás dé un golpe de estado en Palestina, como hizo en Gaza, ¿intervendrá la comunidad internacional, o aceptará el nuevo statu quo, como hizo en el caso del enclave?
Es una cuestión que merece sopesarse. A fin de cuentas, un Estado dirigido por el Movimiento de Resistencia Islámico en la Margen Occidental tendría unas intenciones aún más claras que las que tiene el Gobierno de unidad de Fatah y Hamás. En un discurso de 2010, Mahmud al Zahar, representante de Hamás, explicó que el objetivo de su organización no se limitaba al dominio de los "territorios palestinos":
Nuestra misión se extiende mucho más allá de Palestina: a Palestina en su totalidad, a toda la nación árabe, a la nación islámica en su totalidad y al mundo entero.
Éste no es el discurso aislado de un dirigente de alto rango. Es con lo que Hamás se gana el pan. Es, literalmente, por lo que sus miembros viven y mueren.
Puede que todo esto le resulte familiar a cualquiera que lea los periódicos estos días. Es el mismo grito supremacista islamista que lanzan los yihadistas de casi cualquier continente. Es lo que dicen los combatientes del Estado Islámico ahí al lado, en Siria e Irak. Es lo que aspirantes a combatiente, "terroristas de éxito" y yihadistas detenidos han estado diciendo durante años en las capitales europeas. Es lo que dice Al Qaeda, y lo que a diario repiten sus peones y representantes iraníes. La creación de otro Estado palestino en la Margen Occidental, en estos momentos, no haría más que conducir a otro Estado que precisaría de la intervención internacional, lo que sin duda conduciría a un mayor oprobio antioccidental y antiisraelí.
Naturalmente, nadie de los que hablan a favor de la creación de este Estado palestino se ha tomado en serio ninguno de estos verdaderos y graves obstáculos. Pero con qué grandeza y airosos giros de muñeca hicieron a un lado las preocupaciones de los pocos parlamentarios que trataron de remar contra corriente. El joven diputado conservador Matthew Offord trató de señalar la flagrante inconsistencia de que el Reino Unido intervenga para detener a un grupo islamista (el EI) que está arrasando Siria e Irak al tiempo que invita a otro (Hamás) a aplastar a cuantos se le pongan por delante en su nuevo Estado palestino. ¿Acaso la Cámara se tomó la molestia de escuchar? No, le interrumpieron reiteradamente. Uno de los peces gordos tories, Sir Edward Leigh, decidió hacerlo con estas palabras:
Mi honorable amigo ha dicho que no pretendía hablar y parece estar arreglándolo leyendo a gran velocidad un folleto del Gobierno israelí.
Ahí lo tenemos: todos los intentos de detener este loco frenesí por proclamar un Estado palestino sin que Israel esté de acuerdo, como establece la legislación internacional, se despachan como "propaganda gubernamental israelí". La idea de que la gente sensata pueda hacer objeciones de forma sensata se desprecia. "Ésta es la Sudáfrica de nuestro tiempo, ¿sabéis?", dicen. Y desde luego que lo es. Pero es una Sudáfrica segregacionista, anterior a Mandela, la que quieren hacer realidad. Una con unos planes verdaderamente globales. La votación del lunes no servirá de nada para acercar la paz en Oriente Medio, pero ha mostrado que cientos de legisladores de Gran Bretaña están más interesados en el postureo moral que en honrar al imperio de la Ley o en evitar una futura guerra.