Hasta los críticos del presidente Recep Tayyip Erdogan, incluido este autor, lo alabaron cuando, siendo primer ministro, después de que se hubieran perdido 40.000 vidas en un sangriento conflicto, tuvo el valor de iniciar un difícil proceso para traer la paz a un país que ha sufrido enormemente debido a los conflictos étnicos. Su Gobierno negociaría la paz con los kurdos; les concedería amplios derechos culturales y políticos, cosa que sus predecesores no hicieron; y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), el grupo armado de los kurdos, al fin diría adiós a las armas. Erdogan (y los líderes kurdos) serían propuestos para el Nobel de la Paz.
Pero ahora Turquía vuelve a estar al rojo vivo, la muerte flota en el ambiente. Decenas de miembros de las fuerzas de seguridad y también varios civiles han muerto en diversos enfrentamientos tan sólo en las dos semanas siguientes a un atentado cometido el 20 de julio por un terrorista suicida del Estado Islámico en el que murieron 32 activistas pro kurdos en una pequeña localidad próxima a la frontera siria. Varios cientos de personas resultaron heridas y más de mil fueron detenidas por la Policía.
Las ciudades kurdas se han convertido de nuevo en campos de batalla de la casi centenaria disputa turco-kurda: los radicales kurdos atacan a diario a las fuerzas de seguridad, mientras que los militares turcos entierran a sus soldados caídos y atacan los campamentos de la guerrilla kurda en el norte de Irak. ¿Qué ha sido del alto el fuego entre ambos bandos y de la perspectiva de una paz duradera?
Hay tres motivos fundamentales por los que todo el esfuerzo de los últimos años se ha ido al garete, políticamente hablando:
1) La obsesión de Erdogan por el islam(ismo). El pasado 31 de julio, el presidente turco dijo, nada inesperadamente, en una conferencia pronunciada en Yakarta:
No tenemos más que un interés: el islam, el islam y el islam. Nos resulta imposible aceptar que el islam sea eclipsado.
En esa misma línea, el primer ministro de Erdogan, Ahmed Davutoglu, declaró en 2014 durante una entrevista:
En el entorno turco no puede explicarse nada sin el factor religioso.
Erdogan calculó (mal) que podría conseguir usar el islam como elemento de cohesión para mantener unidos a los musulmanes turcos y kurdos. ¿Por qué tendrían que luchar entre sí? Al fin y al cabo, ambos son suníes. Pensó que podría convencer a los kurdos para que entregaran las armas y vivieran felices para siempre junto a sus hermanos musulmanes turcos. Para conseguir un final histórico del conflicto, el islam tenia que desempeñar un papel principal. Así, Erdogan reestructuraría el país con criterios multiétnicos, pero que el islam tuviera más importancia sería el aglutinante que mantendría unida la nación. Una vez más, Erdogan, un islamista, confiaba demasiado en que la religión resolviera lo que fundamentalmente es un conflicto étnico, no religioso.
2) Un negociador deshonesto. Erdogan no fue un negociador honrado desde un principio. Sus oponentes, los dirigentes del PKK, fueron lo suficientemente listos como para no confiar en él. Accedieron a un alto el fuego en 2013, pero en realidad nunca han abandonado las armas, pensando en que algún día las necesitarían. Las verdaderas intenciones de Erdogan eran mantener inactivo al PKK, lejos de bombas y demás acciones terroristas, y minimizar así el riesgo de perder votos cuando las masas se indignaran con el Gobierno ante la trágica pérdida de vidas humanas. Unas prolongadas negociaciones con los kurdos le concederían un periodo de paz lo suficientemente largo como para ganar unas elecciones locales (en marzo de 2014), unas presidenciales (en agosto de 2014) y unas legislativas (en junio de 2015). Si después había paz, estupendo. Si no, los kurdos podían irse al infierno; las siguientes elecciones estaban previstas para 2019. En otras palabras: pretendía negociar para ganar tiempo y retrasar nuevas oleadas de violencia.
3) Una brecha insalvable. Es cierto que los de Erdogan concedieron a los kurdos más que ningún otro Gobierno turco. En 2009, la emisora estatal lanzó el primer canal de televisión en kurdo en la historia del país. Una nueva ley electoral permitió que, por primera vez, se pudiera emplear el kurdo en una campaña electoral. Universidades e instituciones privadas ahora podrían impartir kurdo. El uso de letras como la q, la w y la x, necesarias para transcribir el kurdo, ya no estaría prohibido. También se permitiría emplear el kurdo en tribunales y en prisiones, cuando las familias visitaran a los internos (antes estaba prohibido).
Todo eso estaba muy bien, pero no bastaba para ganar apoyos kurdos para la causa de la paz. Los kurdos simplemente querían autonomía en el sudeste del país, donde son mayoría. Querían tener sus propias fuerzas policiales, gobernadores electos y control presupuestario. Y otras dos cosas: reconocimiento oficial (constitucional) de su etnia como cofundadora de la República Turca y la introducción del kurdo en el currículo escolar. Erdogan calculó acertadamente que conceder a los kurdos unos derechos relativamente poco importantes los ataría como leales votantes suyos y los mantendría lejos de las armas. Sabía que los kurdos querrían más. Pero también sabía que concederles lo que realmente querían era un suicidio político en un país particularmente nacionalista. Hasta la fecha, las exigencias kurdas siguen siendo tabú para la mayoría de los turcos. Que alguien hable de educación kurda en las escuelas o de identidad étnica kurda en la Constitución puede hacer que le cuelguen la fea etiqueta de traidor.
Pero los kurdos tienen ahora más confianza en sí mismos que hace una década o dos. Sus parientes iraquíes tienen una administración autónoma funcional que está esperando el momento propicio para separarse del Gobierno central de Bagdad. Los kurdos sirios están tratando de unir una serie de cantones en la zona fronteriza con Turquía. El PKK ha demostrado que no perdió capacidad armamentística durante el alto el fuego.
Y, lo que es más importante, el voto kurdo en Turquía ha aumentado de forma meteórica: de tan solo un 5,24% (obtenido por candidatos independientes) en 2007 ha pasado a ser de un 13,1% en 2015, cuando el Partido Democrático Popular superó el umbral del 10% nacional y se convirtió en el primer partido kurdo en entrar en el Parlamento turco. Actualmente, también por primera vez, los kurdos tienen exactamente el mismo número de escaños en el Parlamento que el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP): 80.
El gambito kurdo de Erdogan funcionó, hasta cierto punto, cuando el alto el fuego le ayudó a mantener su popularidad. Pero parece que para los kurdos ha llegado el momento de cobrar.