¿Están esperando un nuevo Irán? El escenario más optimista que prevén los partidarios del acuerdo nuclear con los iraníes es que el pacto dará lugar a unas mejores relaciones entre Teherán y Washington.
Este guión, basado en puras presunciones, sugiere asimismo que los iraníes pragmáticos, envalentonados por su éxito ante el inminente levantamiento de las sanciones económicas contra su país, avanzarán para transformar toda la política exterior del régimen. Se supone, además, que los jóvenes partidarios del presidente Hasán Ruhaní obligarán, de algún modo, al régimen a introducir reformas que traigan consigo una mejora en los derechos humanos, así como la liberalización de las socialmente restrictivas políticas domésticas del país.
Parece que, en su opinión, conforme Teherán se vaya integrando y establezca relaciones diplomáticas normales con las naciones occidentales, su política regional, agresiva y expansionista, será más dócil y manejable.
Por desgracia, dada la oscura naturaleza del régimen y su conducta en los 36 años de Gobierno islamista en Irán, esa esperanza carece de fundamento. Si tenemos en cuenta la historia reciente de la República Islámica, sus constantes declaraciones hostiles y su conducta siempre secretista, interesada y belicosa, parece que hay amplios precedentes para suponer que las infladas expectativas de los diplomáticos occidentales se verán defraudadas.
Tras la elección de Mohamed Jatamí como presidente de Irán, en 1997, muchos de los más respetados analistas norteamericanos sobre Irán sostuvieron enérgicamente que la evolución liberal de la revolución iraní ya estaba en marcha; puras ilusiones que compartieron también los analistas y diplomáticos del Reino Unido.
Por desgracia, resultó ser cierto todo lo contrario. Gran número de disidentes políticos fueron asesinados o desaparecidos por agentes de la inteligencia iraní del sector duro, a las órdenes del Ministerio de Información y Seguridad (MIS). Cuando los seguidores progresistas de Jatamí tomaron la iniciativa para acelerar las reformas, los dirigentes de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) publicaron una carta en la que amenazaban con disolver la presidencia de Jatamí (1997-2005). Jatamí, fiel aliado y amigo de la infancia del líder supremo Alí Jamenei, frenó de inmediato todo intento de reforma y se quedó mirando cómo el Ministerio de Información y Seguridad y la Guardia Revolucionaria ponían bajo arresto a varios de sus asesores.
Tras la era Jatamí, el pueblo iraní eligió en agosto de 2005 al presidente más reaccionario de la historia del régimen: Mahmud Ahmadineyad.
Actualmente varios diplomáticos y congresistas estadounidenses y hombres de negocios internacionales están haciendo optimistas predicciones sobre la actual presidencia de Hasán Ruhaní, muy similares a las que hicieron sobre Jatamí. Pero si alguien está esperando algún tipo de liberalización por parte de Ruhaní, por favor, dese cuenta de que es un miembro del régimen que goza de mucha más confianza que Jatamí. Ha estado íntimamente involucrado en todas las decisiones militares, estratégicas y políticas de la República Islámica de los últimos 35 años.
La principal razón por la que no habrá una política exterior menos agresiva es que la Presidencia y el Ministerio de Asuntos Exteriores iraníes, que son quienes negociaron el acuerdo nuclear, no tienen poder sobre las Fuerzas Armadas, la Policía y las agencias de inteligencia. El CGRI, el MIS y la Oficina del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, controlan todas las decisiones en esos ámbitos.
Ruhaní tampoco puede liberalizar las regulaciones domésticas a menos que las reformas cuenten con el beneplácito de las instituciones teocráticas del país, que han suprimido rápidamente cualquier intento de ablandar las represivas leyes sociales y políticas iraníes.
Dichas instituciones teocráticas, como el Consejo de Guardianes, la Asamblea de Expertos y el Consejo de Discernimiento, son los guardianes ideológicos del régimen, y tienen más poder que las ramas ejecutiva y legislativa del Gobierno iraní.
Además, el complejo y especializado sistema de tribunales, controlado por el clero, está aislado de la presión popular.
Los quiméricos y optimistas escenarios de muchos supuestos expertos en Irán ya se han desvanecido con anterioridad. Robin Wright escribía entusiasmada en junio de 2009, en pleno apogeo de las protestas del (ya aplastado) Movimiento Verde: "Sin embargo, lo que están haciendo es obligar al régimen islámico iraní a afrontar los mismos ideales que han recorrido cinco continentes en el último cuarto de siglo: la supremacía de la voluntad popular, la justicia, la responsabilidad y la transparencia del poder."
Por desgracia, no ha habido una disminución de la influencia o del poder de decisión de los partidarios iraníes de la línea dura, que controlan todas esas instituciones.
Al contrario: las élites militar y teocrática que dominan el régimen aprovecharán plenamente cualquier oportunidad creada por el acuerdo nuclear para aplastar rápida y brutalmente cualquier intento de ampliar la libertad política o las reformas sociales por parte de los reformistas iraníes.