Hace tan solo unas semanas, Facebook tuvo que dar marcha atrás cuando se supo que estaba permitiendo publicaciones contra Israel mientras que censuraba publicaciones equivalentes contra Palestina.
Sin embargo, apenas se ha llegado a informar de una de las noticias más siniestras del año pasado. En septiembre, la canciller alemana, Angela Merkel, coincidió con Mark Zuckerberg, de Facebook, en una cumbre de la ONU en Nueva York sobre desarrollo. Al sentarse, el micrófono de Merkel, ya encendido, captó a ésta preguntándole a Zuckerberg qué se podía hacer para parar las publicaciones contra la inmigración que estaban apareciendo en Facebook. Le preguntó si había algo en marcha, y él le aseguro que sí.
En aquel momento, el aspecto quizá más relevante de esta conversación fue que la canciller alemana –justo cuando su país vivía uno de los acontecimientos más importantes de su historia de posguerra– debió de haber dedicado algún tiempo a preocuparse sobre cómo parar el descontento público ante sus políticas que se estaba desatando en Facebook. Pero ahora parece que la conversación dio frutos significativos.
El mes pasado, Facebook lanzó lo que llamó su Iniciativa para el Coraje Civil Online, cuyo propósito declarado era eliminar el "discurso del odio" en sus páginas, concretamente suprimiendo comentarios que "promoviesen la xenofobia". Facebook está trabajando con un departamento de Bertelsmann cuyo cometido es identificar y borrar las publicaciones "racistas" del site. El trabajo pretende centrarse especialmente en los usuarios de Facebook en Alemania. Al lanzar la nueva iniciativa, la directora de operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, explicó que el discurso del odio "no tiene cabida en nuestra sociedad, ni siquiera en internet". Prosiguió diciendo: "Facebook no es un lugar para la difusión de discursos de odio o de incitación a la violencia". Por supuesto, Facebook puede hacer lo que quiera con su web. El problema es que esta organización de iniciativas y pensamientos confusos revela lo que está sucediendo en Europa.
El desplazamiento masivo de millones de personas –de todo África, Oriente Medio y más allá– hacia Europa se ha producido en un tiempo récord y es un gran acontecimiento en su historia. Como han demostrado los sucesos en París, Colonia y Suecia, no es, en modo alguno, un acontecimiento que solo tenga connotaciones positivas.
Además de temer por las implicaciones para la seguridad que tiene permitir que millones de personas, de las que no se conocen –ni, a tan gran escala, se pueden conocer– sus identidades, creencias e intenciones, muchos europeos están profundamente preocupados porque este movimiento anuncia una alteración irreversible del tejido de su sociedad. Muchos europeos no quieren convertirse en un crisol de culturas de Oriente Medio y África, sino que quieren conservar algo de sus propias identidades y tradiciones. Al parecer, no es solo una minoría la que se siente inquieta. Una encuesta tras otra demuestra que una significativa mayoría de la población de cada país europeo se opone a una inmigración al ritmo de la actual.
Lo siniestro de lo que está haciendo Facebook es que ahora está suprimiendo discursos que presumiblemente cualquiera consideraría racista... y también discursos que solo alguien en Facebook decide que son racistas.
Y he aquí la casualidad de que este concepto de discurso racista parece incluir cualquier crítica hacia la catastrófica política sobre inmigración de la UE.
Al decidir que los comentarios "xenófobos" en reacción a la crisis son también "racistas", Facebook ha convertido la opinión de la mayoría de europeos (que, hay que recalcar, se opone a las políticas de la canciller Merkel) en opiniones "racistas", y por tanto condena a la mayoría de europeos por "racistas". Esta es una política que contribuirá a empujar a Europa hacia un desastroso futuro.
Porque, aunque parte de los discursos que tanto teme Facebook sean en cierto modo xenófobos, surgen preguntas profundas, como la de por qué deberían prohibirse discursos. El discurso es, en lugar de la violencia, una de las mejores maneras que tiene la gente de desahogar sus sentimientos y frustraciones. Si se suprime el derecho a hablar de las frustraciones, solo queda la violencia. La Alemania de Weimar, por poner solo un ejemplo, tenía multitud de leyes sobre discursos de odio con el fin de limitar los discursos que no le gustaban al Estado. Estas leyes no sirvieron para limitar el auge del extremismo; solo convirtió en mártires a los que pretendía perseguir, y persuadió a mucha más gente aún de que ya había pasado el momento de hablar.
La siniestra realidad de una sociedad en la que la expresión de una opinión mayoritaria se convierte en un delito ya se ha visto en toda Europa. La semana pasada, una información de los Países Bajos hablaba de unos ciudadanos holandeses que habían recibido la visita de la Policía, la cual les advirtió respecto a la publicación de opiniones contra la inmigración masiva en Twitter y otras redes sociales.
Ahora Facebook ha contribuido –consciente o inconscientemente– a esta mezcla tóxica. Se está tapando la olla a presión justo cuando el calor empieza a ser más intenso. Una verdadera iniciativa para el coraje civil explicaría a Merkel y a Zuckerberg que sus políticas solo tienen un resultado posible.