Con la llegada del vicepresidente Biden a Israel, se conoció la noticia de que la Administración Obama está diseñando otro "plan de paz". No incluye demasiadas novedades. Según The Wall Street Journal, EEUU podría apoyar una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU que podría involucrar al Cuarteto para Oriente Medio y que pida a "ambas partes" que se comprometan en los "asuntos clave". Se demandaría a Israel que dejara de construir en los territorios y se reconocería a Jerusalén Este como capital del Estado palestino. A los palestinos se les pediría que reconocieran a Israel como Estado judío y que renunciaran al derecho al retorno de los refugiados de 1948-49 y de sus descendientes.
Hágase y, voilà, problema resuelto.
¿Por qué, y por qué ahora? Porque el presidente Obama está viendo los incendios que ha provocado en Oriente Medio y África del Norte y espera desesperadamente salvar algo, lo que sea, de la conflagración, antes de dejar el cargo y necesitar otro trabajo. Israel recibirá presiones para que facilite al menos una victoria.
Veamos la lista de los fracasos de la Administración Obama hasta ahora y la terrible destrucción que han conllevado:
En su primera visita al extranjero, el presidente abrió en Egipto la puerta a una revuelta no sólo de la "gente de Google" en la Plaza Tahrir, sino de los Hermanos Musulmanes. Había representantes de la Hermandad en el centro de la primera fila durante su discurso en la Universidad Al Azhar de El Cairo, para disgusto Hosni Mubarak, durante mucho tiempo aliado de EEUU. Tras el derrocamiento de Mubarak, la Casa Blanca presionó para que se incluyera a los Hermanos en las elecciones egipcias, a pesar de su bagaje terrorista. Desde entonces, EEUU y Egipto han sido incapaces de encontrar una manera de comunicarse de forma constructiva, pese a la creciente cercanía de Egipto con Israel y su interés común en controlar a los terroristas de Hamás y a los yihadistas patrocinados por Irán en el Sinaí.
Los Hermanos Musulmanes se envalentonaron en Siria por sus éxitos en Egipto.
La guerra civil siria y el ascenso del ISIS –ambos hechos precipitados en cierta medida por la retirada de EEUU de Irak– han costado la vida a 350.000 personas (más de 55.000 en 2015) y desplazado a cerca de cuatro millones. El gaseamiento, las hambrunas, las decapitaciones y los bombardeos aéreos son algunas de las armas que se están empleando. Rusia está tomando el control en Siria, mientras que Turquía, Qatar y Arabia Saudí siguen financiando a varios grupos yihadistas, e Irán opera libremente tanto en Irak como en Siria. Hezbolá, aunque ha sufrido cuantiosas bajas en Siria, sigue alimentando su arsenal misilístico en el Líbano.
Esto no se parece en nada a 2011, cuando el presidente Obama anunció que EEUU dejaba "un Irak soberano, estable y autosuficiente". Una organización no gubernamental iraquí calculó que allí se mató a más de 17.000 civiles en 2014, el doble que el año anterior, y cuatro veces más que en 2012, después de que EEUU retirara sus fuerzas de combate.
El Líbano, Jordania y Turquía se han desestabilizado por la afluencia de refugiados desde Siria e Irak. Él frágil Líbano, con menos de 4,5 millones de habitantes divididos entre chiíes, suníes, cristianos y drusos, tiene ahora más de un millón de refugiados sirios.
Afganistán era la guerra buena en el relato del presidente Obama. En West Point, a finales de 2009, anunció un despliegue adicional de 30.000 soldados estadounidenses para estabilizar Afganistán y el nuclearizado Pakistán. Seis años después –quince desde que entramos allí–, los líderes militares estadounidenses le dijeron al Gobierno afgano que no podría sobrevivir sin una continua presencia militar americana. Como la Administración decidió dejar un contingente de casi 10.000 soldados por tiempo indefinido, los talibanes se negaron a proseguir las conversaciones de paz con el Kabul, y se espera otro verano sangriento. Los ataques terroristas con bomba son un suceso cotidiano en Pakistán.
Se supone que Libia fue una prueba para nuestra responsabilidad de protección. Además, tenía la ventaja, desde el punto de vista del presidente Obama, de permitir liderar desde atrás y no tener a botas sobre el terreno. Tras lograr expulsar a Muamar el Gadafi –que entregó su programa de armas de destrucción masiva a los servicios de inteligencia estadounidense y británico, impidió que Al Qaeda pasase a África del Norte desde Egipto y pagó reparaciones por terrorismo–, EEUU reconoció hasta 30.000 muertes libias en dos meses de conflicto.
La guerra en Mali fue un resultado directo de la desaparición del régimen de Gadafi y el asalto a los depósitos de armas gubernamentales por parte de fuerzas tuareg financiadas por Al Qaeda. La intervención directa de las tropas francesas fue la única salvación del Gobierno maliense. Las muertes del embajador de EEUU Christopher Stevens, Sean Smith, Tyrone S. Woods y Glen Doherty también son atribuibles al ascenso de Al Qaeda. Hoy existen hasta 1.700 bandas armadas por toda Libia y el ISIS controla Sirte, una ciudad de más de 100.000 habitantes. El Pentágono está redactando planes para una acción militar de EEUU para expulsar al ISIS, estamos bombardeando Libia otra vez y hay fuerzas de operaciones especiales sobre el terreno.
Entretanto, EEUU bombardeó en estos días una base de entrenamiento de Al Shabab en Somalia, matando a más de 150 miembros de la organización.
Irán ha aumentado su capacidad para producir armas nucleares en los últimos ocho años. Y el abandono del presidente Obama de los disidentes y los defensores de la democracia en Cuba, Venezuela, China, Turquía e Irán allana el camino a oleadas de represión y matanzas en todo el mundo.
Los perjuicios y matanzas que acumulan las políticas y fantasías del presidente Obama deberían descalificarlo para cualquier labor en la escena internacional cuando finalice su mandato. Pero como jubilarse no está en su horizonte, necesita encontrar un éxito.
Que empiece el proceso de paz en Oriente Medio.