Nadie de buena voluntad, y menos los católicos, querría acusar de mentir a un miembro prominente de su cofesión. Rara vez se encuentra la verdad en el relato público palestino. Pero en el caso del padre Fuad Twal, patriarca latino de Jerusalén, que acusó falsamente a Israel de la actual ola de violencia palestina contra los civiles israelíes, parece indudable que, a juzgar por sus críticas constantes y sin matices hacia Israel, su motivación tiene un sesgo político.
Twal proclamó que la supuesta "ocupación" israelí de la "Palestina árabe" es la causa de la violencia asesina infligida a civiles israelíes por parte de agresores árabes, olvidándose, al parecer, de que los judíos han vivido en la región durante casi 4.000 años. También pareció olvidar que los líderes de la Autoridad Palestina (AP) llevan glorificando dichos "actos de resistencia" desde otoño de 2014. Es increíble que Twal pueda ignorar el hecho de que los medios palestinos andan alabado esos apuñalamientos como "hazañas gloriosas". Es más: en las escuelas palestinas, los atacantes son ensalzados como héroes.
Las mentiras flagrantes también forman parte de las campañas de propaganda de la AP y de Hamás. Así, el líder de la AP, Mahmud Abás, clamó que un joven palestino que fue atropellado después de que apuñalara a un niño israelí fue ejecutado por soldados israelíes, cuando se sabe perfectamente que estaba vivo y recibiendo atención en un hospital israelí.
La postura de Twal parece la de alguien motivado por una lealtad ideológica a una causa política, en vez de la de un pastor que atiende las necesidades espirituales de sus feligreses. Aun en el caso de que a Twal le preocuparan solamente las necesidades materiales de sus fieles, cabría pensar que su prioridad sería la auténtica preocupación básica de sus comunidades católicas en Tierra Santa, que es la seguridad. Twal también olvida la razón fundamental por la que los cristianos están abandonando cada vez con más urgencia las zonas palestinas: la principal causa de esta negativa tendencia es la intolerancia islámica hacia las minorías religiosas, y no, desde luego, la ocupación israelí del territorio árabe palestino.
A Twal le costará encontrar a muchos palestinos cristianos dispuestos a responsabilizar a Israel o a los actos de los miembros de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) de la emigración cristiana. Muchos ya han votado con los pies estableciéndose en Israel, donde pueden practicar su fe sin restricciones. Miles de católicos trabajan ahora en Israel, donde pueden gozar de absoluta libertad religiosa. Sólo hace falta ver lo difícil que es encontrar asiento en las atestadas iglesias católicas de Tel Aviv durante las misas dominicales.
La triste verdad es que en los territorios palestinos los cristianos son obligados a vivir como dhimmíes, como ciudadanos de segunda clase que sobreviven en gran parte por el dinero que se les exige por su seguridad diaria. Estos ciudadanos apenas tolerados están a merced del capricho de la mayoría musulmana dominante. La discriminación de los árabes musulmanes contra los no musulmanes incluye un comportamiento prejuiciado tanto en lo económico como en lo social que dificulta o imposibilita que los árabes cristianos dirijan un negocio con provecho, o que sus familias se puedan integrar plenamente en la sociedad. ¿Por qué Twal, como presidente de la Asamblea de Obispos Católicos de Tierra Santa, no se ha sentido obligado a denunciar públicamente ese historial de intolerancia de los extremistas islámicos? Si no lo hace, podría comprometer su papel como guardián de los derechos de los cristianos católicos en Tierra Santa. En consecuencia, es probable que el Gobierno israelí tenga menos en cuenta sus preocupaciones legítimas, como el ataque a propiedades eclesiásticas por parte de jóvenes judíos anticristianos.
También convendría que los católicos elevaran al Vaticano la cuestión de la continuidad de Twal como representante de su fe en Tierra Santa. Los casos implicarían al propio Twal, y podría ayudar a los católicos a discernir a quién sirve Twal en primer lugar, si a Dios o a los hombres. Twal no mostró el menor gesto de gratitud después de que miembros de las FDI lo rescataran de una muchedumbre de musulmanes que le increpaban y lanzaban piedras contra su coche cuando iba de camino a Belén la pasada Navidad. Y no ha reconocido en ningún momento que la única razón por la que esos santos lugares cristianos son seguros para la peregrinación y el culto es que están protegidos por el Estado de Israel, no por la Autoridad Palestina. No hay más que ver cómo los lugares sagrados de los cristianos están siendo demolidos en todo Oriente Medio para entender que si Israel no protegiese los de Jerusalén y Belén, llegaría un momento en que no habría santos lugares cristianos. Punto.
Hay muchos ejemplos de por qué los líderes cristianos tienen el deber público de expresar gratitud a los agentes israelíes de seguridad. Por ejemplo, durante la ocupación, por parte de más de 200 terroristas palestinos, de la Basílica de la Natividad (2002), en Belén, hoy de mayoría musulmana, los miembros de las FDI actuaron con una asombrosa cautela para evitar el riesgo de dañar un lugar sagrado para los cristianos. Tras 39 días de ocupación del recinto, el Gobierno israelí accedió a los deseos del Vaticano y permitió que los ocupantes salieran sanos y salvos de Belén. Después de que los terroristas se marcharan y quedaran libres los rehenes, se descubrieron trampas explosivas en la iglesia. Altares, objetos religiosos y parte del mobiliario fueron ensuciados con orina, colillas de cigarrillos y excrementos humanos.
Justo el mes pasado hubo una serie de incidentes con terroristas palestinos implicados en la Puerta de Damasco de Jerusalén. En uno de ellos, registrado el 14 de febrero, los guardias fronterizos israelíes mataron a dos terroristas de Nablus que se habían infiltrado en Israel. Su objetivo era probablemente un grupo de acaudalados peregrinos norteamericanos que disfrutaban de la hora feliz mientras se arremolinaban en el vestíbulo del complejo Notre Dame para peregrinos, sin ser conscientes del peligro que les acechaba a pocos metros. Esos peregrinos cristianos agradecieron la delgada línea de israelíes que les protegían.
Y usted, padre Twal, ¿no da las gracias?
Lawrence A. Franklin: Coronel retirado de la Fuerza Aérea estadounidense y antiguo agregado militar en la embajada de Estados Unidos en Israel. Ex-analista político-militar de la Junta del Estado Mayor.