Mientras el presidente Obama pone punto final a su gira de despedida por Europa, resulta apropiado considerar las implicaciones generales del revuelo que provocó en Gran Bretaña. En una rueda de prensa conjunta con el primer ministro británico, David Cameron, el presidente defendió su injerencia en la política británica al tomar partido en el controvertido y polémico debate sobre el Brexit. En un artículo de opinión, Obama se declaró claramente partidario de la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea, decisión con la que tiendo a estar de acuerdo por su contenido intrínseco. Pero el presidente fue muy criticado por los medios y políticos británicos por inmiscuirse en un debate sobre el futuro de Europa y el papel del Reino Unido en el mismo.
Obama defendió su conducta indicando que en una democracia los amigos deben poder decir lo que piensan, incluso cuando visitan otro país:
Si uno de nuestros mejores amigos está en una organización que aumenta su influencia, su poder y su economía, entonces quiero que permanezca en ella. O al menos quiero poder decirle: "Chico, creo que esto os hace mejores jugadores".
Tampoco se limitó a ofrecer a los votantes británicos un consejo no solicitado; además lanzó una amenaza no demasiado solapada. Dijo que "el Reino Unido va a estar al final de la cola" en los acuerdos comerciales si sale de la UE.
El presidente Obama o tiene una memoria muy mala o se ajusta al dicho de Emerson: "La incongruencia es la pesadilla de las mentes pequeñas". Recordemos cuán indignado se mostró cuando el primer ministro de un país amigo, Benjamín Netanyahu, dijo lo que pensaba del acuerdo nuclear con Irán.
Naturalmente, hay diferencias: en primer lugar, Israel tiene muchos más intereses en juego en el acuerdo con Irán que los que pueda tener Estados Unidos en cualquier decisión que adopten los votantes británicos sobre el Brexit. En segundo lugar, Benjamín Netanyahu representaba el punto de vista casi unánime de sus compatriotas, mientras que hay pocas evidencias que indiquen que los norteamericanos estén muy a favor o en contra del Brexit.
Por supuesto, otra diferencia es que al presidente lo invitó a hablar Cameron, mientras que a Netanyahu, básicamente, Obama lo desinvitó. Pero conforme a nuestro sistema tripartito de gobierno (que es diferente del sistema uniparlamentario británico), eso es algo que resulta profundamente irrelevante. Netanyahu fue invitado por una rama del Poder de igual importancia que las otras: el Congreso, que comparte con el presidente una misma autoridad en materia de política exterior y que también la tiene para invitar a un dirigente amigo. Además, no sólo los votantes británicos están divididos respecto al Brexit, sino que lo está –y profundamente– el propio Partido Conservador británico. De hecho, la principal figura política que se opone a que el Reino Unido permanezca en la Unión Europea es un potencial sucesor de Cameron al frente del partido. Así que estas diferencias, ciertamente, no explican las inconsistencias entre la injerencia de Obama en los asuntos británicos y sus críticas a Netanyahu por aceptar una invitación del Congreso para exponer el punto de vista de su país sobre una cuestión que afecta directamente a su seguridad nacional.
Así pues, ¿en qué quedamos, señor presidente? ¿Los amigos deben decir lo que piensan sobre cuestiones controvertidas cuando están de visita en otro país o deben reservarse sus opiniones?¿O su respuesta es que los amigos deben dar su opinión sólo cuando estén de acuerdo con otros amigos? Semejante punto de vista trastocaría el mercado de las ideas hasta hacerlo irreconocible. Si los amigos deben hablar sobre estas cuestiones, aun más importante es que lo hagan cuando no están de acuerdo.
Un hombre ingenioso comentó en una ocasión que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. También es la moneda de cambio de la diplomacia y la política, pero eso no hace que sea algo correcto.
El presidente debe al pueblo norteamericano y a Benjamín Netanyahu una explicación por su aparente hipocresía e inconsistencia. Que sólo haya una regla para todos los amigos, no una para aquellos con los que se está de acuerdo y otra para los que disienten. Para mí la mejor regla es un diálogo abierto entre amigos en todas las cuestiones de importancia mutua. De acuerdo a esta regla, que ahora parece aceptar Obama, el presidente debería haber agradecido la intervención del primer ministro Netanyahu ante el Congreso, en vez de criticarla. Le debe una disculpa, lo mismo que los congresistas demócratas que cometieron la grosería de no asistir a la alocución del premier ante el Congreso.
Alan M. Dershowitz: Abogado, profesor de la Escuela de Derecho de Harvard y escritor. Autor de numerosos artículos, ensayos, entre ellos The Case for Israel (2005), y obras de ficción (The Trials of Zion, 2010).