"Con qué rapidez lo impensable se convirtió en irreversible", escribe The Economist. Se refieren al Brexit, claro.
Hoy, la pregunta es: ¿Quién se habría imaginado que los británicos estaban tan cansados de ser miembros de El Club? Mañana, la pregunta será: ¿Qué país será el siguiente?
En Francia, antes de que votaran los británicos, el semanario JDD realizó una encuesta en su web con esta pregunta: "¿Quiere que Francia salga de la UE?" El 88 % respondió "¡Sí!". No es un resultado científico, pero es en todo caso indicativo. Una reciente –y más científica– encuesta para el Centro Pew reveló que en Francia, miembro fundador de "Europa", solo el 38 % seguía estando a favor de la UE, seis puntos menos que en Gran Bretaña. En ninguno de los países encuestados ha habido demasiado apoyo a la transferencia de poderes a Bruselas.
Con el Brexit, todo el mundo está descubriendo que el proyecto europeo fue puesto en marcha por solo una minoría de la población: jóvenes urbanos, políticos nacionales de cada país y burócratas de Bruselas.
Todos los demás siguen teniendo la misma sensación: Europa no ha dado resultados.
A nivel económico, la UE ha sido incapaz de retener el empleo en sus países miembros. El trabajo se ha ido a China y a otros países con salarios bajos. La globalización ha resultado ser más fuerte que la UE. La tasa de desempleo nunca ha sido tan alta como dentro de la UE, especialmente en Francia. En Europa, el 10,2 % de la población activa está oficialmente en paro. La tasa de desempleo en Francia es del 9,9 % y del 22 % en España.
Los salarios en los bolsillos se han mantenido bajos, salvo en algunas categorías profesionales los sectores de las finanzas y la alta tecnología.
Para evitar una posible revuelta de millones de pobres y desempleados, países como Francia han mantenido alto el gasto en prestaciones sociales. Los parados siguen recibiendo subvenciones del Estado. ¿Cómo lo hace? Pidiendo prestado a los mercados de deuda internacionales para pagar los subsidios de desempleo y las pensiones de jubilación. Hoy, la deuda nacional de Francia es el 96,1 % del PIB. En 2008, era del 68 %.
En la eurozona (19 países) el porcentaje de la deuda nacional respecto al PIB era del 90,7 % en 2015.
Además de todos estos problemas, los países europeos han estado abiertos a la inmigración masiva.
La inmigración no ha sido una cuestión oficial en la campaña británica, tanto a favor del "remain" (permanecer) como del "leave" (salir). Pero como observó Mudasar Ahmed, patrono de Faith Forum for London y antiguo asesor del Gobierno de Reino Unido, la inmigración y la diversidad han sido asuntos latentes:
En conversaciones privadas, he visto que los más dispuestos a salir de la Unión Europea eran también los que más incómodos se sentían con la diversidad, no solo respecto a la inmigración, sino con la diversidad que ya existe en el país. Por otro lado, los más dispuestos, por lo que yo he visto, a defender la permanencia en la Unión Europea están mucho más abiertos a las diferencias de religión, raza, cultura y etnia.
En Francia, la inmigración vinculada a un eventual "Frexit" no es en absoluto una cuestión latente. El Frente Nacional (FN) defiende enérgicamente la salida de la UE, y esa postura tiene que ver con la inmigración. Unos 200.000 extranjeros han llegado a Francia anualmente durante varios años, procedentes de países pobres como los de África del Norte y los países subsaharianos. La creciente presencia de musulmanes ha generado cada vez más sensación de inseguridad, y las tradiciones culturales de los países árabes y africanos ha creado malestar cultural en Europa. No a todo el mundo, por supuesto. En las grandes ciudades, la gente acepta la diversidad. Pero en las periferias ya es otra cosa. Porque quienes viven gracias a las prestaciones –los pobres y los mayores– residen, precisamente, en los mismos barrios y bloques que los nuevos inmigrantes.
En los últimos años, estos pobres y mayores han visto un cambio radical en su entorno: la carnicería ahora es halal, la cafetería ya no vende alcohol, ha desaparecido el famoso bocadillo francés jambon-beurre (jamón y mantequilla), y la mayoría de las mujeres van por la calle con velo. Incluso el McDonald's se ha vuelto halal en Francia. En Roubaix, por ejemplo, todos los establecimientos de comida rápida han pasado a ser halal.
Que los pobres y quienes viven gracias a los subsidios acabaran votando a favor del "Frexit" solo significaría una cosa: "¡Devolvedme mi país!". Hoy, estar contra la UE es reclamar la posibilidad de seguir siendo franceses en una Francia tradicional.
Con el Brexit, la cuestión de la nación ha vuelto a Europa. Sin inmigración, se habría podido crear gradualmente una identidad europea. Pero con el islam y el terrorismo a las puertas, y los políticos que dicen después de cada atentado que "estas personas que han gritado 'Allahu Akbar' no tienen nada que ver con el islam", existe un gran rechazo.
Ese "devolvedme mi país" resulta alarmante. Y lo es. Está contaminado por el chovinismo, y el chovinismo no es bueno para ninguna minoría en ningún país. El pueblo judío pagó un alto precio por el chovinismo en la Segunda Guerra Mundial.
Lo que es reconfortante, sin embargo, es que los partidarios de la salida de la UE esperaron a que hubiese una vía legal para protestar. No agarraron pistolas o cuchillos para matar a los judíos o a los musulmanes: simplemente votaron. Esperaron a tener una oportunidad para expresar su parecer. Tal vez la salida no sea una tendencia que se considere moderna, pero es pacífica, legal y democrática.
Espero que las cosas se mantengan así.