En 2011, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del primer ministro Recep Tayyip Erdogan arrasó en las elecciones, cosechando casi la mitad de los votos nacionales. Como es tradicional, Erdogan leyó su programa de gobierno ante el Parlamento:
Uno de los requisitos previos más importantes para la estabilidad de la región [Oriente Medio] es una solución humanitaria y pacífica a la disputa palestina (…) La clave para la paz es una solución de dos Estados, que debería alcanzarse mediante resoluciones de Naciones Unidas y de [unas partes que puedan vivir en] paz mutua. Turquía seguirá apoyando de manera activa cualquier reconciliación que pueda reavivar las conversaciones de paz (…) Está fuera de la cuestión que nuestros vínculos con Israel se normalicen a menos que éste se disculpe por el incidente ilegal [el asalto israelí a la flotilla del 'Mavi Marmara'], pague indemnizaciones por aquellos de nuestros ciudadanos que perdieron la vida y levante el embargo sobre Gaza.
Cuatro años y dos guerras después, Erdogan fue elegido presidente de Turquía y designó a Ahmet Davutoglu, su hombre fuerte para la política exterior desde 2009, como primer ministro y heredero.
El 1 de septiembre, Davutoglu, como es tradicional, leyó su programa de gobierno ante el Parlamento:
Uno de los requisitos previos más importantes para una estabilidad sostenible en Oriente Medio es hallar una solución justa, integral y viable a la disputa palestina (…) Los esfuerzos de Turquía para acabar con la tragedia humana de Palestina, alcanzar una paz sostenible en la región y apoyar el Gobierno de unidad palestino seguirán adelante (…) Cualquier avance en el proceso de normalización de relaciones con Israel, iniciado después de que éste se disculpara en 2013 por el ataque contra el 'Mavi Marmara', no será posible a menos que Israel detenga sus ataques militares contra Gaza y levante las restricciones [sobre Gaza].
A juzgar por las dos declaraciones de gobierno, la de 2011 y la de la semana pasada, el único cambio de importancia en el programa de política exterior turca es que Erdogan dedicó sólo seis páginas al tema, mientras que el texto de Davutoglu contenía 19 páginas al respecto.
Naturalmente, eso sin mencionar a Yalcin Akdogan, principal asesor político de Erdogan en 2011. Akdogan, que ahora es viceprimer ministro, dejó a todo el mundo sin habla el año pasado cuando señaló que "[el presidente sirio Bashar al Asad] podría esperar ganarse el apoyo de los países árabes creando una mayor polarización [de la tensión] con Israel. Esa trampa debería evitarse".
Qué irónico resulta que los hombres de Erdogan se quejaran de "trampas para crear tensiones con Israel y ganarse así a los árabes". En esa misma tónica, un ministro de Exteriores turco podría llegar a acusar a Grecia de pretender revivir el Imperio Otomano. Ya no el cielo, sino por lo visto todo el espacio exterior, es el límite para la hipocresía política turca. Afortunadamente, el flamante Gabinete turco tiene un nuevo miembro obsesionado con Israel.
Cuando el primer ministro Davutoglu expuso su programa de gobierno ante el Parlamento, estaba lleno de esperanzas y de optimismo por que Turquía alcanzara pronto el lugar que merece ocupar en un orden mundial mejor; un optimismo que nunca le abandonó mientras estuvo al timón de la política exterior de la nación. Resulta irónico que, mientras hablaba, legaciones diplomáticas turcas, antaño inauguradas con momentos Kodak y ceremonias de medio pelo, parecieran estar desiertas: El Cairo, Jerusalén, Damasco, Mosul, Basora y Bagdad están vacantes. El recientemente nombrado embajador en Trípoli aún está atascado en Ankara, sin poder partir "por motivos de seguridad".
¿Qué pensaría el cónsul general de Turquía en Mosul –que ahora es rehén del Estado Islámico (EI), junto a otras 48 personas, miembros del personal del consulado y sus familias– del grandilocuente retrato que Davutoglu hace de los éxitos de la política exterior turca si pudiera asistir al discurso del primer ministro desde la mazmorra en la que lo mantienen los antaño aliados del premier?
Estos turcos son rehenes, desde el 11 de junio, de un ejército terrorista al que incluso Al Qaeda considera demasiado violento, extremista y radical. Si un periodista hubiera podido entrevistar a los cautivos mientras Davutoglu hablaba orgullosamente de la grandeza de Turquía, es muy probable que sus palabras no fueran aptas para publicarse.
Davutoglu sueña con un futuro que combine el neo-otomanismo con el panislamismo. Pese a destacados fracasos en el curso de cinco años, él sigue creyendo –quizá de forma infantil– que las dictaduras derrocadas en tierras antaño otomanas serán sustituidas algún día por regímenes islámicos, creando así en la región un "cinturón de los Hermanos Musulmanes" liderado por Turquía.
Cuando sus ideales fracasan, Davutoglu hace dos cosas: afirmar que han fracasado no porque sus ideas fueran erróneas, sino porque lo es el orden mundial, que debe ser corregido; y tiende a buscar eufemismos. Después de que el Estado Islámico tomara como rehenes a 49 turcos, el viceministro de Davutoglu dijo que "en realidad no eran rehenes", sino que "simplemente los mantenían recluidos". ¡Qué bonito! Puede que el personal del consulado turco esté ahora jugando al backgammon con los campeones del EI. Entre tanto, el Estado Islámico es denominado oficialmente por Turquía "una organización", omitiendo cuidadosamente la palabra "terrorista". ¿Los turcos creen que el EI es una organización benéfica?
En junio de 2015 volverá a haber elecciones en Turquía. Y hay evidencias de sobra que demuestran que Erdogan, Davutoglu y compañía siempre ganan votos despotricando contra Israel en un país cada vez más antisemita; no debería suponer una sorpresa que Ankara le pidiera discretamente a sus camaradas de Hamás que iniciaran una nueva guerra antes de las legislativas de junio para que el AKP pudiera volver a ganar.