Los militantes kurdos y los yihadistas del Estado Islámico de Irak y Siria (Estado Islámico o EI), que han estado luchando entre sí en el norte de Siria durante los últimos meses, ahora tienen un enemigo común: Turquía.
Tras varios meses de reticencia, Turquía se acaba de unir a la coalición internacional liderada por EEUU que lucha contra el EI. Turquía está permitiendo al Ejército norteamericano usar sus bases para realizar ataques aéreos contra los bastiones del EI en Siria. El 24 de agosto Turquía dijo que, junto con EEUU, pronto lanzaría ataques exhaustivos contra objetivos del EI. "Ayer se cerraron los detalles técnicos y enseguida iniciaremos la operación, las operaciones exhaustivas contra Daesh [el EI]", dijo el ministro de Asuntos Exteriores, Mevlut Cavusoglu.
Cabría decir: "Demasiado poco, demasiado tarde".
En lugar de apoyar de forma encubierta al EI, Turquía debería haber hecho hace ya tiempo todo lo que estuviera en su mano para machacar al EI antes de que se hiciera demasiado fuerte y conquistara vastas porciones de territorio en Siria e Irak, vecinos ambos de Turquía.
La reluctante y tardía decisión turca de sumarse a las fuerzas de la coalición contra el EI puede que aporte valor bélico a la campaña multinacional. Pero también expone Turquía a ataques del EI en su propio territorio.
Según una encuesta del año pasado, algo más del 11% de los turcos no consideran al Estado Islámico una organización terrorista. Eso significa que hay más de ocho millones de turcos que de alguna manera simpatizan con ella. Ocho millones frente a sólo 126: el Ministerio de Justicia turco reveló que sólo había 126 personas en las cárceles del país acusadas de pertenecer al EI. La inquietante amenaza de ataques del EI contra ciudades turcas es muy probable que corra por cuenta de células durmientes ya presentes en Turquía. Y no fue una sorpresa que el EI amenazara recientemente con "conquistar Estambul".
En efecto, el Estado Islámico ha divulgado un vídeo en turco de 7 minutos de duración y grabado en Raqa, la capital de su califato, en el que un yihadista turco no identificado anuncia que Estambul será "conquistada" por las huestes del "califa".
"Pronto, el oriente de Turquía será dominado por los ateos del PKK [militantes kurdos] y el occidente por los cruzados. Matarán a los niños, violaran a las mujeres y os esclavizarán. Oh, pueblo de Turquía: antes de que sea tarde, debéis alzaros y luchar contra esos ateos, cruzados y traidores. También debéis arrepentiros. Debéis condenar la democracia, el laicismo, las leyes hechas por el hombre, la veneración de las tumbas y otras maldades".
El columnista Mustafa Akyol ha escrito:
Y si no lo hacemos, tendremos problemas. Hemos de esperar "la humillación en la Tierra, antes del castigo en el Más Allá". El Estado Islámico de Irak y el Levante está ansioso por traer esa "humillación" terrenal en el nombre de Dios".
Por el momento, el EI es una amenaza hipotética. Si sus militantes deciden detonar bombas en ciudades turcas, entonces será real. Mientras tanto, Turquía está enfrentándose a una amenaza más perentoria, otra guerra asimétrica. Desde que, el pasado 11 de julio, los militantes kurdos, bajo diversas banderas –como las del PKK, el YPG o el KCK–, rompieron el alto al fuego que habían declarado en marzo de 2013, más de 50 miembros de las fuerzas de seguridad turcas han sido asesinados, la gran mayoría en ataques con IED (artefactos explosivos improvisados) en el sudeste del país, predominantemente kurdo. Turquía, por su parte, sostiene que sus ataques aéreos contra los bastiones del PKK en el norte de Irak han acabado con más 700 militantes.
Los ataques del PKK se han convertido en un gran engorro para el presidente Recep Tayyip Erdogan y el gobernante Partido Justicia y Desarrollo (AKP), que él mismo fundó en 2001. Los familiares de las víctimas a menudo protestan por la presencia de funcionarios gubernamentales en los funerales de los soldados caídos.
Uno de ellos se celebró el pasado fin de semana. El capitán del Ejército Alí Alkan murió durante un ataque del PKK contra un puesto militar en la provincia de Sirnak el 21 de agosto. Más de 15.000 personas asistieron al sepelio en la localidad natal de Alkan, Osmaniye, en el sur del país. Hubo momentos de gran tensión cuando miembros del AKP intentaron llegar a la primera fila durante el servicio religioso. Un familiar enfurecido gritó a dos parlamentarios del AKP: "¡Aquí no tenéis nada que hacer! ¡Fuera!". Las protestas se recrudecieron y la gente empezó a abuchear al líder religioso local, que dirigía la ceremonia, por hacer un hueco a los diputados del AKP. Escenas como esta ocurren casi a diario en toda Turquía.
El AKP, que anda preparándose para las elecciones anticipadas del 1 de noviembre –sólo cinco meses después de las celebradas el 7 de junio–, debe ahora hacer frente simultáneamente a dos guerras asimétricas, contra los islamistas radicales y los separatistas kurdos, en tres escenarios: Irak, Siria y la propia Turquía. Asimismo, está calibrando el daño electoral que puede infligirle la nueva ola de violencia.
Erdogan y su AKP se están convirtiendo rápidamente en víctimas de su propia política regional, signada por la ambición, el sectarismo, el islamismo y los errores de cálculo, y que afecta también a sus propios compatriotas kurdos. Parece haber llegado la hora del ajuste de cuentas.