El 22 de junio de 2012 un avión turco de reconocimiento RF-4E despegó de una base aérea del este de Turquía. Volaba a baja altura, como la mayoría de los aviones espía, y violó el espacio aéreo sirio antes de ser alcanzado –probablemente– por un misil lanzado por un sistema de defensa aéreo sirio o ruso.
Los dos pilotos turcos resultaron muertos. Sus cuerpos fueron recuperados posteriormente del Mediterráneo gracias a la ayuda de un barco estadounidense.
Turquía estaba indignada. El entonces primer ministro, y ahora presidente, Recep Tayyip Erdogan juró venganza. Los turcos afirmaron que su avión realizaba una misión de entrenamiento. Es más probable que volara en una misión de espionaje de los sistemas de defensa aérea sirios.
Casi tres años después, el 25 de marzo por la mañana, un misil Scud sirio de fabricación rusa, del que se calculó había sido lanzado a unos 180 kilómetros, explotó cerca del distrito de Reyhanli de Hatay, la ciudad más al sur de Turquía, cerca de la frontera siria. El misil creó un cráter de 15 metros de diámetro en el lecho de un arroyo, rompió las ventanas de las casas de los alrededores, hizo que se viniera abajo el tejado de un edificio de una base militar próxima, dañó dos vehículos militares y causó heridas leves a cinco civiles.
Por suerte, no hubo víctimas mortales. Pero el incidente, una vez más, reveló algo acerca de las capacidades militares comparadas del segundo mayor ejército de la OTAN y de un enemigo mucho más débil pero bastante disuasorio.
Últimamente han surgido informaciones de que dos aliados regionales suníes, Turquía y Arabia Saudí, estarían planeando una ofensiva militar conjunta contra el régimen del presidente sirio Bashar al Asad, némesis alauita de ambos países. Según dichas informaciones, la operación comprendería el envío de tropas terrestres y el lanzamiento de ataques aéreos.
Pero por una serie de razones, tanto locales (turca) como regionales, no es un escenario realista.
Es de suponer que la fuerza turco-saudí atacaría a las fuerzas del régimen de Asad para derrocarlo (lo que pretende Turquía) y bloquear el dominio chií –respaldado por Irán– de la región (como pretenden saudíes y turcos). Ankara quiere que Asad desaparezca para instalar en Siria un régimen como el de los Hermanos Musulmanes. Pero pese a informaciones sin confirmar que apuntarían a una moderada oposición saudí a los Hermanos, los hechos sobre el terreno están claros: ese movimiento es el peor enemigo de Egipto, el más firme aliado de Arabia Saudí en la región. Además, el momento elegido para la supuesta ofensiva turco-saudí contra Siria (pero que en realidad va más dirigida contra Irán) parece poco realista, teniendo en cuenta el acuerdo nuclear que Teherán está urdiendo con Occidente.
Desde el punto de vista turco, hay razones de tipo más práctico por las que la guerra contra Siria es, probablemente, una posibilidad remota. En primer lugar, el Gobierno de Ankara afronta unas decisivas elecciones legislativas el 7 de junio y, políticamente, no puede permitirse que haya soldados turcos volviendo a casa en ataúdes.
En segundo lugar, y mucho más importante, hay hechos de tipo puramente militar que pueden convertir una campaña turca contra Siria en un desastre nacional. Del lado sirio de la frontera con Turquía hay más de 20 grupos kurdos e islamistas radicales, entre ellos el Estado Islámico, la mayor parte de los cuales son hostiles a Turquía en diverso grado. Los grupos que combaten contra las fuerzas de Asad y que son apoyados por los turcos constituyen un elemento escaso y débil. Una operación transfronteriza sería demasiado arriesgada para las Fuerzas Armadas turcas.
Y, lo que es peor, un ataque aéreo contra Damasco expondría la aviación turca al riesgo de ser alcanzada por las poderosas defensas antiaéreas sirias. Los aparatos turcos no están equipados con sistemas de interceptación de tal nivel que puedan cegar los radares enemigos. La mitad de los escuadrones turcos de cazas podrían no regresar a casa sanos y salvos.
Además está el riesgo de los misiles sirios. El Scud que alcanzó territorio turco el 25 de marzo demostró que los misiles Patriot de Estados Unidos y la OTAN desplegados en el sur y el este de Turquía sólo podrían proteger las zonas inmediatas. Pero Asad no sólo tiene Scuds que puede lanzar contra objetivos situados en un radio entre 180 y 200 kms; además, en su arsenal cuenta con un número desconocido de misiles balísticos Scud-C, que tienen un alcance de 500 kms, lo que sitúa grandes ciudades turcas en su radio de acción.
Turquía simple y llanamente no tiene un sistema de defensa antimisiles de largo alcance con el que frenar los proyectiles sirios (o iraníes). Al ser miembro de la Alianza, puede contar con las fuerzas navales de la OTAN para hacer frente a esas amenazas, pero sería una jugada demasiado arriesgada.
Es cierto que, en los últimos dos años, la Administración Erdogan ha estado sopesando llevar a cabo acciones militares contra Asad. También es cierto que el líder turco está obsesionado con librarse del presidente sirio, y que no es el dirigente más pacífico de la región. En cualquier caso, el presidente turco no es un suicida. Las posibilidades de que se lleve a cabo una ofensiva militar turco-saudí contra la Siria de Asad son escasas.