Por primera vez desde que su partido islamista obtuviera su primer triunfo electoral (2002), el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, no se dejó ver en la noche del pasado día 7. Tampoco pronunció el discurso de la victoria. De hecho, no pronunció discurso alguno.
No sólo fracaso en su intento de conseguir la mayoría de dos tercios que quería para cambiar la Constitución: su AKP perdió la mayoría parlamentaria y la capacidad para conformar un Gobierno monocolor. Ganó el 40,8% del voto nacional y 258 escaños, 19 menos de la mayoría absoluta (276). Erdogan es ahora el sultán solitario en su palacio presidencial de 1.150 habitaciones y 615 millones de dólares. Por primera vez desde 2002, la oposición tiene más escaños que el AKP: 292 frente a 258.
"El debate sobre la presidencia, sobre la dictadura en Turquía se ha acabado", dijo un alborozado Selahattin Demirtas luego de los resultados preliminares. Demirtas, un político kurdo cuyo Partido Democrático del Pueblo (HDP) ha entrado en el Parlamento como tal por primera vez en su historia, aparentemente con el apoyo de los turcos laicos, izquierdistas y outsiders, es el carismático hombre que ha destrozado el sueño erdoganita de un sultanato electo. De la misma forma, el socialdemócrata Kemal Kilicdaroglu, líder del principal partido de la oposición, el Republicano del Pueblo (CHP), declaró a propósito de los primeros resultados: "Con medios democráticos, hemos puesto fin a una era de opresión".
Lo que queda por delante está menos claro. En teoría, el AKP puede llegar a un acuerdo de coalición con el tercer partido más votado, el derechista Movimiento Nacionalista (MHP), aunque durante la campaña el líder de este último, Devlet Bahceli, ha cargado duramente contra Erdogan por las embarazosas acusaciones de corrupción que pesan sobre él. Por otro lado, una coalición CHP-MHP-HDP es improbable, dado que tendría que poner de acuerdo a los archienemigos MHP y HDP.
El AKP puede estar pensando en unas elecciones anticipadas, pero apenas cabe imaginar una razón para ello, salvo el riesgo de que sufra otra derrota electoral. El Parlamento puede tratar de conformar un Gobierno minoritario, pero esto sólo podría ser una solución temporal.
Sea como fuere, dos cuestiones parecen claras: 1) el AKP está en un innegable declive; los votantes le han forzado a los compromisos en vez de permitirle gobernar en solitario, y es más que probable que viva luchas intestina, con las nuevas generaciones de conservadores musulmanes desafiando el poder del liderazgo actual; 2) las ambiciones erdoganitas de una presidencia ejecutiva islamista todopoderosa y autoritaria, sultanesca, han ido a parar al vertedero político, al menos durante los próximos años.
El AKP obtuvo la primera posición en las elecciones del domingo. Pero ese día marcó el principio de su final. Qué ironía: el AKP llegó al poder en 2002 con el 34,4% del voto nacional, que se tradujo en el 66% de los escaños del Parlamento. Casi 13 años después, gracias a los componentes antidemocráticos de una ley electoral que ha defendido fieramente, ha obtenido el 40,8% del voto pero sólo el 47% de las bancas parlamentarias, lo que le impide llegar a la mayoría absoluta.