El difunto rey Abdalá de Jordania escribía en sus memorias:
La tragedia de los palestinos fue que la mayoría de sus líderes los paralizaron con la promesa falsa y carente de fundamento de que no estaban solos: 80 millones de árabes y 400 millones de musulmanes acudirían, instantánea y milagrosamente, en su rescate.
Décadas después, los sirios que huyen de la guerra civil en su patria son la espina dorsal de la tragedia mundial de los refugiados.
Oficialmente, la musulmana Turquía es quien acoge a un mayor número de refugiados sirios, 1.900.000. El Líbano alberga a 1,2 millones, Jordania a más de 600.000 y Egipto a más de 100.000. En total, cerca de cuatro millones de sirios, en su mayoría musulmanes.
Pero, curiosamente (o no), los refugiados arriesgan sus vidas tratando de pasar al Occidente predominantemente cristiano, al que la mayoría de ellos ha considerado perverso. Cientos de miles de refugiados se han dirigido a Grecia atravesando Turquía, o a Italia a través de Libia, y miles de ellos se han ahogado en difíciles travesías al volcar sus barcas hinchables en el Egeo y en el Mediterráneo.
Las autoridades de la UE afirman que la crisis de los refugiados "podría durar años", y los países europeos trabajan día y noche para albergar a miles de sirios. Incluso países lejanos y no musulmanes, como Brasil, Chile y Venezuela, se han ofrecido a acoger a miles de refugiados.
¿Una tragedia? Sin duda, pero ¿de quién es la culpa? Según el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, es de Occidente. En marzo, Erdogan criticó a los occidentales por haber acogido sólo a 250.000 refugiados sirios. Según el primer ministro de Turquía, Ahmet Davutoglu, no son los vecinos de Siria quienes deberían pagar el precio, sino los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China.
En realidad, millones de musulmanes están tratando de llegar, a través de peligrosas rutas, a las fronteras de una civilización a la que, tradicionalmente, han culpado de todos los males del mundo, incluidos los de sus países. Los dirigentes turcos están acusando de la tragedia a los no musulmanes. Pero no dicen nada de los países ultrarricos en hidrocarburos de su región: ni una palabra sobre Arabia Saudí, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Omán, que (aunque emplean a gran número de trabajadores asiáticos) no han acogido a un solo refugiado musulmán sirio.
Esta historia muestra quién ha tratado a los refugiados musulmanes y sus problemas con relativo afecto y quién con evidente crueldad. Mientras que la mayoría de inmigrantes musulmanes en Occidente ha logrado integrarse en países como Gran Bretaña (sobre todo musulmanes de Pakistán y Bangladesh), Francia (particularmente musulmanes procedentes del norte de África) y Alemania (musulmanes turcos, en su mayoría), en el pasado los países árabes de acogida se han abstenido de conceder, por ejemplo, plena ciudadanía y otros derechos civiles a los refugiados palestinos.
En los años 70 y 80, cuando Arabia Saudí tenía escasez de mano de obra, reclutó a miles de surcoreanos y de otros trabajadores asiáticos, pero se negó a emplear a refugiados palestinos.
Hasta la Primera Guerra del Golfo, Kuwait empleaba a un gran número de palestinos, pero les negaba la ciudadanía. Tras la guerra, expulsó a 300.000.
Tras la caída de Sadam Husein, los refugiados palestinos de Irak sufrieron ataques sistemáticos de las milicias chiíes. Se les negó incluso la asistencia médica. En 2012, al menos 300.000 refugiados palestinos vivían en el Líbano. Human Rights Watch consideró que sus condiciones socioeconómicas eran "atroces". Pero el Gobierno libanés ignoró reiteradamente sus solicitudes de que se les concedieran unos derechos de propiedad más amplios.
Antes del verano de 2012, Egipto mantenía una restrictiva política de entrada para los palestinos que cruzaban desde Gaza a territorio egipcio. Tenían que ser escoltados por agentes de seguridad, y a veces eran detenidos.
La crisis de los refugiados sirios, que se extiende desde Oriente Medio al corazón de Europa, es un nuevo episodio de un gran dilema con muchos aspectos: los musulmanes de Oriente Medio consideran que el Occidente cristiano es malvado, pero saben que los países cristianos son los mejores lugares para vivir, desde el punto de vista económico y político. Los ricos países árabes dan la espalda obstinadamente al drama de sus hermanos musulmanes, necesitados de una mano amiga. Y los hipócritas islamistas culpan de todo a Occidente.
Por desgracia, nadie cuestiona por qué los musulmanes antioccidentales van a Occidente; por qué sus hermanos árabes musulmanes no mueven un dedo para ayudarles, y mucho menos les tienden la mano; o por qué los no musulmanes deberían pagar el precio de unas guerras exclusivamente intramusulmanas y de las oleadas de emigrantes que ocasionan.
Ésa es siempre la solución más fácil.