Hace menos de una década, muchos estadistas y expertos occidentales se lanzaban a alabar a los líderes islamistas turcos, a los que denominaban "islamistas postmodernos, democráticos, reformistas y pro Unión Europea", y que podrían servir de modelo a otras naciones islámicas menos democráticas de Oriente Medio. Era "El auge y auge de Turquía", como escribía Patrick Seale en el New York Times en 2009.
En realidad, esos "islamistas postmodernos" no eran sino islamistas con un envoltorio más bonito. Actualmente los turcos están pagando un alto precio por la visión estratégica neo-otomana, revisionista y equivocada de sus dirigentes.
En julio, un terrorista suicida turco kurdo asesinó a más de 30 activistas prokurdos en una pequeña localidad de la frontera entre Turquía y Siria. Tres meses después, terroristas suicidas yihadistas mataron a más de 100 activistas por la paz en pleno centro de Ankara, en lo que constituyó el peor atentado de la historia turca. El Gobierno, de manera manipuladora, culpó a un grupo variado de terroristas, incluidos los kurdos. En enero, unos yihadistas asesinaron en Estambul a 10 turistas alemanes en otro atentado suicida.
Más recientemente, el 17 de febrero, un radical kurdo mató en Ankara a cerca de 30 personas, entre las que había personal militar, a tan sólo unos cientos de metros del Parlamento.
En tan sólo siete meses más de 170 personas han muerto en atentados. Tal cifra excluye a los más de 300 miembros de las fuerzas de seguridad a los que han matado los combatientes kurdos, ni a los más de 1.000 combatientes kurdos muertos a manos de las fuerzas de seguridad turcas desde que el pasado julio concluyera el alto el fuego entre ambas partes.
También fuera de sus fronteras Turquía se mueve en medio del caos. Está implicada en una guerra por delegación, cada vez más peligrosa, contra un bloque de chiíes y de regímenes controlados por chiíes en Damasco, Bagdad y Teherán, amén de sus aliados rusos. Además, para los neo-otomanos turcos, el Líbano, Libia, Israel y Egipto son todos territorio hostil.
Miembros del Gobierno afirman en privado que los enemigos de Turquía están utilizando grupos terroristas para lanzar ataques contra objetivos turcos. "Es como saber perfectamente quién está detrás de los ataques y no poder probarlo (...) Los cerebros pueden ser uno o varios países con los que hemos tenido conflictos", dijo recientemente un alto mando de las fuerzas de seguridad a este autor. No es una sensación agradable ser el objetivo fijo de una serie de regímenes matones y sin escrúpulos con capacidad para manipular terroristas.
Los actores de la escena del Mediterráneo oriental, Turquía incluida, están pugnando por un pedazo más grande de un pastel cada vez más pequeño. Las ambiciones turcas no son ningún secreto, ni tampoco las de Irán. Actualmente hay cerca de 50.000 combatientes chiíes luchando en Siria, donde la mayoría de la población es suní (al igual que en Turquía).
Por otra parte, desde el 30 de septiembre Rusia ha estado bombardeando objetivos hostiles al régimen del presidente sirio Bashar al Asad. La aviación rusa ha efectuado unas 7.500 salidas, el 89% de las cuales ha tenido por objetivo a fuerzas opositoras a Asad distintas al Estado Islámico (EI). Sólo el 11% ha alcanzado al EI, enemigo común de todos.
Rusia también ha acumulado fuerzas considerables en torno al Caspio y al Mediterráneo Oriental. Los rusos están tratando de rodear militarmente a Turquía: en Siria, en Crimea, en Ucrania y en Armenia. Hace poco Moscú anunció que enviaría una nueva remesa de cazas y helicópteros de combate a una base aérea a las afueras de la capital armenia, Ereván, a 40 kms de la frontera turca.
Turquía parece indefensa. Hasta sus aliados de la OTAN se muestran extremadamente reservados respecto a su disposición a enviar ayuda a Ankara en caso de conflicto con Rusia. Hace poco el ministro de Exteriores luxemburgués, Jean Asselborn, advirtió al Gobierno turco de que no podría contar con el apoyo de la OTAN si las tensiones con Moscú seguían escalando y se convertían en un conflicto armado.
La lucha de Rusia no tiene como finalidad derrotar al Estado Islámico, sino expandir su esfera de influencia en el Mediterráneo Oriental, que comprende la entrada al Canal de Suez. En cierto sentido, los rusos están desafiando a la OTAN vía Siria, del mismo modo que Turquía está desafiando a los chiíes vía Siria, e Irán a los suníes.
Cabe plantear una serie de cuestiones relativas a la posibilidad de que la paz vuelva a este rincón del mundo:
- ¿Dejarán alguna vez los musulmanes de odiarse y matarse, incluso de atentar contra mezquitas, por motivos sectarios, y pondrán fin a su guerra intestina, que ya dura 14 siglos?
- ¿Habrá pronto Gobiernos funcionales en Damasco y Bagdad?
- ¿El mundo suní dejará de radicalizarse sin que la paz le sea impuesta por no musulmanes?
- ¿El mundo chií llegará alguna vez a controlar sus ambiciones expansionistas y sectarias?
- ¿Chiíes y suníes dejarán al fin de odiar a Israel y de comprometerse a destruir su Estado?
- ¿Se darán cuenta los islamistas turcos de que sus ambiciones neo-otomanas son demasiado desproporcionadas en relación a su poder e influencia regionales?
- ¿Estará dispuesto el mundo occidental a desafiar a Rusia, el nuevo matón de ese barrio que es el Mediterráneo Oriental? Si es así, ¿cómo?
- ¿Se sentirán satisfechos los actores del Mediterráneo Oriental con un pastel más grande sin que sus pedazos se vuelvan necesariamente más pequeños?
Las respuestas que este autor tiene para esas preguntas son todas negativas.