El de Estambul del pasado día 19 fue el quinto ataque terrorista de similares características registrado en una de las dos principales ciudades turcas (Estambul y Ankara) desde octubre. El terrorista suicida, un hombre de 24 años vinculado al Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés), hizo estallar sus explosivos en la avenida Istiklal, una de las vías más concurridas de Estambul y una popular atracción turística. Tres turistas israelíes (dos de ellos poseían además pasaporte estadounidense) y uno iraní resultaron muertos. Decenas de heridos fueron trasladados a hospitales cercanos.
El número de muertos desde octubre es de unos 200, 14 de ellos turistas.
En un primer momento, el autor de este artículo pensó que se equivocaba en su primer impulso de esperar algo que se saliera de los cánones porque entre las víctimas había ciudadanos israelíes; el modo oficial y diplomático en el que tanto Turquía como Israel abordaban el asunto parecía enormemente civilizado. Incluso antes del atentado hubo gestos insólitamente amables por parte de Turquía. Pocos días antes, un alto cargo turco, Ahmet Aydin, vicepresidente del Parlamento y miembro del gobernante el AKP, había ensalzado los vínculos históricos entre el pueblo turco y los ciudadanos israelíes residentes en el país. Describió las relaciones entre ambos como "una unidad en el destino" y subrayó las contribuciones de "ciudadanos judíos" a la fundación de la República Turca. Este tipo de lenguaje es extremadamente raro en Turquía, sobre todo en un representante del partido en el poder, el islamista AKP (Partido Justicia y Desarrollo).
Tras el atentado de Estambul, el presidente -Recep Tayyip Erdogan- hizo, sorprendentemente, lo que habría hecho cualquier gobernante de un país en el que se comete un atentado terrorista: envió mensajes de pésame a la comunidad judía local y a sus líderes religiosos. En un gesto análogo, el primer ministro -Ahmet Davutoglu- envió una carta a su homólogo israelí, Benjamín Netanyahu, en la que expresaba sus "condolencias al pueblo de Israel en nombre del pueblo turco".
A su vez, Israel alabó la "cooperación sincera y extremadamente útil por parte de las autoridades turcas nada más cometerse el mortal atentado de Estambul", en el que murieron tres de sus ciudadanos, y consideraba que ello ayudaba a las conversaciones para la normalización de relaciones entre ambos países.
Dore Gold, director general del Ministerio de Exteriores israelí, llegó a Estambul para reunirse con el gobernador de la ciudad, Vasip Sahin, a fin de abordar los detalles del atentado, y posteriormente con su homólogo turco, Feridun Sinirlioglu, probablemente para hablar de la normalización de las relaciones diplomáticas entre Ankara y Jerusalén.
Hasta ahí, bien. En el mundo de la diplomacia no es extraño que se usen los acontecimientos trágicos como excusa para reforzar vínculos problemáticos o dar un impulso más a los intentos de reconciliación. Las cortesías turcas eran maquillaje, en parte por pragmatismo y por el deseo de ocultar los sentimientos antisemitas que con tanto esfuerzo ha sembrado el AKP en la sociedad.
Antes de que los cuerpos de las víctimas israelíes fueran trasladados a su país, el maquillaje turco empezó a dar señales de desdibujarse y surgió la fea realidad.
Irem Aktas, responsable de la división de mujeres y medios de comunicación de la sección del AKP en el distrito estambulita de Eyup, comentó en las redes sociales:
"Ojalá los ciudadanos israelíes empeoren, me gustaría que murieran todos."
Cuando publicó eso en su cuenta de Twitter había al menos 11 ciudadanos israelíes heridos que estaban siendo tratados en hospitales turcos.
Aktas borró rápidamente el comentario y cerró sus cuentas en las redes. Un representante del AKP dijo que se habían iniciado procedimientos disciplinarios contra ella. Pero el reflejo islamista turco halló una forma de salvar la cara a la heroína: Aktas dimitiría, en vez de ser expulsada del partido.
Tampoco es nada sorprendente que, en su cuenta de Facebook, Aktas se describa como "fan de Erdogan" y "amante de lo otomano".
Probablemente su error fue declarar públicamente lo que pensaban, sin decirlo, millones de turcos ante un atentado suicida.